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¡Atención reformistas!: la justicia requiere cambiar su espíritu

Pamela Alcocer Padilla

La reforma de la justicia es una exigencia urgente, vital e inmediata. En Bolivia, prácticamente es de vida o muerte, aunque no es ninguna novedad el hecho de insistir cientos de veces en la reforma de todo el sistema judicial. Ya desde la década de los años noventa se habló mucho sobre cómo superar la retardación de justicia y la institucionalización de los cargos jerárquicos en el poder judicial. Hoy en el siglo XXI, parece que no se hubiera avanzado casi nada. El desafío central radica en volver a las raíces del problema: ¿cuál es el espíritu de la justicia? Cuáles son las características que definen a un abogado comprometido con la vocación para defender las leyes, por medio del espíritu que conduce, necesariamente, a una conducta cabal signada por la simple “conciencia moral” en el ejercicio de la profesión.

Reflexionar sobre el espíritu de la justicia y las labores de un abogado honesto, nos remite nuevamente a un viejo libro: “El alma de la toga”, del jurista español Ángel Ossorio y Gallardo que contiene un conjunto de enseñanzas pragmáticas y morales sobre el ejercicio de la abogacía. El ensayo fue publicado, originalmente, en 1914, y escrito con un estilo de carácter muy personal. Cabe destacar que sus explicaciones son directas, tratando de transmitir la experiencia del autor como un abogado consumado, que no solamente llevó adelante una serie de causas legales, sino que también fue autoridad política y un referente profesional de su época. El libro representa un conjunto de consejos de carácter honesto para considerar seriamente el espíritu de la ley y la vocación del trabajo legal.

Para Ossorio, el abogado desarrolla sus labores, no a partir de actos científicos, sino más bien sopesando cuáles son las circunstancias y características de las personas. Por lo tanto, el trabajo profesional del abogado no tiene por qué tener enunciados científicos, es decir, universales y ciertos, sino que se desarrolla por medio de conjeturas y probabilidades. Las soluciones siempre serán contingentes, reuniendo, de alguna manera, todas las características del arte, más que de la ciencia. Por lo tanto, a la aplicación de la ley se le debería considerar un “arte”.

No sería posible una solución única para cada causa jurídica. La realidad es tan rica y la legislación tan limitada, que para cada caso pueden plantearse varias soluciones válidas. Las circunstancias históricas, sociales, económicas, políticas y culturales específicas impedirían hablar de una ciencia del derecho, en el sentido estricto. Esta reflexión es importante ya que, para el caso de Bolivia, por ejemplo, la justicia comunitaria, cae por fuera de la ciencia jurídica y la dogmática del derecho, respondiendo a circunstancias culturales, antropológicas y sociales muy diferentes de cualquier ordenamiento jurídico dominante u occidental.

Ossorio afirma también que la esencia de la abogacía descansa en aquellos sutiles y quebradizos estados psicológicos que no siempre se enseñan en las aulas. Para el abogado no importa tanto saber el derecho, sino “conocer la vida”. El derecho positivo está en los libros, los cuales se buscan y se estudian, pero lo que la vida real reclama no está escrito en ninguna parte, afirma Ossorio. Tiene toda la razón porque quien tenga previsión, serenidad, amplitud de miras y de sentimientos para advertir la realidad de seres humanos de carne y hueso, será un buen abogado que buscará la justicia. Aquel que no tenga más inspiración y más guía que las leyes (la letra muerta del papel), terminará siendo un desventurado ganapán. Ossorio da un consejo muy acertado para asumir un fuerte compromiso con el ejercicio de la abogacía. Llegar a ser abogado requiere de una verdadera vocación. Mirar el espíritu de las leyes y la justicia, así como enfrentar la realidad y no la ciencia, son algunas garantías para el éxito.

Justicia y conciencia

Según Ossorio, la inteligencia de una causa requiere, en primer lugar, entender la justicia o injusticia de la misma. Desde esta perspectiva, el derecho no es un valor, sino solamente el medio de acceso al valor. El valor es la justicia, que es lo más trascendental y lo que todo abogado debe buscar.

Para Ossorio, la realidad y el sentido de justicia están por delante de la letra muerta de la ley porque propugnar lo que creemos justo, aun cuando se vulnere el derecho positivo, sería una noble obligación. De esta manera, no sólo es fundamental hacer el bien, sino que el abogado contribuye a la evolución y mejoramiento de una deficiente situación legal. Para el juez, así como para cualquier autoridad pública, puede ser más recomendable no interpretar dogmáticamente la regla escrita. Según Ossorio, cada día los tribunales deberían ser más “de equidad y menos de derecho”.

Asimismo, el abogado tiene que tener buenas dotes de escritor como si fuera un novelista o historiador. Por lo tanto, la primera condición de cualquier escrito es la veracidad, que, combinada con la oralidad, permite ejercer mejor la profesión. El único “abogado completo” para Ossorio, sería el litigante.

La abogacía no es una consagración académica, sino un ejercicio profesional. El abogado es aquel que dedica su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales. Ossorio defiende un tipo de abogado que es capaz de resolver los problemas de la vida real y, además, en el abogado la “rectitud de la conciencia” es mil veces más importante que el tesoro de los conocimientos. Lo primero es ser bueno; luego, ser firme; después, ser prudente. La ilustración viene en cuarto lugar y la pericia, en el último. El abogado deberá ser previsor, con mucha experiencia, cauto, paciente, abnegado y honesto.

El autor recomienda confiar en uno mismo, vivir la propia vida y seguir los dictados que uno se impone. Ossorio defiende un fuerte compromiso con el espíritu de la abogacía; por ejemplo, afirma que cuando él defendía un pleito o daba un consejo era porque creía que estaba en lo cierto y en lo justo. “En tal caso debo andar firme y sereno. Y si vacilo en cuanto a la verdad o a la justicia de mi causa, debo abandonarla, porque mi papel no es el de un comediante”, recomienda Ossorio. El abogado, por lo tanto, tendría que actuar confiando en “su alma”. Tiene que comprobar a cada minuto que posee una fuerza interior que ha de hacerle superior frente a los problemas del medio circundante, de lo contrario, debería cambiar de oficio.

Para Ossorio, la fuerza de la realidad es la guía más importante para la aplicación de la ley. Afirma que “el derecho no establece la realidad, sino que la sirve, y por esto camina mansamente tras ella, consiguiendo rara vez marchar a su paso”. Por lo tanto, lo que al abogado debería importarle, no es saber el Derecho, dice Ossorio, sino conocer la vida. “El Derecho positivo está en los libros, reitera, pero lo que la vida reclama no está escrito en ninguna parte”. Por esto, Ossorio también indica que “la justicia no es fruto de un estudio, sino de una sensación”, es decir, el abogado deberá seguir sus convicciones profundas, su conocimiento de la vida y sus contradicciones para guiarse como una persona iluminada por la experiencia y las luchas diarias en busca de la justicia. En esta concepción de la abogacía, no es necesario buscar sólo la aplicación de la ley, sino abrir el entendimiento para asumir diversos tipos de experiencias, ser flexible y nunca dogmático.

El espíritu del Derecho en el pensamiento de Ossorio, no es la obra del legislador, sino el producto constante y espontáneo de los “hechos”. Las leyes positivas y los códigos, pueden permanecer intactos en sus textos rígidos, pero esto no es lo importante. La fuerza de las cosas, la presión de las necesidades prácticas, son las que forman constantemente instituciones jurídicas nuevas. Ossorio cree que el abogado está llamado a consultar su conciencia, formulándose las siguientes preguntas introspectivas:

  • ¿Quién es el hombre que me consulta?
  • ¿Qué se propone íntimamente?
  • ¿Qué haría yo en su caso?
  • ¿A quién dañará con sus propósitos?
  • ¿Dónde está lo justo?

Respondidas estas preguntas, dice Ossorio, el apoyo legal es cosa secundaria. Por lo tanto, cuando se acercan a consultarle, el abogado no debería revisar qué dice la ley, sino pensar en que la ciencia de la humanidad es la verdadera. Ossorio considera que el buen abogado es un tipo de persona con una experiencia de vida abierta al mundo y sensible a diferentes situaciones específicas. Este es otro perfil del espíritu de las leyes que garantiza compromiso y, sobre todo, el ejercicio de una abogacía con plena autonomía.

La ley, la moral y el derecho

Para Ossorio, la pugna entre lo legal y lo justo no es una invención de los dramaturgos, sino un “producto vivo de la realidad”. Ossorio finaliza diciendo que el derecho responde a una moral. El hombre necesita un sistema de moral para no ser juguete del azar. Cuando el abogado se oriente moralmente, su propia conciencia le dirá qué es lo que debe aceptar o rechazar, sin encerrarse en especulaciones legales o investigaciones científicas. El enfoque moralista en el ejercicio de la abogacía, para Ossorio se cimenta en la lucidez del ingenio y la “rectitud de la conciencia”. La conciencia es el espíritu y la piedra angular para el abogado porque contribuye a manejar mejor los siguientes problemas:

  1. Pugna entre la moral y la ley. Propugnar lo que creemos justo y vulnerar el Derecho positivo, sería una noble obligación para el abogado. Además, el abogado no sólo sirve al bien en un caso preciso, sino que contribuye a la evolución y mejoramiento de una deficiente situación legal.
  2. El abogado también podría enfrentar la moralidad de la causa e inmoralidad de los medios para sostenerla. Según Ossorio, éste es un conflicto frecuente y doloroso, pero su solución también se muestra clara. Hay que servir el fin bueno, aunque se utilicen algunos medios malos, como la chicana, por ejemplo.
  3. Nunca es lícito faltar a la verdad en la narración de los hechos. El abogado que tergiversa los hechos, sería un estafador. Para Ossorio, en las tesis jurídicas no caben las tergiversaciones, aunque sí las innovaciones y la audacia.
  4. Oposición entre el interés del abogado y el de su cliente. El conflicto se resuelve por sí solo, considerando que nosotros no existimos para nosotros mismos sino para los demás. Según Ossorio, nuestra personalidad se engancha con la de aquellos que confían en nosotros. Lo que ensalzaría nuestras tareas hasta la categoría del sacerdocio es, en criterio de Ossorio, “el sacrificio de lo que nos es grato en lo que es justo”.
  5. El oficio de abogado ¿es hacer triunfar a la justicia o a nuestro cliente? ¿Iluminar al tribunal o cegarle? Cuando el abogado acepta una defensa, es porque estima, aunque sea equivocadamente, que la pretensión de su cliente es “justa”. En este caso, al triunfar el cliente triunfa la justicia y el trabajo del abogado no está encaminado las tinieblas sino a la iluminación.

Cuando Ossorio se pregunta qué es la moral, responde de manera general indicando que la moral se deriva de un concepto religioso, caracterizándose por circunstancias de lugar y tiempo. Los valores morales dentro de la sociedad van cambiando, pero el abogado sabe adaptarse a ellos sabiendo conducirse sobre lo que es justo e injusto, sobre lo que es el bien y el mal. Una vez más, Ossorio afirma que es la experiencia y la reflexión de una conciencia plena, el principal factor que ilumina el trabajo del abogado.

Cualquiera sea el tipo de contrato que celebre el abogado con su cliente, el problema central radica en guardar el secreto profesional durante el trabajo, cueste lo que cueste. ¿Quién gradúa la justa causa? ¿Quién determina lo que es malicia, ignorancia o negligencia? ¿Dónde acaban los deberes con el cliente y empiezan las obligaciones con la justicia? ¿Dónde puede existir un verdadero perjuicio? Según Ossorio, sólo la conciencia del abogado puede responder a estas preguntas con acierto.

Ossorio también aborda el problema de la chicana. De manera general la chicana es una triquiñuela artera para engañar u obstaculizar. Ossorio está consciente de esto y afirma que el empleo de los recursos y formas legales, como medio de obstrucción o dilación de cualquier procedimiento, es uno de los excesos más condenables del ejercicio profesional, porque afecta la conducta del abogado que los emplea y el concepto público de la abogacía.

El gran vicio en los procedimientos judiciales es el enredo, la dilación maliciosa, la complicación interesada. Usando tales armas el abogado se deshonra y la justicia se volatiliza. Sin embargo, en el ejercicio de casos específicos, el abogado debe evaluar muy bien la satisfacción de los intereses de su cliente, el conseguir justicia y actuar conforme se espera para proteger los intereses del cliente. Por lo tanto, dice Ossorio, pueden surgir casos en que también se podría utilizar la chicana de manera efectiva. Todo dependerá de la sagacidad y análisis de la situación que realice el abogado. A veces, afirma Ossorio, los procedimientos son malos (uso de la chicana), pero los fines pueden ser buenos y esto es lo que busca un abogado honesto, con la suficiente experiencia para darse cuenta de lo que requiere. La finalidad es actuar correcta y eficazmente.

Es nuestra conciencia, reitera Ossorio, quien nos dirá qué se debe hacer y la que nos acusará por nuestra conducta o nos absolverá por nuestra abnegación. En el abogado podrá no ser necesaria la capacidad científica, pero lo que siempre tiene que funcionar, es su conciencia.

¿Puede un abogado ser frío y sin alma? No. ¿Puede ser emocionable? Tampoco. Según Ossorio, el abogado actúa sobre las pasiones, las ansias y los apetitos que tiene la Humanidad. Si su corazón es ajeno a todo ello, ¿cómo lo entenderá su cerebro?

El abogado debe ser consecuente con lo que sabe y con sus principios personales. Que no se pida, afirma Ossorio, cosas que sean contrarias a nuestros convencimientos fundamentales o a las inclinaciones de nuestra conciencia. Que tampoco se sostengan en un pleito interpretaciones legales distintas de las que se hayan defendido en otro. Para Ossorio es fundamental ser consecuente entre lo que se piensa, los valores que uno profesa y la búsqueda de la justicia. Asimismo, sugiere trabajar con total independencia, sobre todo de la política, la familia y del mismo cliente, quien, por el hecho de pagar a su abogado, no puede ordenarle lo que tiene que hacer. Ossorio recomienda que la inteligencia es insustituible, pero más irreemplazables aún son “la conciencia y el carácter”.

La abogacía

Para Ossorio, el ejercicio del Derecho y la profesión del abogado son algo noble y fundamental para el funcionamiento de cualquier sociedad. “Si amamos y trabajamos, dice Ossorio, y paseamos y comemos y dormimos, es porque, muda e invisible, se atraviesa en todos nuestros actos esa diosa etérea e impalpable que se llama la Justicia. La Justicia es la expresión material de la libertad”; es el aire que respiramos.

En la práctica del abogado, es el “estilo forense” lo mejor. Esto quiere decir que se deben utilizar el uso adecuado de la palabra, el lenguaje y la adecuada argumentación. El abogado usa la palabra y debe emplearla como corresponde, con dignidad, pulcritud y eficacia. Para Ossorio, un buen procedimiento judicial tiene cuatro fases importantes: oralidad (estilo forense), publicidad (transparencia), sencillez (procesos directos y al punto) y eficacia (lograr justicia).

Según el autor español, la justicia no es sólo un poder sino el más trascendental de los poderes. Actúa sobre los ciudadanos en su libertad y todas las dimensiones de la vida. La justicia está sobre el gobierno porque enjuicia a sus miembros. Impera sobre el mismo parlamento ya que puede declarar la inconstitucionalidad de las leyes.

El enfoque moralista del “Alma de la toga” es positivo, sobre todo para los abogados jóvenes; sin embargo, se requiere más investigación y esfuerzo para contextualizar el ejercicio del derecho en el siglo XXI, época donde el uso de la tecnología y la necesidad de una reforma organizacional en el sistema judicial, hacen que el trabajo del abogado sea mucho más que estar abierto a las experiencias de la vida cotidiana.

Precisamente las experiencias actuales de la vida sometida a nuevas y destructivas amenazas como las redes sociales de Internet, la destrucción del medio ambiente y las constantes violaciones a los derechos humanos debido a la crisis de las instituciones democráticas y al crimen organizado, hacen que la práctica de la abogacía sea un reto insigne, tal como lo planteó Ossorio a comienzos del siglo XX.

Hoy día se requiere de enfoques multidisciplinarios y una comprensión de la justicia que sean la convicción y el compromiso con la conciencia. El abogado debe ser aquel profesional con una especialización sofisticada y una capacidad de análisis multidimensional como para transformar la justicia desde la fuerza del espíritu de las leyes.

Pamela Alcocer Padilla es socióloga, especialista en desarrollo organizacional

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