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Ataque de melancolía

De:  Carlos Battaglini / Inmediaciones

Ocurrió hace unos días. De repente empecé a sentirme incómodo. La risa ya no me salía fluida, me daba pereza encontrarme con gente, el negro se posaba sobre mi frente. Los viejos fantasmas estaban de nuevo aquí. No sé muy bien como pasó, pero lo cierto es que fue así. De pronto, sufrí un ensimismamiento agudo, un auto encogimiento profundo; busqué refugio en el escondite, me oculté dentro de la oscuridad, me tapé dentro de la cueva. Mi alma y mi cuerpo volvían a hablar diferente idioma, dialectos que a veces se podían entender, pero que al final no llegaban a una comprensión real.

Me estaba volviendo a sentir mal aquí. Aquí, en mi país. Como un veterano del Vietnam que vuelve a su casa, que recibe abrazos y flores en el aeropuerto, pero que al día siguiente se da cuenta que no entiende nada. Que este no es su sitio, que no se identifica ni con los que están alrededor, ni con lo que está pasando en frente de sus narices. Así estaba yo.

Callado, con gesto gris, mirada de niebla, como el faro de la isla de San Borondón, apagándose, apareciendo, apagándose… La realidad volvía a ser manipulada por mi mente. Mi cerebro, el más exigente de una clase plagada de Rottenmeiers, nunca se contentaba con lo que hacía: siempre daba la sensación de que podía hacer más, no estaba haciendo lo suficiente. Era, es horrible. De nada servía que invirtiese un montón de tiempo en escribir. No, el decía que no era suficiente. Echarse en un sofá era un pecado, ver la tele, una pérdida de tiempo. Pensar en frivolidades, algo peligroso y sin futuro.

Estaba desesperado. Escribiendo pero sin obtener ningún resultado real que me convenciese de que estaba aprovechando el tiempo, de que todo el trabajo que estaba desplegando servía para algo. Una sensación extraña. Se me juntó todo. Volvían los fantasmas. Sólo apreciaba lo malo, lo fatal: la envidia que me rodea a veces en mi país. Gente que vigila todos tus pasos para asegurarse de que te controlan, para intentar superarte como sea. Como no lo consiguen, estallan, envidian, recelan e intentar joder. Todo se me juntaba.

La calle volvía a ser para mí un lugar horrible, cruel. Mi sensibilidad era de una sensibilidad al cubo multiplicada por el infinito. El Sábado por la noche volvieron los dolores. Parecía un ataque, un ataque de melancolía. Acompañaba la noche, solitaria, callada. Sonaba algo de chill-out. La nocturnidad era peligrosa e inspiradora. Pensé en ellos. En todos. Y no pude más. Pensé en todos mis amigos. En los amigos de verdad: en la gente que sé que se alegra de mis éxitos, que se entristece cuando las cosas no marchan.

Pensé en todos ellos y les escribí. Se los conté. A veces no estoy cómodo en España, les decía. De vez en cuando me siento como si estuviese en una playa paradisíaca donde todos los bañistas me cayesen mal. Imagínatelo. Una playa, un mar maravilloso, una arena suave, un sol amigo. Y los bañistas. Gente que te mira mal cuando te vas a bañar, o cuando te tumbas a coger un poco de sol.

Y todo, es verdad, o casi todo, más bien, está en la cabeza de uno. Uno se puede inventar su vida, su historia, escribir sus actos, dibujar su presente, trazar su futuro, decorar su pasado. Lo podemos hacer. No hay una fuente absoluta que nos diga que nuestra vida fue así o asao. Nosotros la podemos dibujar. Además, normalmente la imagen que uno tiene de sí mismo, dista muchísimo de la que tienen los otros.

Mírate en una cámara de video. Te sorprenderías. Una vez me vi en un video. Pululaba por una nave de San Fernando, rodeado de cazón y pescaíto frito. Me vi en la pantalla con una sonrisa perenne, un buen rollo constante . Ese era yo. Quiero controlar la cabeza, positivarla, llenarla de mensajes positivos, alentadores, alegres. Quiero creerme de una vez que todo está bien y que todo va a estar aún mejor.

El ataque de melancolía siguió y lo hice. Página web de Air Europa. Página web de Virgin. Lo haré. Me voy. Saco los billetes. Un viaje para reencontrarme con los míos. A recordar que hay más cosas en la vida. Porque cuando uno vive en un sitio pequeño, cercado por las mismas personas, las mismas costumbres, tiene que recordar de vez en cuando que hay más cosas. Que tan solo vives en un fragmento atómico de la totalidad. Pero hay que recordarlo. La mediocridad siempre está ahí. La basura engancha. Ganaremos.

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