Heberto Arduz Ruiz
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Quiero aspirar el aire de París y descubrir algo de sus mil y uno imanes turísticos, basados en mitad del camino entre historia y cultura. La consigna diaria está marcada de común acuerdo con mi hija Cecilia y su esposo Yannick, de nacionalidad francesa, mis anfitriones, junto a mi amada e inseparable nieta Lunita, a fin de configurar la agenda de visitas a la ciudad; para lo cual es preciso tomar el metro y luego caminar y caminar, sentarnos a tomar un cafecito, o una cerveza, en los coquetos restaurantes a la orilla de las avenidas y calles; programando de forma antelada por internet el ingreso a museos, residencias de célebres escritores del pasado y centros culturales. El tiempo transcurre rápido en estos lugares en los que el arte se advierte a cada instante, en cada paso que se da.
En tres notas anteriores pretendí sintetizar algunos apuntes del viaje realizado. Por lo demás, la buena mesa y la extensa variedad de vinos franceses y, por supuesto, de otras nacionalidades, resulta destacable. Los restaurantes de comida italiana, japonesa, china, tailandesa, hindú, francesa, española, peruana, mejicana, marroquí, vietnamita (vegetariana) y otras abundan en las diferentes zonas. Se estima que estadísticamente existen más de veinte mil empresas del ramo.
En familia denominé a una plaza de las Flores, en razón de existir una tienda de expendio de estas bellas expresiones de la naturaleza, por la que transitan muchachas de excelente estampa, debido a que muy cerca se encuentra una salida del metro y, además, se tiene un artefacto para aumentar aire a las llantas de los ciclistas, haciendo concurrido el espacio abierto.
Veo mujeres en París y me agrada su pausado caminar; unas veleidosas y otras tranquilas, cada una provista de atractivo, dentro de la diversidad procedente de todas partes del mundo, hecho que igual se observa en otras capitales de alto flujo turístico. Una francesita que estuvo sentada en el parque, radiante como el sol de otoño, mientras sus pequeños hijos retozaban ensayó no sé qué figura con sus largas piernas cruzadas en extraña y sensual pose, capaz de hacer bailar en alegre ronda a las hormonas masculinas. Otra morena monta su bicicleta y al hacerlo exhibe el muslo ¡qué belleza! y uno de los senos colma la blusa y sale juguetonamente, en actitud de dar de lactar; se diría que se expandió en el aire, pues el pecho conforme asoma a la libertad se ufana y respira aire puro, sin barbijo, digo sin sostén. De manera similar aquella dulce rubia embarazada, barriga llena y corazón contento, luce contorneadas piernas en vestuario holgado y colorido; ilusa picarona, ¡qué va si eres territorio ocupado! En suma, damas de toda edad alegran el paisaje que dispersa luz y alegría vital.
Feliz mortal, apasionado y soñador, escruta la realidad momentánea en la que no puede estar ausente el eterno femenino y olvida el pasado, porque en su ser habita la nueva quimera en búsqueda de emociones y felicidad volátil. El amor que nunca muere es el que jamás existió. Sólo brotes de ternura que nunca llegó a germinar. La vida es un vals y es preciso saberlo bailar, cosa que no aprendí de joven ni cargado ya de años. C`est la vie.
Ya no estoy de pasajero en el metro de París. Retorné a Bolivia, pero en mis sueños continúo caminando las calles de la capital francesa. El impacto fue grande, no obstante que conocía la ciudad; seguramente se precisa mayor tiempo que un par de meses para adentrarse en el espíritu de su cultura.