Ante los crímenes más horrendos siempre se ha contrapuesto la consigna: “ni olvido, ni perdón”. La amnesia, estoy de acuerdo, nunca fue ni siquiera parte de la solución. Todo lo contrario, fue siempre la raíz del problema. La memoria, como cimiento de la capacidad de aprender, dio origen al conocimiento, a la cultura y la cultura hizo posible la supervivencia de la especie. La Historia, como parte fundamental de la cultura, nos da cuenta de los aciertos y principalmente, de los errores cometidos en el transcurso de nuestras vidas. No en vano se dice: “Quien desconoce su historia, está condenado a repetirla”.
Disculpe el lector si traigo nuevamente a colación el doble infanticidio que hace poco tiempo sacudió a nuestra sociedad. Proceso abreviado, confesión, sentencia ejecutoriada, caso resuelto. ¿Dar vuelta a la página? No señor. Es indispensable desentrañar el porqué se dan este tipo de crímenes tan bizarros y difíciles de comprender. Ni siquiera la víctima sobreviviente, la madre de las dos criaturas, de ser posible el olvido, podría beneficiarse de ello. Para superar la tragedia es indispensable entender sus causas, comprenderla en su totalidad y explicarla con la razón como herramienta.
La violencia intrafamiliar, contra las mujeres, los ancianos, las personas con discapacidad y como en este caso, en contra de los niños en grado de infanticidio, teniendo además al progenitor como verdugo, está golpeando cada vez con más fuerza nuestra estructura y dinámica social. A pesar de que contamos con la Ley 348 como arma jurídica de defensa, no se logra reducir significativamente su incidencia. En parte por la inconsistencia de nuestro sistema judicial, pero, sobre todo, porque, por más que la Ley se aplicara rigurosamente, se aplica, lamentablemente, cuando ya los delitos se han consumado. Los niños, después de vivir calvarios de terror y violencia, son salvajemente asesinados o han perdido a su madre y su padre purga una condena. Cuando sobreviven, están condenados a vivir en orfanatos hasta la mayoría de edad.
Es más que evidente que eso no es lo que la sociedad anhela. Es indispensable y urgente prevenir la violencia al interior de los hogares. Prevenir significa anticiparse a hechos indeseables y sólo es posible anticiparse cuando se han identificado las causas. ¿Dónde buscar las causas? Indudablemente no las vamos a encontrar en el comportamiento o en la forma de ser de la víctima, pues como ser humano, la víctima está bajo la protección de los Derechos Humanos y estos reconocen que absolutamente nada en una persona justifica su vulneración, pues nada en ella le hace perder su condición de ser humano. En consecuencia, las causas de la violencia en el hogar, en contra de la mujer, en contra de los niños, ancianos o personas con discapacidad, únicamente las vamos a encontrar en el comportamiento, en la psicología, en la manera de ser, del o de la agresora.
El temor a la muerte no es sólo a ser matado, es también, y quizás, sobre todo, a causar la muerte de otro ser humano y ni qué decir si el otro ser humano es un niño nacido del amor y de la propia sangre. ¿En qué grado de inconsciencia tendrá que estar un hombre para mancharse las manos con la sangre de las personas que más ama? En la respuesta a esta pregunta es donde se puede encontrar la causa de los infanticidios. Además, es indispensable analizar el grado de crueldad y premeditación con que se cometen, regularmente, estos crímenes. Con seguridad, se puede afirmar, que, en tal grado de obnubilación, ni la amenaza de la pena capital, puede actuar como elemento disuasorio. En consecuencia, estamos frente a un caso de trastorno mental y/o del comportamiento. El ignorar o soslayar el trastorno mental, generalmente obedece a la falsa creencia de que la discapacidad mental del infractor o infractora, le permitirá eludir la sanción penal. Nada más errado. Es pertinente, en este punto de la argumentación, recordar que la sanción penal (que en Bolivia es la privación de libertad para casi todas las figuras delictivas) tiene dos finalidades, una es la de reeducar al infractor para luego devolver a la sociedad, una persona útil a sí misma y a los demás y la segunda es precautelar la armonía social, retirando de la circulación a la persona infractora. En atención a cualquiera de las finalidades de la privación de libertad, si esta se va a aplicar a una persona que está en pleno uso de sus facultades mentales, cuánto mayor sentido tendrá, reeducar o modificar su conducta, asimismo retirarla de la circulación, si tal persona no está en pleno uso de sus facultades mentales.
Es la criminología, la ciencia responsable de proveer la explicación de estos casos. Los crímenes cometidos por Jorge del Carmen Valenzuela Torres (“El Chacal de Nahueltoro”) en Nahueltoro, población rural chilena, en 1960, son más comprensibles, pues ese hombre no tenía grado de instrucción alguno, no asesinó a sus propios hijos y estaba viviendo circunstancias desesperantes en extremo, en cambio Cesar Guillermo Tesanos Pinto, el autor del doble infanticidio, es médico de profesión y pudo, por su formación profesional, advertir en el propio comportamiento, alguna inclinación hacia la violencia. Estamos, sin la pretensión de formular un diagnóstico clínico, frente a un caso de psicopatía y 30 años en un sistema penitenciario que no apunta certeramente a la rehabilitación, no la van a revertir. La criminología ha probado repetidamente que para los asesinos seriales, el primero es siempre el más difícil.
Por toda la argumentación expuesta, las leyes y las ciencias de la conducta, deberían formular políticas públicas explícitas para prevenir oportunamente la violencia en los hogares.
Ante la persistencia de la memoria, la imposibilidad del olvido, y la realidad insoslayable, a quienes tenemos formación cristiana, para seguir viviendo, solo nos queda, en el espíritu de la semana santa que culmina, aceptar a la muerte ineludible y más allá de velar por el cumplimiento riguroso de las leyes humanas, y para no perder la razón. Cultivar el perdón.