Álvaro Vásquez
El 15 de julio, noche de la verbena paceña, por un malentendido logístico-sentimental, me quedaron unas pocas horas libres. Decidí ir al cine, y opté por la Cinemateca boliviana.
Desde hace mucho, solía ir a esta sala sin siquiera saber qué películas proyectaban. Tal era (y es) mi grado de confianza en quienes hacen la programación. La noche de la verbena vi una película alemana cuyo título olvidé, pero sí recuerdo que por momentos se escuchaban explosiones de la película en la sala contigua. Al salir, supe que ahí habían proyectado Thor (supongo que la última de la saga). Eso me recordó que ya hace tiempo la Cinemateca tuvo que brindar espacio a películas comerciales, imagino que como una forma de buscar mayores ingresos.
En la sala en la que estuve esa noche, creo que no llegamos a la docena de espectadores. Para bien o para mal, Thor convocó mucho más público (pensándolo con calma, creo que para bien). Como ya antes de entrar, se notaba que en mi sala habría poco público, compré la más grande de las pipocas, chocolate, refresco y dulces. Gasté más en el snack que en la entrada, y no me pesa. El haber acabado con la boca pastosa por la cantidad de sal en las pipocas, pese al refresco y los dulces, tampoco me pesa. Ver que la misma persona que vendía las entradas debía también atender el snack (o como se llame), y que tenía que “prestarse” dinero de la boletería para dar cambio por pipocas y dulces, me hizo prometerme que al ir a la Cinemateca nunca compraría dulces de las caseras de la calle para ahorrarme unos pesos (lo que sí hago al ir a una de las multisalas, lo confieso sin rubor).
Unos días después, leí que se proyectaría la película El gran movimiento, que no había podido ver antes por hallarme de viaje, así que ahí estuve puntual. Me alegró ver que la sala albergó esa noche más de treinta personas. Aunque la película merecía mucho más público, quiero creer que ya mucha gente la vio en sus primeras proyecciones.
Pese a esos antecedentes, lo que sucedió el sábado siguiente, en una nueva visita en poco más de una semana a la Cinemateca, de verdad me dejó mal.
Invité a una amiga a ver Elvis, película de la que había leído alguna buena crítica. Al llegar a la boletería, pedí dos entradas, a lo que el encargado me contestó que el mínimo de personas requerido para poder proyectar una película era de tres, y que deberíamos esperar para ver si llegaba al menos una persona más. Grave.
Pensé que en ese mismo momento las multisalas estaban recibiendo decenas de personas para ver la misma película, y me sentí mal. Pocos minutos más tarde, llegó otra pareja, también para ver Elvis, y les agradecí su presencia, mientras les contaba sobre el mínimo necesario de tres personas. Nueva visita al snack, y a ver la película (que estuvo muy buena). Al final, la proyección tuvo diez espectadores. Solo diez.
Y me seguí sintiendo mal. Y al llegar a casa pensé en escribir estas líneas. Mi único consuelo es que esa noche, luego de comentar con mi amiga lo que aquí leen, al salir del cine, ella preguntó a quien antes nos había vendido las entradas sobre la programación y horarios para los siguientes días. Luego me dijo que a futuro llevaría a su hija y familia a la Cinemateca, y ya no a las abarrotadas multisalas. ¿Un par de personas más?, parece poco… pero no lo es. Recuerden el requisito mínimo de tres personas. Cada una cuenta.
Casualmente, en esos días, leí un artículo de Alfonso Gumucio Dagrón, titulado “Cinemateca: Contra viento y marea” (https://www.lostiempos.com/actualidad/cochabamba/20220724/cinemateca-contra-viento-marea). Título que grafica bien la forma en que esta institución trabaja. Y menciona también un dato revelador: solamente tres personas trabajan en la Cinemateca a tiempo completo. Así se entiende que cada una deba desempeñar distintas labores.
No tengo nada contra las multisalas. A veces las visito, también, pero pensar en que reciben cientos de espectadores, con precios mayores, tanto en las entradas como en servicios conexos, y que la Cinemateca boliviana espera tener TRES espectadores para proyectar una película, y así poder sobrevivir, me molesta, me duele, pues dice algo de nosotros como sociedad, y no es algo de lo que podamos sentirnos orgullosos.
El cine es espectáculo, cierto, y es diversión, y esa característica actualmente ha eclipsado sus mayores virtudes. El cine se denomina también “séptimo arte”, y es por algo. Las multisalas venden diversión y espectáculo, y está bien, esos espacios son necesarios en una ciudad. Pero la Cinemateca ofrece cultura (películas que son obras de arte, trabajo de cine clubs, ciclos de películas, etc.), y eso es también necesario. Por eso merece nuestro apoyo.
Que veamos una película en la Cinemateca (incluidas las de Marvel) no hará que las multisalas quiebren, pero sí logrará dar un respiro a la institución que desde hace décadas trabaja por la cultura, por el cine entendido como arte. No hacerlo es miopía, es egoísmo, es simple estupidez… es suicidio.
Poco antes de publicar este texto, me di cuenta de que nunca fui solo a una de las multisalas de nuestra ciudad. Y sí fui solo a la Cinemateca, muchas veces. Y pienso que es así porque la diversión necesita compañía, pero la reflexión y el pensamiento, no. Son tareas que, como la lectura, se llevan mejor con la soledad. Por favor, no permitamos que un espacio apto para crear complicidad entre esas soledades desaparezca.
Hasta hace unos años, la Cinemateca era espacio para presentaciones de libros, exposiciones de cuadros y algunos otros eventos culturales, ¿por qué no intentar que vuelva a serlo? Cuando se inauguraron sus nuevas instalaciones (poco antes de la apertura de las multisalas), incluso la cafetería del último piso tenía muchos clientes. ¿Por qué no pensar en revivir ese espacio? Podría albergar tertulias sobre cine, literatura, cultura en general. Nuestra ciudad tiene tan pocos espacios con esas características, que es incomprensible que una institución como la Cinemateca no reciba nuestro apoyo.
La Cinemateca boliviana apenas sobrevive, y no nos damos cuenta de que con ello agoniza una parte nuestra, nuestra mejor parte como sociedad. En tiempos oscuros, en que una amenaza pesa más que un argumento, en que la confrontación reemplaza al debate de ideas, espacios como la Cinemateca son imprescindibles.
Apoyémosla. Es necesario hacerlo.
Es urgente.