Los actos rituales que las sociedades realizan para marcar el fin y el inicio de una etapa son tal porque cargan simbolismo y, en ese sentido, todas las ceremonias que se llevaron a cabo este domingo en Bolivia han sido la representación del retorno de una fuerza política al gobierno; pero también ha sido significativa la ausencia absoluta del gobierno saliente.
En todos los actos de transmisión de mando, con rituales y protocolos, brilla quien llega a la presidencia, por supuesto; sin embargo, quien se va también tiene importancia y está presente porque es quien entrega el gobierno y suele estar en compañía de su gabinete, hasta que llega el momento en que vuelve a ser persona de a pie.
Jeanine Añez, la segunda mujer presidenta de Bolivia, la transitoria, la autoproclamada, la golpista, como quiera que se le quiera llamar, a lo mucho vio por televisión toda la seguidilla de representaciones ceremoniales, protocolarias y de festejo a la que dieron cita mandatarios y delegaciones de varios países del globo.
Añez no estuvo en ningún acto o ceremonia, desde su casa en el Beni estaría digiriendo lo ocurrido y, también, todos los insultos que en estos últimos días le han llegado en sus redes sociales, no sólo de quienes siempre le rechazaron, sino fundamentalmente de quienes allí la colocaron, la dejaron sola y hoy la desprecian. Tal como a Elizabeth Rousset, protagonista de “Bola de cebo” de Guy de Maupassant.
Hace un año, ante la crisis política e institucional que se produjo luego de la renuncia de Evo Morales y su entorno, que amenazado tuvo que salir al exilio, un grupo reducido de personas, entre políticos, diplomáticos y alguna organización de la sociedad, sin representación otorgada para tal fin, se atribuyó el deber de solucionar el vacío institucional y optó por llamar y seducir a Añez para que asumiera el cargo de Presidenta, ya que entonces era la segunda vicepresidenta del Senado.
Añez entró por la ventana al Palacio de Gobierno con una enorme biblia por delante y el acto de posesión como primera autoridad del país se produjo de manera apresurada y muy cuestionada. En ese entonces y por unos meses, quienes habían derrocado a Evo Morales la aplaudían y elogiaban, tanto que hasta se lo creyó y postuló para ser candidata en unas elecciones que prorrogaron dos veces.
Desde que llegó al gobierno, sin partido, ella hizo caso a su entorno: “pacificó” al país a bala, con una treintena de muertes, y con detenciones indiscriminadas. Tras su postulación, gran parte de su gobierno estuvo volcado a hacer campaña electoral, mostrándola en roles femeninos machistas de cuidado del hogar como metáfora de Bolivia. Mientras tanto la crisis sanitaria por el covid-19 arreciaba y los actos de corrupción también.
Movilizaciones sociales hicieron posible las elecciones de este 18 de octubre. En un país polarizado, desde su mismo bando ella fue forzada a renunciar a su candidatura para favorecer con sus votos a Carlos Mesa, quien se perfilaba como único contendiente capaz de vencer a Luis Arce, candidato representante del anterior gobierno y quien finalmente ganó las elecciones con un contundente 55%. O sea que ella se sacrificó en vano y hoy, su grupo, no tiene representación alguna en el parlamento.
En los últimos días, Áñez ha escrito algún twitt y sólo recibe insultos que le critican que haya permitido que vuelva al poder el partido de Evo Morales. Seguramente, a esta gente le habría gustado que coja al ejército y a punta de tanques mantenga “el orden debido”.
En fin, luego de ser usada, Áñez ha sido dejada de lado y es posible que enfrente juicios. En la ceremonia de transmisión de mando ha sido totalmente obviada, no sólo por quienes hoy tienen el poder, sino también por quienes la apoyaron y por la comunidad internacional y sus representaciones que han acudido al acto de posesión de Arce para reafirmar su reconocimiento a un gobierno que esta vez, sin duda alguna, es legítimo porque es por voluntad popular.
Drina Ergueta es periodista.