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Amor y resignación

Shannel Peláez Córdova

Escucho su llanto y entristezco, porque ya nada se puede hacer.

Mi familia nunca fue feliz y el amor escaseaba al igual que los cuidados de nuestros padres hacia nosotros, sus hijos. Desde los cinco años supe la situación en la que vivían mi madre y mi hermana. Los maltratos eran constantes por parte de mi padre. En las noches, ellas se encerraban en el cuarto a llorar, mientras yo crecía y contemplaba aquellas escenas. Tenía miedo que mi papá me golpeara en algún momento.

Un día me levanté y empecé a sentir un fuerte dolor en la cabeza. Llamé desesperada a mis padres y hermanos, pero nadie me respondía. Lloraba desconsoladamente de dolor, poco después caí al suelo y perdí la conciencia.

Cuando recobré el sentido, vi a mis padres y mis hermanos, quienes se alegraron de verme despierta. Estaba echada en una cama, alrededor mío habían máquinas a la cual estaba conectada.

-Mi niña despertaste – dijo mi madre y me abrazó.

-Hijita –habló mi papá.

Estaba confundida, no sabía que me había pasado, tampoco cuánto tiempo estuve inconsciente. Minutos después, llegó el médico y dijo:

-Las convulsiones serán frecuentes, haremos análisis para saber la causa de lo sucedido.

-Gracias doctor –dijeron mis padres.

Apenas el doctor salió de la habitación, papá empezó a quejarse. Le echó la culpa a mi mamá de que por su descuido yo estaba mal.

Mi mamá calló por miedo. Al poco tiempo, tuve una convulsión. Mi madre llamó de inmediato al doctor y me inyectaron un líquido que detuvo los temblores. Luego de recuperarme un poco, las enfermeras me llevaron a una sala donde escanearon mi cuerpo con una máquina especial, para hallar las causas de mis convulsiones. Al terminar, me llevaron a mi habitación. Cuando estaba llegando, escuché otra vez a mi papá reclamándole a mi mamá. El miedo invadió mi ser, porque pensaba que en algún momento él podía hacerle algo malo a ella.

Estuve pensativa varias horas, hasta que llegó el doctor a mi habitación.

-Su hija tiene epilepsia, la causa de las convulsiones es debido a la carga de energía que se almacena en su cerebro- informó el médico.

Mis padres estaban sorprendidos por la noticia, en especial mi mamá sus lágrimas no dudaron en salir por su bello rostro.

– ¿Alguna vez la niña tuvo fiebre alta, más de lo normal? – preguntó el doctor.

Mis padres no sabían qué responder.

-Una vez sentí que mi cara me ardía mucho y que estaba muy caliente- contesté.

– ¿Cómo? – preguntó papá fuertemente.

– ¿Hijita por qué no nos dijiste nada? – preguntó mi mamá.

-Lo que tenemos que hacer ahora en adelante es cuidar de su salud y seguir el tratamiento que les daré. Además, tendrán que traerla cada mes para sus revisiones médicas- informó el doctor.

Luego de haber recibido los medicamentos y salir del hospital, regresamos a casa. Al llegar, papá empezó a gritarle a mi madre:

-¡Si hubieses hecho caso a tu hija, no estuviésemos pasando por toda esta situación!

-Por favor, no grites- dijo mi mamá con miedo.

-Papá, mi mamá no tiene la culpa- le dije.

-Tú, silencio- me gritó papá.

Mi padre, fuera de sí, comenzó a golpear a mi mamá. Ella cayó al suelo y él siguió   pegándole e insultándola. Observé la escena con mucho miedo y lloré. Al día siguiente vi a mi mamá con el rostro maltratado. Me acerqué y la abracé. Ella me dijo:

-Hija, nunca, nunca te dejes tocar por un hombre, ni que te insulten, siempre date a respetar, no seas como yo.

Pasaron los días y los meses y yo seguía mal emocionalmente. Lo bueno era que las convulsiones cesaron, pero varios años después me detectaron un tumor cerebral. Aprendí a vivir con eso, a mis cortos catorce años.

Varias veces escuché en las noches los llantos de mi madre, pues mi padre seguía maltratándola. Una ocasión, mi papá me dijo que mejor no hubiera nacido para no causarle tantos gastos. Poco a poco dejaron de llevarme a las revisiones médicas. Mi familia estaba pasando por una situación económica muy difícil.

Mi mamá pensaba que estaba bien, porque ya no me quejaba por los dolores que padecía, pero en realidad, cada vez se hacían más intensos. Además, había empezado a tener ansiedad y depresión. Estaba al borde del colapso mental y no solo por el tumor, sino por las agresiones constantes de mi padre hacia mi mamá.

Una mañana, no pude resistir más el dolor y perdí la conciencia. Me llevaron al hospital de emergencia. Estuve varios días allí. El médico les dijo que el tumor era maligno y que no había muchas esperanzas para mí.

Ahora, parece que todo ha cesado. Siento un gran alivio, a pesar del sufrimiento de mi madre al abrazar acongojada mi ataúd. Escucho su llanto y entristezco, porque ya nada se puede hacer.

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