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Adriana Bilbao, la mariposa nocturna

“…es el granizo sobre los cristales, un grito de golondrina, el cigarro que fuma una mujer soñadora, una tormenta de aplausos. Cuando su gente llega a una ciudad, suprime la fealdad, la monotonía, la tristeza; cual vuelo de insectos devora las hojas de los árboles…”

Jean Cocteau, acerca de la bailaora Carmen Amaya.

Maximiliano Benitez

Podría iniciar esta semblanza, esta apología del arte olvidado, apelando a la belleza de la bailaora de la que voy a hablar. Colmaría de adjetivos y figuras literarias al personaje o entidad que encarna su humanidad durante la actuación, hasta desprendernos (lectores y autor) de la trivialidad de lo vacuo, dejarnos acariciar por el floreo de sus manos en el escenario, y fundirnos en un silencio hermanado al grave taconeo. Podría valerme de la astucia literaria, del simple regocijo que albergo en la memoria de cada una de sus intervenciones en la madera del tablao. Pero no le haría justicia.

Porque para hablar de Adriana Bilbao, la bailaora y coreógrafa vasca; para intentar acercarme a su interpretación del baile y el flamenco, es necesario emprender un largo viaje. Un descenso a la tierra fértil y al hierro forjado en las minas del norte; a las aguas bravas del Cantábrico pero también a la resaca de las olas que bañan las costas de Andalucía, las ciudades eternas. A esa curiosidad que nunca debería disiparse, entendiendo por curiosidad, búsqueda. La misma búsqueda que se desprende de los espectáculos de su propia autoría que, paladinamente, examinan la historia para proyectarse aún con más vigor hacia el futuro. Ese despertar que germina en la infancia, en la matria, placenta de todos los amaneceres.

Adriana Bilbao no baila en el sentido lúdico de la palabra. Para ella es una forma de examinar el alma. Pero tampoco busca el anclaje en el resabio de lo aprehendido: la bailaora vasca vive, encarna, explora, se enciende en el respeto a la tradición para ofrecer un nuevo concepto. No creció bailando en los corrillos familiares donde germinara el flamenco, pero se formaría con los mejores para hacer de ese lenguaje el suyo, desde el encanto del que tampoco la mariposa puede escapar tras el sueño de la oruga.

Vuelvo sobre mis propios pasos, tanteando en mis propias vivencias para intentar entender por qué escribo, sufro, y dócilmente me meto en la piel de personajes que solo respiran en mi mente. Me obligo a hacerlo para entender su viaje. Porque yo no nací escritor, de la misma manera que Adriana no nació flamenca. Si leí y escribí más que mis congéneres no fue porque hubiera un índice en llamas señalándome desde las alturas. Tampoco creo que hubiera una predisposición natural. Hubo y hay un camino, una senda. Debía volver para comprenderlo. Entonces regresé al niño que alguna vez fui. A las lecturas de la infancia, los libros siempre accesibles que mi madre buenamente ponía a mi alcance. En tal caso, yo fui una mecha que mi madre supo encender. Todo se reduce a un gesto. Y detrás de los gestos que cambian una vida, o la eternizan, siempre hay una madre.

Adriana sabe mucho de este periplo. Sabe ya de lejanías y de ausencias definitivas. Por esta razón siempre regresa a su Bilbao natal. Regresa incluso sin desplazarse. Vuelve en realidad cada vez que pisa un tablao, o monta un espectáculo en el que la tierra se funde hermanada a la raíz del arte que eligió para perpetuar ese sentimiento, esa congoja, pero también esa celebración de la vida. No es algo tan habitual como muchos pueden llegar a creer. Porque no es el oficio o la habilidad lo que trasciende el tiempo para forjar un recuerdo; y mucho menos en este tipo de manifestación artística en el que, el valor de lo “efímero”, cobra especial importancia: la huella es perenne cuando advertimos que intentan llegarnos al alma, hablarnos desde las mismas entrañas. Y Adriana pertenece a esta estirpe.

Y no es que me lo hayan contado. Yo estuve allí una vez. Y he visto, en la penumbra de la madera del tablao, desde la angustia y la fascinación, su suave braceo llegando al cielo del techo, la sutileza de sus movimientos, su taconeo rompiendo la crisálida, el acercamiento a los límites del escenario de su imponente presencia escénica. Y creo que alcancé a ver, antes de que las luces se apagaran junto a la voz del cantaor, una mariposa nocturna, hija del floreo, emerger de sus manos y desvanecerse ante el silencio del público, como si a la vida no le bastase con el hermoso sacrificio hecho baile.

Biografía:
Con una mente curiosa e inquieta siempre ha enriquecido su formación con trabajo y actuaciones a lo largo de toda su trayectoria. Posee el Título Superior en Pedagogía de la Danza otorgado por el Conservatorio Superior de Danza “María de Ávila” de Madrid, un Máster Universitario en Artes Escénicas y es Licenciada en Comunicación Audiovisual.
Tras comenzar su formación de danza en Bilbao, se traslada a Málaga donde estudia con Susana Lupiáñez “La Lupi”, y a Sevilla. Es semifinalista en el XII Concurso Andaluz de Jóvenes Flamencos, en Sevilla y 2º Premio en el XVII Concurso Flamenco “Villa de Guillena”.

Su baile se define dentro del flamenco más tradicional no obstante, su inquietud e interés por renovarse le permiten ir explorando y probando otros códigos a través de un movimiento elegante y sutil pero también impetuoso y vivo. Su constante búsqueda e ilusión le llevan a estrenar en el año 2013 en Bilbao su primer espectáculo como bailaora y coreógrafa, “El cuarto escalón”. Posteriormente, “Burdina-Hierro” en 2019, realizado este en colaboración con el músico y cantautor de Iparralde Beñat Achiary. Actualmente además de continuar trabajando con la última obra, se encuentra inmersa en su próximo proyecto que se estrena en 2020 “É C L A T. Fragmento desprendido de un cuerpo que explota”.

Compagina los proyectos con tablaos y actuaciones en compañía a nivel nacional e internacional; entre ellas, en 2016 forma parte del elenco del espectáculo «Flamenco Hoy” de Carlos Saura. Desde 2019, es componente del espectáculo de teatro inmersivo afincado en Madrid, “Tacones Manoli”, dirigido por Felype de Lima y coreografiado por Manuel Liñán. Además trabaja en tablaos como Casa Patas, Café de Chinitas, Torres Bermejas, entre otros.

Actuación en Casa Patas, Madrid:

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