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Acuseo

El debate público chileno se encuentra cruzado de punta a cabo por la práctica del “acuseo”. La actual situación no la provocó una ley o un decreto sino la persistencia y convicción de los participantes. Si lo que caracterizó a la democracia post dictadura fue una suerte de higiénica cortesía donde los temas peliagudos fueron barridos debajo de la alfombra, a partir de esta segunda rotación Bachelet – Piñera, los protagonistas de la política prefieren apuntar con el dedo a cualquier provocación. Aunque esto haya resultado parcialmente efectivo con la caída de alguna autoridad o con la modificación de una política pública, la mayoría de las veces culmina en oleadas de rumores coreados en las redes sociales y que sólo sirven para afianzar ideas preconcebidas y sumar almas descorazonadas a la causa. Mejor ni preguntarse cuánto contribuye esta práctica al debate de calidad, pues todo queda reducido a quién grita más fuerte para una galería conocida de antemano.

La última campaña presidencial, sin ir más lejos, estuvo marcada por el “acuseo”. Cada uno de los candidatos recibió su respectiva andanada de parte de los contrarios pero también de periodistas inquisidores ansiosos de minutos de fama. Corrupción, narcotráfico, enriquecimiento ilícito, nepotismo, ignorancia, chavismo, despilfarro y explotación. Bachelet dejaba un país en llamas que sólo podía ser rescatado por un salvador o al menos un mejor domador de bestias.

Los aludidos siempre optaron por responder con las mismas armas, pero con otros blancos que alejan una posible respuesta a la acusación. La experiencia muestra que Chile no cuenta con mecanismos efectivos (y si los tiene, poco los usa) que permitan destituir Mandatarios, deshacer gobiernos, desaforar parlamentarios y encarcelar autoridades involucradas en delitos de cuello blanco e incluso cuello plomizo. Nuestro modelo obedece a un exasperante instinto de conservación que algunos incluso consideran con orgullo una muestra de estabilidad. Mientras tanto, el “acuseo” surge como hipnótica válvula de escape.

El Presidente electo fue quien más recibió andanadas con esta práctica –en la mayoría de los casos hechos conocidos y reconocidos por todos- y aún así logró triunfar holgadamente en segunda vuelta. Contrario a lo que pudiera esperarse, durante la campaña presidencial, Piñera practicó poco y nada el “acuseo”. Optó, en cambio, por miradas al cielo pidiendo ayuda a Dios para sacar al país adelante. El trabajo sucio se los dejó al resto de su equipo, especialmente en un curioso aliado que sigue dando que hablar.

Pese a que la fórmula no dio resultado para mermar a Piñera, la práctica del “acuseo” sigue vigente. Puede que en algún momento, apuntar con el dedo tras una dictadura de 17 años haya aportado una gota de justicia para la impunidad. Pero pasadas casi dos décadas, el efecto no es el mismo. Aún más, personeros de la propia dictadura han hecho suya la práctica lo que demuestra su desgaste. El conservador José Antonio Kast es el mejor exponente de este estilo. No hay programa de televisión donde no vaya “dateado” para cuestionar a su interlocutor –adversario político o entrevistador- respecto de su sueldo, pasado electoral, prácticas, amistades, costumbres y debilidades. Al parecer, cuenta con eficientes asesores que contribuyen a llenar su portafolio con estos “secretillos”.

Sacando de quicio a su contraparte, pero sin perder jamás la compostura, Kast persiste en apuntar con el dedo a quien se le cruce en su camino. Sabe que en el otro lado, junto con perder la paciencia y sumirse en la exasperación, las respuestas se volverán una andanada de “acuseos” que se perderán en el firmamento sin que le hagan ni cosquillas.

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