Pilar Pedraza
Premio Internacional de Literatura Virginia Woolf
Los Conjurados, cinco cuentos del reconocido poeta, escritor y excepcional cuentista boliviano Homero Carvallo, quien nos confiesa que, “a pesar de escribir poemas y novelas, su vocación es escribir cuentos”, ratificando así su fidelidad hacia este género, “en tanto aborda la nave de locos de la escritura”, embarcación que le permite levar proa en un mar abierto de aguas calmas o también irreverentes, sin que le arrebaten el entusiasmo o la pasión.
Homero es, para mí, un ser humano sorprendente, versátil en las distintas temáticas de una narrativa ágil, motivadora y a la vez asombroso por su capacidad de producción que hace que me cuestione, si además, tiene tiempo para su vida al margen de la escritura; tan pronto está concluyendo una antología de poemas o cuentos, como presentando una nueva novela, o deleitando a sus alumnos dictando cátedra en universidades; esto sin contar la cantidad de reconocimientos y publicaciones de sus obras en revistas y ediciones especiales a nivel nacional e internacional que nos llenan de orgullo a sus colegas escritores y son un referente de la producción literaria boliviana.
Voy a reseñar, brevemente, estos cinco cuentos que conforman Los conjurados:
El primer cuento, La Noche de los Conjurados, cuyo escenario data la década de los setenta, fue sin duda un total deleite, considerando que formo parte de esa generación privilegiada que vivió a plenitud, prescindiendo de la actual tecnología, dependiente del aparato telefónico fijo del hogar, de tener que hacer largas filas para entrar a los cinemas sin recurrir a los “revendedores”, o de disfrutar la reciente llegada de la televisión en blanco y negro, cuya transmisión comenzaba a las siete de la tarde para concluir a las once de la noche. Hábilmente, el autor nos transporta a aquel escenario de colegios católicos dirigidos por curas morbosos y monjas frustradas. Con una acertada narrativa, Homero incursiona en el erotismo de púberes colegiales en transición a jóvenes universitarios cuya mente inquieta, motivada por películas pornográficas o revistas como Playboy, manipula sus genitales ávidos de placeres carnales. El relato nos conduce, a través de una narrativa en la que términos como masturbación, grandes tetas, enhiestos penes o grandes traseros, son utilizados como “armas de fuego” en unos adolescentes buscando vengarse de la sociedad paceña. Sin considerarse soez, este vocablo, es un recurso que el autor utiliza para enfatizar la trama y sus personajes. No voy a extenderme para no pecar de delatora; tan solo diré que es un cuento narrado con picardía erótica y gran dominio del idioma, una historia que, sin lugar a duda, amerita degustarse.
La última función: Con su descripción, el autor nos ofrece un recorrido por los barrios pobres de Santa Cruz, transportando a un grupo de actores paupérrimos, ya “mayores”, hasta llegar a su destino… El Urubó, un distrito de gente adinerada en el escenario de una Santa Cruz de los años 2050, en donde la peligrosidad es extrema y en donde deberán entretener a un grupo de chiquillos festejando un cumpleaños. La habilidad creativa de Homero logra introducir el suspenso y el drama induciendo al lector a especular el final. Concluyo transcribiendo un mensaje del autor, parte de la narrativa: “La verdad es que hacemos teatro primero para nosotros mismos, porque no queremos que muera en nosotros esa Santa Cruz que llevamos en el corazón y que, de vez en cuando, vuelve convertida en nostalgia y por eso representamos leyendas antiguas…”
La verdadera historia del niño santo: “Un domingo, fui a misa a las siete de la mañana, iba estrenando mi terno azul marino hecho a medida por un sastre de mi calle, me sentía guapo, feliz y en gracia de Dios; quería llegar rápido a la iglesia para que la Virgen María y su amado hijo, vieran mi hermoso trajecito…”
Se desarrolla en el barrio de Miraflores, en la ciudad de La Paz; el principal protagonista un niño de siete años, devoto de Jesús y lector del Nuevo Testamento, que, en su afán de alabar a Dios como corresponde, es decir apropiada y formalmente vestido, logra que su madre le agencie un terno de color azul. El niño vive una experiencia que conlleva urgencias fisiológicas y un consecuente “acto involuntario” que se convierte en un gran placer… La descripción del autor hace que este tragicómico episodio nos proporcione cierto regocijo y, a la vez, solidaridad con el protagonista.
Mi madre y el coronel: En este relato, quizá autobiográfico, Homero destila sensibilidad y amor por su tierra, hace percibir el dolor que le causó ese cambio abrupto de dejar el oriente, su clima cálido, su entorno de niño grande…Todo tiene un nuevo comienzo y el protagonista debe aceptarlo con madurez o un fingido “nomeimportismo”, que, a manera de consuelo, manifiesta con esta poética descripción: “…dejamos atrás las llanuras color verde esmeralda de la Amazonía y los pecaminosos ríos que acarician la piel desnuda”El cambio es total y difícil, comenzando con la presencia del coronel, el nuevo esposo de su madre, y la total ignorancia de éste hacia su existencia y la de sus hermanas… excepto por esa única vez.
“Un ser extraño el coronel, le gustaba tanto vestir su uniforme que no se lo sacaba ni domingos ni feriados…”
En Descanso del Guerrero: Aventuras de infancia en el país de Por Siempre Jamás; involucra una infancia feliz y a la vez el acecho de miedos escondidos que afloran durante la noche después de haber enterrado héroes, ladrones, o sombras que asemejan espectros de historias y leyendas ancestrales; aventuras de piratas y exploradores que se extinguen ante el llamado maternal anunciando la hora de cenar o series de los Power Rangers aniquiladas por el sueño y abandonadas en solícito regazo…un mundo que sin duda, en algún momento, formó parte de nuestra niñez y del que el autor define con esta frase: “El guerrero sabe que el sueño es el único escape para salir con vida y esperar sonriente el sol de la mañana.”
Aparte de su calidad humana y desprendimiento, Homero es una fuente inagotable de constante creatividad y producción literaria que hace honor a su extraordinario conocimiento y nos maravilla con un lenguaje limpio, apropiado y transparente; algo digno de admirar y envidiar.
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