Nunca pude borrar de mi memoria aquel 22 de enero de 2006, cuando, a través de la televisión, en el desaparecido Congreso Nacional, todos vimos que un indio se confundía en un abrazo con quien en los próximos 14 años iba a someter al país a uno de los periodos más amargos de nuestra historia. No es fácil olvidar la expresión de quienes tenían solo algunos segundos de ejercer las dos primeras magistraturas del país, porque sus rostros delataban el resentimiento acumulado que muy probablemente con méritos se habían ganado los gobiernos de antes: el del MIR, el de la ADN y el del MNR, con el infaltable PDC, que siempre se redujo a su directiva, pero al que en las últimas décadas no le faltó un cupo en el poder. Esos gobiernos, corruptos e inmorales, unos conviviendo con el narcotráfico, otros pisoteando la libertad de prensa, clausurando medios de comunicación y (con la mal llamada relocalización) germinando lo que años más tarde fueron los interculturales, que en realidad son sembradores de coca destinada al narcotráfico, fueron los causantes para esas primeras expresiones de odio de Evo Morales y García Linera.
Por eso siempre pienso que resulta una muestra de cinismo muchas de las declaraciones de los iniciales aliados de ese régimen de terror. Por ejemplo, las del extinto Movimiento Sin Miedo, que, con todos sus dirigentes y varios otros pertenecientes a colectivos como mineros, fabriles, transportistas, etc., hoy son severos críticos del MAS, olvidando que ellos también fueron parte de esa política de terror implantada desde el primer día de ese Gobierno (22 de enero de 2006), política de la que con probabilidad continuarían siendo parte de no haber sido echados, con la humillante manera en que el ya entonces déspota los botó, haciendo caso omiso de sus ruegos para ser perdonados.
En algún momento de estos últimos veinte años quise forzar una explicación de la conducta violenta, pero principalmente de obsesión por el poder, que tiene Evo Morales. Tuvo seguramente una infancia difícil, hasta el punto de tener que comer los desperdicios que los viajeros botaban por las ventanas de los buses en la carretera, como él alguna vez dijo; pero eso, que es triste que tenga que experimentar un niño y que hoy por hoy es la realidad de miles y miles de niños debido al saqueo que el exdictador perpetró, no puede ser justificativo para sembrar muerte y miseria en el pueblo de Bolivia con tal de volver a sus andanzas desde la silla presidencial.
Luego, esas experiencias de su primera infancia no pueden ser la raíz de esa patología mental, sino más bien el narcisismo o sicopatía de que padece, traducidos en un implacable impulso de controlar y dominar sin restricciones todo, con base en la influencia que, por azares de la vida, a veces los ignorantes alcanzan. A medida que estos corruptos aumentan su poder, se centran en los sectores más vulnerables de la sociedad, afianzando la pobreza y el analfabetismo y ganándose la lealtad de la gente con migajas y acumulando una inmensa riqueza personal.
Una de las razones de la debilidad de nuestro sistema político y de la desinstitucionalización del Estado es haber permitido que Evo Morales, bien secundado por su hoy enemigo García Linera, haya monopolizado el poder, pues esa concentración —además, en el caso de ese aciago dúo, lograda con métodos antidemocráticos— distorsionó los más elementales sistemas de gobierno y cuando los excesos son demasiado obvios, como en el caso de Evo, ocurre lo que en un momento pareció impensable: dirigentes importantes del malhadado instrumento político están confesando constarles las aberraciones sexuales del exjefe y las responsabilidades que este tuvo en los hechos del 2019, es decir, la muerte de decenas de bolivianos, el vacío de poder y el fraude que terminó con la huida del dictador.
“El poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”(Lord Acton). Y eso es lo que pasó con Evo Morales, acostumbrado a la lujuria, a los viajes de placer con dinero del Estado, a invitar a extraños al aparato estatal con dinero ajeno, a las francachelas en dependencias VIP de propiedad fiscal, a las obscenidades en sus intervenciones públicas. Hoy es denunciado por quienes siempre estuvieron al tanto de sus fechorías, y como lo que se hace se paga, el cocalero hoy sufre persecución, que es un método que impuso debido a una mentalidad espuria que, por desagradable, ha roto el sistema de valores éticos y morales saludables en los que se basa una sociedad que vive en democracia.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor