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Abuela Julia

Andrés Canedo

Siempre rompía esquemas y por eso le decían atrevida, peleadora, comunista, y más. Es cierto, claro, que escribía y hablaba muy bien, por eso le temían ya que había desafiado a diversos gobiernos. También es cierto, que había cargado con su hijo moribundo, herido en el pulmón por una bala explosiva en la Guerra del Chaco, en la que ella fue enfermera voluntaria, y después de hacer lo posible aquí, lo había llevado a Argentina, donde en hospitales diversos, había logrado que diversas cirugías le devolvieran en parte la salud. Es cierto, asimismo, que había fundado revistas, que había impulsado la creación de la Escuela de Bellas Artes en La Paz. Es cierto, igualmente, que después de los setenta años, había sido invitada a conocer China y la URSS donde aprendió a amar esos países y a su gente. Es cierto, de igual manera, que como era sobrina de Ladislao Cabrera Vargas, estaba siempre invitada al palco oficial, a participar de los actos del Día del Mar, donde yo, alguna vez, tímido pero orgulloso, la acompañé. Es cierto, además, que ella conservaba el revólver de Ladislao Cabrera y que, ya anciana, se lo mostró a un señor quien se ofreció a hacer limpiar el arma y que ella, ingenuamente se la dio, y que dicho individuo intentó cruzar la frontera para vender dicha reliquia en Chile. Es cierto, que era nieta de Félix Reyes Ortiz y que, cuando yo la visitaba, me enseñaba aquel poema: “Vosotros que pisáis la planta altivos…” y que después descubrí grabado a la entrada del Cementerio de La Paz. Es verdad, que empeñó su pasión y su coraje, para tratar de liberar a algunos de sus hijos prisioneros por cuestiones políticas. Es verdad también, que en uno de los viajes en que yo venía de la Argentina, encontré a la abuela Julia muy enferma y que a ella, a pesar de su agotamiento, le gustaba conversar conmigo. Y hablamos con prudencia sobre sexo, y que entonces, inesperadamente me desafió y me dijo: “¿Quieres que hablemos sobre Freud? Andrés”, y que yo, estudiante de medicina, sabiendo muy poco sobre el tema, le escapé al desafío.

Cierto es también que el olvido nos arrasa y que la mayoría de las veces, la muerte nos borra para siempre, excepto en la memoria de aquellos que nos amaron. Yo todavía suelo ver a mi abuela Julia, con su paso cansado, siempre vestida elegantemente, y la oigo diciéndome palabras tiernas e inteligentes. Entonces me sorprendo al pensar cuántos hechos trascendentales pueden caber en una vida. Y aunque esa trascendencia no trascienda más allá de la sangre, he querido con estas líneas rescatar su recuerdo, honrarla para honrarme, a Julia Reyes Ortiz. Son muy lejanos los días de aquel momento en el palco de la Plaza Abaroa, donde entre sonidos de bronces y redobles de tambor, se me aparece su figura siempre dulce, su prestancia y su sonrisa tranquilizadora al niño que yo era. El tiempo está hecho de arena escurridiza. Yo trato de retenerlo en estas letras.

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