La creciente demanda de combustibles fósiles en el mundo causa gran preocupación y provoca Cumbres sobre Cambio Climático, como la reciente COP26 en noviembre pasado, donde cerca de 200 países forjaron con mucho esfuerzo el “Pacto de Glasgow”, a fin de acelerar los compromisos para enfrentar el calentamiento global y limitar la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI), algo que implicará, necesariamente, la sustitución del carbón y el petróleo con energías menos contaminantes.
Siendo que la COP26 abordó la posibilidad de crear Fondos de Financiamiento para el cumplimiento de tal objetivo, se abre para Bolivia la enorme posibilidad de un mayor crecimiento y desarrollo a partir de un cambio de su matriz energética con inversión privada, generación de empleo, ingresos para las familias e impuestos para el Estado, al convertir la subvención que damos a quien vende diésel y gasolina al país, en un incentivo a favor del productor boliviano, para sustituir combustibles negros importados con combustibles verdes de origen nacional (biocombustibles).
Otra gran preocupación es el insaciable consumo de la población mundial, cuyo previsible incremento desde 7.900 millones de personas hoy (www.worldometers.info) para superar los 9.000 millones en 2050 (según la FAO), provoca un apocalíptico pronóstico de un mundo futuro no solo con desórdenes climáticos sino también con hambruna, en caso de que falten alimentos o su costo fuera excesivo. Hoy por hoy, existen más de 800 millones de personas que se hallan en situación de hambre en el mundo. Sin embargo, como todo en la vida tiene un haz y un envés, esta situación podría significar para Bolivia la oportunidad de ayudar a paliar tal necesidad, a través de la agroexportación.
La FAO pronosticó en 2012 que, para evitar tal catástrofe, la producción de alimentos en el mundo debería subir un 70%. “A grandes males, grandes soluciones”, con decisiones valientes e inteligentes. Siendo que el mundo no puede dejar de comer, habrá que producir más alimento; y, como no todos son consecuentes con su prédica ambientalista -no quieren andar a pie o en bicicleta, en vez de contaminar con sus vehículos- la apuesta sería, producir más biocombustibles y alimentos, con biotecnología.
La Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (CAINCO) y el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) lanzaron en 2008 el libro “Biocombustibles sostenibles en Bolivia” con una propuesta virtuosa: producir bioetanol y biodiesel respetando el medioambiente, la biodiversidad, la seguridad y la estabilidad alimentaria, generando al mismo tiempo, divisas, ingresos y empleo en el país. La propuesta fue compartida con más de 100 organizaciones sociales en todo el país, rompiendo mitos y medias verdades de personas y ONG que critican -sin ofrecer alternativas viables- cuya radicalidad no solo posterga al país en su desarrollo, sino que con tal actitud se alinean a los intereses de quienes negocian con combustibles fósiles, contribuyendo así al calentamiento global.
Los principales biocombustibles producidos en el mundo son el bioetanol y el biodiésel, destacados por su menor contaminación que los combustibles fósiles, habida cuenta que ambos tienen una tasa neutra de dióxido de carbono, al ser éste es atrapado por las materias primas agrícolas que son utilizadas para la fabricación del biocombustible, a diferencia de los combustibles fósiles que, como la gasolina y el diésel, solo contaminan y calientan el aire. El biodiésel se puede producir a partir de aceites vegetales nuevos o usados, comestibles y no comestibles (tal el caso de la jatropha o piñón), así como de materias grasas y sebo de origen animal. El bioetanol, principalmente, a partir de caña de azúcar, sorgo y maíz.
Según los especialistas, una mezcla de gasolina con un 85% de bioetanol permite reducir el 70% de emisión de GEI por kilómetro recorrido, mientras que con 5% la reducción es del 3%. Por su parte, el biodiésel puro permite mitigar la emisión de GEI en 57% (si es producido con aceites vegetales crudos) y en 88% (si se fabrica con aceites vegetales usados) por kilómetro recorrido, comparativamente al diésel fósil.
Producir biocombustibles en Bolivia ayudaría, además, a disminuir la migración campo-ciudad, al generar fuentes alternativas de empleo; mejorar el ingreso rural; recuperar tierras abandonadas y erosionadas y, recibir ingresos por la captura de dióxido de carbono.
Si entre 2006 y 2021 gastamos en Bolivia 13.000 millones de dólares para importar combustibles fósiles (casi 803 millones en diésel y 356 millones en gasolina, entre enero y octubre de este año); y, si en igual lapso obtuvimos casi 21.000 millones de dólares por la exportación de alimentos…¿no será que gran parte de la solución a la pobreza -así como la mitigación del cambio climático- pasa por apostar, sobre seguro, a la producción masiva de biocombustibles y de alimentos con biotecnología en el sector agrícola boliviano? De no ser así…¿cuál, la alternativa?
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional