De: Claudio Ferrufino-Coqueugniot / inmediaciones
Escribo porque no hablo. Quizá a eso se reduce mi biografía literaria. Como si el arte naciese de la timidez. Por un lado; por el otro, los padres y su biblioteca como el ambiente formativo de alguien cuyo destino estaba en sentarse a escribir. Eclécticas lecturas y cero censura.
No leí, de hecho, al nacer en 1960. Vendría después, con la lectura de David Copperfield y la impresión mayor que un texto escrito produjo en mí. Recuerdo la profunda tristeza, la ausencia, el amor. Ese libro de Dickens como pivote de algo que se desarrollaría en la lectura de los rusos, los norteamericanos, los argentinos. La ausencia de comedia, la sobredosis de drama.
Y Bolivia, que era tan intensa en mi madre argentina; tan contradictoria en mi padre. La literatura vive en las impresiones primarias. El país es una impresión primaria. De ahí mis libros, escritos lejos y tan esencialmente nuestros, míos, intensos y contradictorios, como mis padres. Literatura boliviana de lejos, porque tan lejos habitamos de nosotros mismos, incluso aquí.