Son las palabras exactas que, luego de vueltas y evasivas, me espetó un niño trabajador, antes ocupado en el tan respetable como antiguo arte de sacar brillo a los zapatos cuando le interrogué –con el derecho que me otorgaba el ser uno de sus clientes más antiguos– sobre las razones de su cambio de rubro hacia la venta de gomas de mascar (chinas, por supuesto). Uso esta anécdota como pretexto para analizar –muy superficialmente aún, claro– los motivos que llevan al homo economicus boliviano a optar por una alternativa u otra en su afán de lograr el sustento diario, focalizándome más específicamente en los factores subjetivos que determinan el rumbo de los emprendimientos humanos y las previsiones que toma nuestra gente a fin de procurarse el pan de cada día.
Claro, si ves una criatura que a esa tierna edad se ve obligada a trabajar y tomar, a golpe de una madurez prematura y brutalmente impuesta por la necesidad, decisiones económicas de cierta complejidad, no puedes sino profundizar en las raíces de su respuesta, en sus motivos.
Los datos son claros y preocupantes, el crecimiento del comercio informal en el país es alarmante, fenómeno que admite cuando menos dos hipótesis explicativas: a) que las personas simplemente no encuentran más alternativa que convertir las calles, plazas y oficinas en su “espacio de venta”, la mayor parte de las veces con un ínfimo capital de arranque; o, b) que la gente prefiere simplemente optar por la vía menos complicada para lograr sus fines económicos, siguiendo la lógica del menor esfuerzo, que es la que parece haber primado en mi amigo ex lustrabotas, a quien en el marco de la amistad y el aprecio, había obsequiado días antes una reluciente cajita nueva, con todos los implementos para desarrollar mejor su trabajo (sospecho que la vendió para financiar su cambio de actividad).
Creo que en la respuesta del muchacho subyace un poco de ambas cosas. Por un lado existe, sin duda, un alto nivel de desempleo en el país y muy pocas posibilidades reales para emprendimientos que precisen de un cierto grado capital y un “saber hacer” medianamente especializado, lo que explica que una gran parte de la población opte por el comercio informal, actividad que puede ser iniciada con un ínfimo capital de arranque y para la que se precisa de conocimientos muy básicos, casi intuitivos.
Sin embargo, el tono de la desconcertante respuesta tampoco descarta la posibilidad de que se esté instalando una suerte de cultura económica basada en el mínimo esfuerzo, como respuesta a un consumismo también de mínimos, primando más el precio y la cantidad que la calidad, provocando en la gente actitudes reacia hacia actividades de índole productivo, las que exigen, obviamente, de mayor esfuerzo y aprendizaje, siendo los más jóvenes quizás los más afectados, quienes deslumbrados por el facilismo corren el riesgo de terminar, en el mejor de los casos, en el comercio, mejor si es informal, pues eso evita muchas otras “molestias”, y en el peor, hundidos en la cómoda ilusión del empleo burocrático en el sector público, cayendo en la perniciosa militancia política de raíz prebendal.
Esto contribuye a que la idea de emprendimiento gire en nuestro país más alrededor del comercio que de la producción, haciendo que el sueño de muchos mercaderes, sobre todo del occidente boliviano, sea viajar a China, el epicentro de su mundo, ese mágico lugar donde todo lo que ven, usan y venden se fabrica rápidamente, a gusto del cliente y a precios ínfimos, dejando un notable margen de ganancias para quien tenga la audacia suficiente y goce de capacidades mínimas para el negocio.
Así logré comprender la actitud de un carpintero amigo, quien a fin de justificar los escandalosos retrasos en la entrega de los trabajos a él encargados, terminó confesando su intención de dejar el oficio para abrir una tienda de abarrotes. No por falta de demanda, que la hay y mucha, sino porque la edad ya le pasa factura y sus hijos optaron por alternativas menos exigentes que tomar la posta en el noble oficio familiar. A ello se añade la imposibilidad de encontrar jóvenes operarios con el interés y la destreza artesanal suficientes para tomarlos de aprendices. Lo mismo pasa en otros sectores como la albañilería, la plomería, etc. Sí, seguramente a ellos también les da flojera, como al ex lustrabotas, y preferirán el taxi, el comercio chiflero o la lucrativa carrera política sindical, tan en boga hoy. Y no les culpo, es el sistema el que falla.
Sin emprendedores y sin mano de obra calificada dispuesta a ocuparse en hacer cosas y no solo en venderlas, será imposible revertir la parálisis productiva en la que nos vamos hundiendo. Malas noticias para la economía nacional.
Doctor en gobierno y administración pública