Dos discursos se articulan en torno a las elecciones primarias y nacionales dispuestas por la nueva Ley de Organizaciones Políticas: por un lado, el de la unidad (“si todos nos unimos, ganamos al Movimiento Al Socialismo”), por otro lado, que las plataformas ciudadanas son “apolíticas” y que, por tanto, no se identifican ni con “izquierda ni con derecha”. El primer discurso dice entre líneas que de unirse todos los elementos que no se alinean con el oficialismo, el Movimiento Al Socialismo pierde elecciones por pura matemática. El segundo discurso apunta a lo siguiente: lo que no importa ya tanto es qué y quiénes suben al poder, sino que un “dictador” tiene que perder en elecciones. Lo que no es tan evidente en ambos discursos, por pura cuestión estratégica, es que se postula implícitamente a Carlos Mesa como candidato a presidente. Aunque, resulta igual de importante analizar la cuestión de las plataformas ciudadanas dado que se dice mucho sobre su capacidad de movilización pero poco sobre qué debería pasar entre ellas y los “partidos tradicionales”.
Plataformas Ciudadanas vs “Partidos Tradicionales”
Hay una corriente creciente que condena a los “partidos tradicionales”: se trata de que las ofertas electorales para las elecciones generales no van a diferir mucho entre cualquiera de los partidos o frentes, pero más importante, que las elecciones primarias legitiman a “caudillos” gracias a las disposiciones transitorias de la nueva Ley de Organizaciones Políticas aprobadas en septiembre de 2018 en la Asamblea Legislativa. Esto lo había dicho yo también en un ensayo sobre la Ley de Organizaciones Políticas: si bien el progresismo había tomado el centro político –se habla ahora de un sistema de partidos centralizado, con propuestas similares entre los partidos denominados “tradicionales” de oficialismo y oposición- no existen mejores vínculos entre partidos y electores, en lo que respecta a la rendición de cuentas –que es vaga en la Ley de Organizaciones Políticas- y que se acrecenta si se toma en cuenta la deslegitimidad de estos partidos y que la Ley da por sentado que los electores están más que interesados en ser “militantes” de organizaciones políticas.
Bajo este razonamiento, analistas llegan a idealizar a las plataformas ciudadanas y les otorgan un rol “renovador”. En un artículo que se llama “Bolivia: la ciudadanía, las plataformas ciudadanas y el autoritarismo” del analista Márquez, donde en vez de “partidos tradicionales”, califica a los partidos mayoritarios como “autoritarios” –, el autor apunta a que la “renovación” en política no está en las organizaciones políticas, sino en las plataformas ciudadanas porque, como él escribe “(…) la ciudadanía y las plataformas ciudadanas tienen la capacidad de mostrarnos un nuevo horizonte.” porque la “democracia es la excusa utilitarista para que los autoritarios lleguen al poder”, y porque estamos atrapados en la “lucha sin sentido de la suplantación de clase y seguir reproduciendo un círculo vicioso infinito”. El problema de este tipo de análisis es que, una vez que describen el “autoritarismo” (caudillismo) de estos partidos mayoritarios –porque no promueven la “libertad” y la “democracia”- sugieren que ciudadanos y plataformas ciudadanas se “involucren” en política. Esto quiere decir, en otras palabras, que si la democracia representativa está en crisis porque se refiere a las clases que se alternan o alternarían en el poder (por esto de la “suplantación de clase” y del “círculo infinito” de Márquez), esto tiene que ver únicamente con el autoritarismo en los partidos “tradicionales” y no así, con la deslegitimidad generalizada de la democracia representativa, que es un fenómeno que se ha dado en Bolivia, como también a nivel regional y mundial, como bien explica Carlos Hugo Molina, en su artículo “Plataformas ciudadanas, 21-F y elecciones nacionales”.
Márquez apunta bien que el futuro de la democracia y las libertades están en manos de los ciudadanos, pero su solución no es la mejor: hay que preguntarse si a la “suplantación de clase” y “círculo infinito”, deben agregarse las plataformas ciudadanas y si acaso, las plataformas ciudadanas dicen algo “nuevo”. En realidad, el discurso de las plataformas ciudadanas apunta al respeto a la democracia, a las libertades y a la institucionalidad, lo que no es algo nuevo (¿Domitila Chungara no pedía lo mismo?), lo nuevo es que se mueven en las redes sociales y su capacidad de interpelación es más rápida que los movimientos u organizaciones sociales en otros espacios y tiempos en Bolivia. La experiencia de los últimos años, dicta además, que la participación política de movimientos y organizaciones sociales, o bien, la apertura a la participación de la sociedad en espacios de poder, es controlada, lo que quiere decir, en otras palabras, que cooptar movimientos y organizaciones sociales elimina autocrítica y posibilidades abiertas de disenso. Aquí la cuestionante a la participación de las plataformas ciudadanas en “partidos tradicionales”, “autoritarios” o mayoritarios: su participación política podría tender en esta dirección y, en realidad, abogar por su participación sería “más de lo mismo”, o sea, más autoritarismo.
¿Qué hacer con las plataformas ciudadanas?
Está claro que la alianza de partidos de oposición es la única vía para hacer frente al Movimiento Al Socialismo en elecciones generales. Aunque se piensa poco respecto a la gobernabilidad de un presidente que no pertenezca al Movimiento Al Socialismo, en este escenario, se incluye a las plataformas ciudadanas y hasta se les da un carácter “renovador”. Pero al problema de la cooptación, se le suma que hay diferencias entre plataformas ciudadanas en las ciudades principales y las plataformas ciudadanas en ciudades fuera del eje central del país. En las primeras, los líderes de plataformas ciudadanas cuestionan abiertamente al Movimiento Al Socialismo pero no tanto a los partidos de oposición, por lo que estas plataformas ciudadanas no parecen cuestionar tanto el carácter restrictivo de la “militancia” en organizaciones políticas y refuerzan una “sospecha”: sin ánimo de entrar en comentarios “paranoides” como “financiadas por la derecha”, muchas de estas parecen no pensar en el problema de la cooptación y parecen aferrarse al respeto a la democracia y a la institucionalidad, aunque demuestran muchísima interpelación y mayor carácter de movilización. Para las segundas, la capacidad de movilización es mucho más restringida pero se comparte que tampoco se piensa mucho en el tema de la cooptación. En resumidas cuentas, ¿cuál sería el rol de las plataformas ciudadanas en alianza con los partidos mayoritarios si su origen, en esencia, es el descontento con la democracia representativa como tanto se dice?
Más importante es que las narrativas que corren en el debate político apuntan a “sumar” y no tanto a cuestionarse sobre aspectos, digamos, más esenciales en política. Por esto es importante respetar la independencia de las plataformas ciudadanas: porque solo así es que puede potenciarse una cultura de mayor debate, mayor disenso y autocrítica.