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Un nuevo panorama

Hay que aceptarlo, nada es ni será lo mismo después de Evo Morales y el MAS. Porque habrá un después, digan lo que digan las lecturas de coca. Ni Hitler pudo contra el destino, ni Napoleón, menos un pequeño y estrecho reyezuelo en el fin del mundo. La historia está plagada de estos ascensos fulgurantes y supuestas eternidades. Puede o no ser que la estrella del cacique boliviano se eclipse en las elecciones del próximo año. Quién sabe. Lo que sí podemos aguardar es que el brillo de los machetes no dejará que el tiempo empañe el hasta hoy ventanal de éxito que los señores plurinacionales tienen enfrente. Los idiotas creen que la sangre preserva sin ser cierto. La sangre se pudre. Es bienvenida en ocasiones de historia cataclísmica, que no es el caso. Acá encontramos más bien una narrativa de lo más simple a la vez que bien abyecta: la preservación de los beneficios del vicio a como dé lugar. No enfrentamos una revolución sino contados cambios importantes y corrupción descarada de insospechados niveles. Los machetes saldrán a defender el estupro, y eso no tiene ni sentido ni futuro.

La acefalía de líderes es tan notoria en el país que giramos en torno a las mismas cabezas. Si hubiera guillotina sería más sencillo porque estaríamos obligados a renovarlas, y esa fue tal vez la dinámica de la revolución francesa que permitió su hoy, sin ser perfecta, modernidad. Que Robespierre, zaz, abajo, que Dantón, lo mismo, que los girondinos, igual. Un puñal en el pecho de Marat obligó a nuevos panoramas. Pero no contamos con tal pulcro instrumento ni con el verdugo al que apodaban Charlot. Tenemos, entonces, que conformarnos con las mismas testas aburridas, los rostros ya mustios de cansancio y las colas de paja que arrastran y causan polvareda. Hay que inventarnos, supongo, intentar hallar dentro de la marisma las gemas que puedan implicar cambios radicales en este patético estado de conducta en que vivimos, de que pasa un ratero y entra otro, en esta cueva de los 40 mil ladrones que son solo ese número, incapaz de compararse al mayoritario de la población.

Dicen los criterios racistas que esta inercia nos viene del indio. Y hubo también negligencia española, y pereza. Pero con pretextos semejantes no lograremos avanzar ni un poco. Es turbio el espectro, casi negro, y nos empeñamos en oscurecerlo más en lugar de encontrar un fuerte ventilador que se lleve la bruma. Alguien, si tiene que ser un personaje, o un partido, o un programa que proponga lo distinto, que no coincida con la patraña nacional en absoluto, un Trump a la reversa, de nueva faz e inteligente y ampliador discurso, variado, multiétnico, moderno, progresista, honesto y agresivo. Habrá gente, alguien, algunos, por ahí, opacados por el insano bucolismo de aceptar el crimen como pan de cada día, el latrocinio como lugar común, el expolio como normal. Con ellos hay que lidiar y es fácil ubicarlos.

Hay que crear destrezas para encontrar líderes en medio de la multitud, con énfasis en los jóvenes. No en vano en Bolivia casi todos pasan por la universidad, que es barata o libre, porque no hay otra cosa que los jóvenes puedan hacer. Que sirva de algo ¿no?, faltan las fuentes de trabajo para esa gigantesca e inerme mano de obra. El extranjero se alimenta de los bolivianos obligados al exilio económico. Cada país le quita al ciudadano lo mejor que trae: juventud y trabajo. Enriquecemos al resto mientras seguimos pobres. Es una actitud ante la vida, y una pésima lectura de lo que un  país debe ser para sus hijos. Nadie puede ayudarnos con la solución sino nosotros. Lo que tome, por las buenas o las malas, se verá, pero tiene que verse, o nos hundiremos en el lodo azul, que es el color que adquiere la podredumbre.

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