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Jesús fue ungido con perfume egipcio

Cuando pisé suelo egipcio y di mis primeros taloneos por su desbordante capital, El Cairo, hoy una de las ciudades más pobladas del mundo, una de mis primeras sensaciones fue poner en todo su poder mi sentido del olfato, porque por sobre todos los olores de las emanaciones industriales, de la mala gestión de los residuos, cuya acumulación es alarmantemente sostenida, de los sistemas de alcantarillado inadecuados, del enloquecedor tráfico vehicular y del propio ambiente húmedo que el Nilo produce en esa ciudad de tamaño descomunal, y que producen una combinación de olores indescriptible, resaltan, sin embargo, los aromas que emanan de infinidad de tiendas de un mismo estilo con que los principales centros urbanos cuentan.

Desde hace mucho tuve inquietud respecto a qué tan importante pudieron ser los líquidos aromáticos no solo en tiempos mesiánicos, sino desde el Antiguo Testamento, tanto que varias decenas de versículos de la Biblia nos hablan de perfumes. De cualquier manera, de todas las citas de sus 73 libros, lo más llamativo fue saber que una mujer derramó un perfume caro en la cabeza de Jesús, lo que causó la indignación de los demás comensales por el “despilfarro” que significó la acción, o el pasaje en que, en casa de un fariseo, otra mujer —pecadora ella— lloró ante la presencia avasalladora del Mesías y sus lágrimas que mojaron los pies de Jesús, fueron secados con sus cabellos, para luego diseminar perfume sobre ellos.

Pero para los conocedores de la historia antigua no es desconocido que ese era un ritualismo que se practicaba con los moribundos o con los muy próximos a morir, y aun con los cadáveres. La propia Biblia, sin embargo, no dice nada respecto a la procedencia de ellos.

In situ me puse a averiguar con varios fabricantes de perfumes artesanales de los que abundan en la tierra de Cleopatra y de ellos obtuve valiosos datos que me han permitido establecer, no con pruebas, pero tampoco con dudas, que en general todos los gobernantes de la dinastía Ptolemaica y quizá desde antes, utilizaban no solo perfumes, sino que Egipto entonces era el principal productor de resinas aromáticas, como la mirra, el incienso o el nardo. Pero, además, mis averiguaciones me permitieron aprehender convicción de que Egipto ya competía con otros productores de los más finos perfumes como Mesopotamia, pero el intenso comercio que por siglos la tierra de los faraones mantuvo con Palestina debido a la proximidad geográfica entre ambos, permite también formar certitud de que la Tierra Santa era el principal destino de los perfumes egipcios.

En todo el cercano y Medio Oriente fueron los egipcios los que impusieron el arte de fabricar perfumes, y una de mis motivaciones para trasladarme fugazmente a Alejandría fue visitar la gran biblioteca que en el mundo antiguo fue un centro neurálgico del saber, una de las instituciones intelectuales más importantes de la época y definitivamente un repositorio bibliográfico que no tenía semejanza con ningún otro, con el fin de averiguar algo respecto al tema, con todas las limitaciones que supusieron los enormes estantes de libros, sus interminables secciones y el tiempo que apremiaba para permanecer en el recinto.

Akran, un árabe musulmán dueño de una importante perfumería en una de las principales arterias presa de la escandalera de sus bocinazos y gases y experto en la elaboración de perfumes, me contaba que los procedimientos y esencias como el pachulí, nardo y almizcle, que hoy emplean, son casi los mismos de los de hace miles de años.

Varios milenios después de la invención de los perfumes, de sus primeros usuarios, de sus ilustres consumidores como Alejandro Magno que en Alejandría se sentía como pez en el agua cuando escogía los perfumes de los que el azafrán era su preferido, célebre por dejar una estela perfumada a su paso y empapar su túnica con los fragancias más exóticas, Francia los popularizó haciendo perfumes de fragancias mucho más refinadas por una inevitable necesidad debida a la desidiosa higiene que existía entre los habitantes de las grandes ciudades especialmente de Francia, incluyendo a su nobleza que debía rociarse todo el cuerpo para atenuar sus malos olores.

El uso ritual de los perfumes, empero, se remonta a la civilización egipcia, extendiéndose a todo el Medio Oriente, con los que Jesús fue en varias oportunidades ungido.Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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