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Por una estructura educativa

Christian Jiménez Kanahuaty

No se puede empezar a gobernar sin un norte sobre las políticas educativas. Tampoco se puede sostener una propuesta educativa sin integrar todo el conocimiento que sobre educación se tiene hasta el momento. No se trata de ver el aula desde la óptica del crecimiento vegetativo o de los contenidos pedagógicos que están plasmados en los textos escolares. Esa visión ya no es suficiente. Pensar en ese modelo educativo es retroceder 30 años en la formación educativa.

La propuesta real tiene que ver con el modelo de desarrollo, porque hasta hoy se ha trabajado la educación desvinculada de los patrones de acumulación, la formación profesional, la generación de empleo y el mercado profesional, y lo que es aún más complejo, no existe un norte sobre las ramificaciones que existen en la relación entre educación-cultura, educación-empleo, educación-medios de comunicación y educación-tecnología.

Por un lado, se entiende que la profesionalización es clave para el acceso a una fuente laboral y obtener a través de un trabajo, una remuneración acorde con el desempeño y el grado y nivel de formación. Sin embargo, dado que el mercado de trabajo está estancado y tiende a su reducción, esa ilusión del trabajo remunerado según los conocimientos, queda de lado, y es sustituida por el pluriempleo o trabajos que miden capacidades en lugar de conocimientos. Aquella lógica afecta la balanza de pagos y el salario al final de cuentas termina siendo un accesorio del trabajo, porque se entiende que es mejor trabajar por un sueldo menor a no trabajar. Así el trabajo en lugar de convertirse en un derecho, pasa a ser una necesidad, donde no trabajar es un mal del cual se escapa a toda costa.

Por otro lado, la construcción de la educación atravesada por la influencia de los medios de comunicación y las tecnologías deja muchos vacíos conceptuales en el orden del destino de la identidad, del conocimiento, la memoria y la resolución de problemas. Desde un punto de vista, el conocimiento en el aula se construye según las necesidades concretas de cada tiempo y lugar, y por ello, el conocimiento pasa tanto por el educador como por el estudiante. Pero, por otro lado, lo que sucede es que el avance científico, tecnológico y de medios de comunicación, es mucho más velos que los avances educativos que suceden en el aula. Así, lo que se tiene es un desface en las garantías que propone la educación.

Estas garantías estuvieron justificadas desde los derechos humanos y desde la posibilidad que daba la educación al ascenso social. Éste último nivel queda en cuestionamiento toda vez que la educación ahora sólo cumple un rol aleccionador y no formativo. Por ello, la relación educación-medios de comunicación y tecnología debería estar adecuándose a las necesidades concretas del mercado laboral. Así, el desarrollo del pensamiento crítico, la resolución de problemas en niveles abstractos y luego concretos y la capacidad de predictibilidad, son formas a través de las cuales los profesionales y los estudiantes deben encarara su relación con por ejemplo, la Inteligencia Artificial, el mercado global, la emergencia de nuevos empleos y la erosión de viejas prácticas laborales.

Tampoco es cuestión de generar modelos educativos que construyan ciudadanos proclives a una ideología o a un estado de naturaleza de un partido político. Está bien que la educación se concebida como una parte fundante de los imaginarios culturales, sociales y económicos, pero de ahí a que la educación sea un instrumento donde se pretende que la narrativa histórica justifique acciones que toman partido de una parte sobre la sociedad sobre otra y que la educación sea una cuestión de repetición de contenidos y de anulación de la crítica y la sustitución de valores por un complejo entramado de individualismo y competitividad, hay una gran diferencia, que en lugar de construir una esfera pública, la anula desde el inicio.

Por ello, hay que pensar la educación no como algo subalterno de la gestión gubernamental, sino como el centro, porque la pregunta constitucional, teórica y política es, ¿Qué pasaría si en lugar de colocar el centro del desarrollo de un país colocamos la educación en lugar de la economía? Y, por tanto, ¿cómo tendría que funcionar la educación para que por sus características cumpla al mismo tiempo las funciones sociales y productivas que desde este nuevo enfoque la colocaría como el pilar y columna vertebral del Estado? Es una pregunta compleja, pero que se puede empezar a responder desde el menos tres ámbitos.

El primero de ellos es entender que la educación es transversal. La capacidad de resolver problemas abstractos y volverlos concretos a través de indicadores y luego estos generados con datos y cronogramas convertirlos en políticas públicas, no es sino un procedimiento de deducción e inducción. Y por otro lado, de hacer segmentos cada vez más manejables de problemas en principio generales y mayores.

El segundo ámbito es concretar la educación como una labor donde toda la sociedad está involucrada y entiende que la educación tiene dos modalidades, formación sobre contenidos y formación sobre capacidades. Los contenidos los tenemos aclarados en la curricula, pero las capacidades son adquiridas a través de la cultura, que es entendida como aquellas facetas que marcan, dirimen y gestionan la vida de las personas, desde su condición de clase, racial, regional, sexo-generica, religiosa y familiar. Todas estas marcas generan un tipo de acceso a la educación a través de capacidades adquiridas en el tiempo. Es este el gran problema de la educación en el presente. Los contenidos son uniformes porque se cree que las capacidades también lo son. Y esto no es así.

Finalmente, el tercer ámbito de esta relación es ir un poco más allá en cuanto a la ingeniería constitucional del Estado. Pensar la educación como transversal y al centro del proceso de toma de decisiones es renovar la visión que existe sobre el Estado y sus funciones, también da la posibilidad de integrar conocimientos que nacen de un área y muren ahí sin poder expandirse a otras esferas de la gestión pública. La educación como motor del desarrollo entiende mejor temas como sostenibilidad, resiliencia, adecuación racional y programática a problemas, desigualdades sociales, asimetrías en la distribución económica y gestión territorial del desarrollo y la inclusión.

En ese sentido, el problema de la transformación del Estado se puede resolver desde la técnica gubernamental de la eficiencia y la eficacia en la gestión de recursos económicos. Pero sobre todo, desde una lógica donde la eficiencia es aglutinar problemas generales del país bajo un espectro normativo que atienda toda esa gama de cuestionameintos desde principios establecidos y transversalizados. Esto se pensó un poco cuando se propuso el Buen Vivir como práctica y espíritu constitucional, sin embargo, el Buen vivir, en Bolivia se lo trabajó como una cuestión de identidad y reconocimiento de la pluralidad jurídica, territorial, identitaria y económica. Pero no así, desde la noción de desarrollo, que es un debate que no se quiso tomar, porque el modelo a la larga terminó siendo un poco más capitalista y extractivista de lo que en sus orígenes se propuso, lo cual demostró que todos los miedos de las clases dominantes del país eran infundados, porque en parte fueron los grandes beneficiarios del proceso.  

Pero, cuando se integra desde las posibilidades educativas la economía y se piensa el desarrollo desde la ciencia y la innovación, surgen otros debates, que tienen que ver con la capacitación, profesionalización, redes académicas, investigación en ciencias puras y avances tecnológicos que superan solamente el ensamblado de máquinas.

Entonces, si se coloca al centro del debate la educación, hay también problemas en cuanto a la gestión mínima del presupuesto, magisterio, promoción de profesionales, crecimiento vegetativo, colegios, fiscales, privados y de convenio. Ellos, más las juntas de padres son actores de una parte del proceso de la educación. La otra parte correspondería a los gestores del desarrollo y personal técnico que con conocimientos diferentes proyecten el Estado hacia otras dimensiones. Y una última fase de este proceso de trabajo para pensar la educación como escenario del desarrollo, estaría encausada por legisladores y operadores políticos al interior del Ejecutivo y Legislativo para entender cómo volver en artículos y leyes una serie de directrices e indicadores económicos y pedagógicos.

Este es sólo un rasgo general del trabajo empleado. Este proceso tiene mucho que ver con la posibilidad de organizar nuevamente el Estado a través de por ejemplo, de una Secretaría de prospección política que estaría articulada por el Ministerio de Justicia, el Ministerio de Educación, el Ministerio de Finanzas Públicas, el Ministerio de Desarrollo Sostenible y el Ministerio de Gobierno. La representación interministerial lograría consolidar, primero una base de datos concreta sobre la población, nivel adquisitivo, formas de organización, acceso a la justicia y reconocimiento de derechos y obligaciones a la par que cristalizaría la visión sobre el nivel de comprensión lectora, la relación entre egresados y titulados en las universidades y la formación en resolución de problemas y comprensión abstracta en los estudiantes, lo que se combinaría con zonas de conflicto, conflictividad e inequidad social y económica en el país.

Es desde esta Secretaría de Prospección política que se encausa el modelo de desarrollo, y los niveles de intervención en educación, economía y gestión de recursos naturales y soberanía territorial. Sin embargo, el desarrollo de este plan de trabajo, se realizará en siguientes entregas debido a su complejidad y que describir su funcionamiento desordenaría y dispersaría el verdadero tema de este artículo.

Es por tanto, entonces, la educación el tema central del debate del presente que decidirá el rumbo del país para los próximos 50 años. Sin entender todas las nuevas dimensiones de la educación en el presente, no se puede pensar la sostenibiliad del Estado ni que la economía supere por sí sola todas las dificultades.

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