De: Carlos Battaglini / Inmediaciones
Late más o menos así. Tintes oscuros, brochazos de cómic urbano, ciencia ficción, carcajada inesperada, exotismo tópico y típico, dos gotas de nihilismo, otra de desesperación, chispas de misoginia y machismo, una cucharada de existencialismo, un pizco racistilla, adjetivado, muy de vez en cuando un pelín plasta.
Son éstos algunos de los latidos que la lectura de Cuentos y Aguafuertes pueden provocar en el lector. Victoria Rigiroli, profesora de literatura y latín desenvaina una espada para dividir el libro en dos mitades. Por un lado tenemos una selección de cuentos (extraídos unos de El jorobadito y otros de El criador de gorilas) donde Arlt agarra al lector por las muñecas para introducirlo en un mundo mutable de sensaciones y experiencias variopintas que reflejan el duro acontecer de su época, y en la que también tienen cabida los viajes exóticos.
Por otro lado, los llamados Aguafuertes reproducen una selección de las crónicas más destacadas del autor, en las que un enfoque subjetivo arltiano ignora la insinuación y por supuesto la neutralidad, para opinar de manera tajante sobre lo que pasaba en su momento.
Con los cuentos, Arlt apela a una intensidad oscura con un jab de izquierda que sin embargo cede a veces ante un fogonazo efímero de humor. Bajo este reglamento, en El jorobadito por ejemplo, Arlt adopta una voz que llega a ser cruel y hasta sádica contra la burguesía porteña, y de repente una risa.
En Pequeños propietarios salta al escenario el odio entre dos vecinos que solo viven para joderse la vida, aún a sabiendas de que están condenados a convivir. Cosas del pueblo. Es así: un cuadro de Dalí, una alegoría del apocalipsis, una incursión en el surrealismo y una escapada por las tuberías de la ciencia ficción y el postmodernismo.
Es lo que hace pensar La luna roja, un cuento que parece vaticinar un fin del mundo tan real como ficticio, anticipo incluso del buñuelesco ángel exterminador, quién sabe. En Noche Terrible se presenta la disyuntiva de casarse o no bajo un olor a dióxido de carbono que hacen pensar en una de esas ciudades creadas por Frank Miller, seguramente Sin City. Es cierto, que en alguna rendija la abstracción parece pedir paso por boca de un tal Kandinsky. De nuevo parece palparse una atracción por los deformes o los deformados. Llamémoslo mundo Arlt y ya está.
Empezamos a viajar a lo bestia con La factoría de Farjalla Bill Alí que nos traslada al continente negro a base de latigazos, despotismo y esclavitud. En Los hombres fiera, Arlt se atreve a hablar de Liberia, de Monrovia inventándose la típica historia de blanco atrapado en el tópico occidental, en el etnocentrismo, ergo, el canibalismo. Aceptando pulpo como animal de compañía, es una historia para recordar que todos y no solo el protagonista del cuento, llevamos una bestia dentro.
Continúa el ‘exotismo’ (la palabrita) y también la fábula en Ven, mi ama Zobeida quiere hablarte, que parece rozarnos la nariz con una seda árabe, y conducirnos (esta vez de la mano) por caminos emocionantes, eso sí, tan solo correctos desde un punto de vista técnico literario.
Insiste Arlt en el viaje con Accidentado paseo a Moka, cuento a lo Robinson Crusoe, llamada a la épica, aún a costa de expulsar una prosa racista por momentos. En Rahutia, la bailarina, conocemos a una de esas femme fatale, poderosa desde su concepción, naturalmente. La cadena del ancla le echa un cabo a ese espionaje que se enamora de vez en cuando, piensas en Patricia Highsmith. Por qué no.
Se empieza a hablar de Argentina y sus circunstancias (ay, ay) con Un argentino entre gangsters, donde esa picardía busconiana que al parecer reconoce a los latinos (disculpen el cliché) se impone esta vez con aplomo y toda la paciencia.
Debajo del agua nos lleva a pensar en James Bond y la rubia buenorra de toda la vida, con un romanticismo simple al que parece que le falta un remate final. El crimen casi perfecto mira de reojo y con mucho complejo a Allan Poe.
En la segunda parte del libro tenemos esos Aguafuertes, que así a bote pronto, hacen pensar en alegatos, soflamas, riñas, reflexiones y descripciones de lo cotidiano. Se da así vueltas alrededor de los celos, o se lanzan flechas a mujeres guapas consentidas, recordándoles que el tiempo borrará sus atributos físicos, por lo que más le vale ser respetuosa con el pringado de turno.
En otra de las crónicas se habla del típico caradura, ese tipo jabonoso que siempre se las arregla para salirse con la suya con una sonrisa de Lima al Cotillo. Arlt también opina sobre la lengua y aquí, su narrador no parece decantarse por el formalismo y la academia, sino más bien por el reino de la calle, el realismo implacable y lunfardo de los barrios.
Arlt , o al menos uno de sus narradores, es de los muchos que piensan (como al parecer la inmensa mayoría de los escritores excepto Jorge Volpi y tres gatos valientes) que la literatura no vale para nada. Reza así este párrafo correlativo, “El día que se conozca a usted mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a encontrar nada que lo sorprenda”. Asistimos por ende a la desmitificación del escritor y al enaltecimiento del vivir, experiencia siempre superior a la oferta incompleta de los libros.
Hay tiempo (siempre hay tiempo, tranquila) también para el chismorreo de barrio, esos tipos que saben siempre lo que iba a pasar. Infalibles. Arlt regresa en esta parte también al mundo de los ladrones que ya había tocado con sus cuentos.
Una defensa apasionada y férrea sobre la sinceridad, ola enorme que siempre acaba mojando, llega a recordar por momentos pero desde muchísima distancia y mal a Rilke y su Carta a un joven poeta. En otra parte, se reproduce el fusilamiento del anarquista Severino di Giovanni (sin nombrarlo) donde aflora la poesía. Se acaba el libro con una llamada a los que quieran ser diputados a reconocer abiertamente que van a robar, ya que es la única manera de hacerse con el poder en Argentina.
Con Cuentos y Aguafuertes percibimos la poderosa personalidad de la pluma de Arlt que exhibe una encomiable capacidad retórica y una fuerza narrativa ciclónica. No obstante, se detectan también algunas dificultades semánticas (la palabra muchas veces no “corre”) cuando no una prosa a ratos recargada y descuidada. Por otro lado, es más que probable que Cuentos y Aguafuertes adolezca de un sentido unitario ya que mezcla un cierto costumbrismo, surrealismo, arltianismo con otros asuntos en teoría tan lejanos como África. Sin embargo, era precisamente esa heterogeneidad lo que quería fomentar Arlt que entendía la literatura y la vida de manera desordenada.
Crítico testigo de su tiempo donde vivió guerras y revoluciones, y como dice Rigiroli, “parte de la generación que se enfrentó al fracaso de la idea de progreso indefinido”, Arlt desarrolló una prolífica actividad literaria que lo llevó no solo al cuento o a sus ‘aguafuertes’, sino también al teatro o la novela. Precisamente su primera novela, El juguete rabioso lo introdujo en el ambiente literario de Buenos Aires, pero sin contar nunca con la aprobación de Borges que lo ignoraba, cuando no lo despreciaba.
A pesar de los desaires de Borges, la obra de Roberto Godofredo Cristophersen Arlt fue finalmente enaltecida por los colaboradores de la revista literaria Contorno entre los que se encontraban David Viñas u Oscar Masotta. Más adelante, a Arlt le pondrían la corona literaria escritores consagrados tales como Ricardo Pligia, Roberto Bolaño, César Aira, Rodolfo Walsh y el mismísimo Cortázar.
Agobiado siempre por problemas económicos, Arlt desempeñó todo tipo de trabajos para salir adelante, siendo el de periodista el que ejerció con más regularidad. Además, invirtió una importante cantidad de su tiempo a los inventos con los que esperaba enriquecerse, algo que nunca ocurrió. Murió a los 42 años de una parada cardiorrespiratoria.
Sea como fuera, hoy en día, el tribunal inapelable del tiempo ha dictaminado la pervivencia del legado Roberto Arlt como indispensable para entender la literatura argentina contemporánea, lo que por extensión lo coloca en un lugar preeminente dentro de la literatura global en español.