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De aquella vez con Malcolm Lowry

Maurizio Bagatin

Por aquella obsesión de escribir. Mezcal, mezcalina, alcohol, algo que acelere sin modificar la percepción de la realidad. A un lado el amor, la noche que atrapa y no deja respirar. Al otro lado todas las irreversibilidades y la muerte.

Bajo la láctea piel corren sutiles líneas verde pálido. Agua y jabón. Ojos color esmeralda cruzan la canícula de la tarde, y la enfrían. Desafiando todos los pensamientos, diseño siluetas imaginarias y acaricio todas las posibilidades. Un pintor cubista, un escultor de formas, un poeta surrealista. A través del vidrio de un bus veo los dioses, el oro, el mito, el misterio y el absoluto en una mirada. La mujer que nunca más volveremos a ver.

Las peripecias de ciertas novelas. De como llegan a terminar como un rio al llegar al mar, con el mismo estado de ánimo, con la misma ligereza. Finales como en Céline y en Henry Miller frente al Sena o en un viaje en el Danubio, dejando que desemboque con un verso de Biagio Marin.

Huele a lluvia ya. Petricor le decían los poetas románticos, cuando las primeras gotas tocan el suelo y su encuentro es como el éxtasis de los niños al ver un arcoíris por primera vez. El silencio y su contraste. La luz y su ausencia. El amor y el odio. El efímero y la eternidad.

Y contemplo la ironía de los seres humanos. No creo exista ser vivo más ridículo y espectacular que el ser humano. Bukowski añadiría que asistir a sus espectáculos es gratuito.

Delirio de un deseo imposible que llene de vida el camino hasta el final. Solamente un poco de color de la filosofía en un texto escrito, leído y quemado mas de una vez. La ilustración de una ebriedad oscura, de un amor y de la muerte.

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