No obstante que las distancias entre las economías de Estados Unidos y la nuestra son siderales, y aunque actualmente el país del norte sufra de una recesión (que es cierta) y el nuestro tenga una bonanza (que es una ilusión), el trecho todavía sería insondable a propósito de una expresión que se hizo célebre y que escuché después de muchos años en un programa matinal de radio, pero con la que hay cierta analogía debido a aquel lejano 1992 que vivió el país del norte y lo que el último semestre se vivió en Bolivia.
“¡Es la economía, estúpido!”, es la frase que hizo posible que, desde un despacho modesto que ostentaba el futuro y exitoso presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, saltara al escritorio del Salón Oval de la Casa Blanca. James Carville, asesor de campaña del entonces candidato demócrata, que en su contra tenía a un George Busch en el ejercicio de la Presidencia y con una aprobación que sobrepasaba el 80% de la ciudadanía, había logrado el fin de la Guerra Fría con la caída del muro de Berlín y, con ello, el liderazgo de una coalición internacional de influencia mundial.
Esas credenciales eran virtualmente insuperables para el entonces desconocido opositor Clinton, que no tuvo más remedio que confiar en el olfato político de Carville, quien, luego del rotundo triunfo de su candidato, cobró notoriedad fuera de las fronteras del país del norte. Tanto fue el éxito de aquella frase desempolvada de su antigua época de candidato, que fue gracias a ella, cuando Bill Clinton estuvo contra las cuerdas —ya durante su mandato notable— a causa del affaire que mantuvo con Mónica Lewinsky —una funcionaria de bajo rango de la Casa Blanca—, que el presidente estadounidense pudo distraer la atención nacional y evitar ser cesado de la Presidencia. Y vaya que lo logró… y además con inusitado éxito, porque los niveles de desempleo bajaron ostensiblemente y Estados Unidos inauguró uno de los periodos de mayor crecimiento económico de la época.
Así de importante es el tema de la economía, que es la expresión concentrada de la política, según la doctrina marxista y, sobre todo leninista, porque la política, para sustentarse, requiere de una estructura que mueva la economía, siendo como lo es el cuartel donde se organiza, busca y lucha por la consecución del poder para imponer un sistema económico y político.
Así sucedió con la asunción al poder por parte del Movimiento Al Socialismo, cuyo “modelo”, pese a una fiebre de gas y los precios más altos que el mercado internacional haya registrado en décadas (lo de la nacionalización, como motivo del boom económico nacional, es un chiste de mal gusto que solo pueden creer los ignorantes que nos gobernaron), terminó en el peor fracaso que uno pudiera imaginar. Es decir, la economía o el modelo que se pretende implantar en un futuro gobierno es fundamental para el destino que finalmente tendrá cualquier candidatura.
Y ante la catastrófica situación económica en que el Movimiento Al Socialismo —en todas sus vertientes— deja al país, como no pudo ser de otra manera, todas las candidaturas para las últimas elecciones se centraron precisamente en esa área. La escasez de dólares, la falta de combustibles, el alza exorbitante en los precios de la canasta familiar, la inflación galopante —que para el actual gobierno no existe, ya que el dólar oficial no habría subido en su cotización, lo cual contrasta con la percepción de los mejores economistas, como son los “licenciados Calle y Mercado” que es donde se ve y se sufre a la hora de comprar—, se deben al chasco que supuso el Proceso de Cambio. Esos temas vinculados a la economía estuvieron en la mira de los aspirantes en la segunda vuelta.
Así es… Uno con la adquisición de un crédito de 12 mil millones de dólares, la fluctuación del dólar americano bajo el mecanismo del bolsín, el achicamiento del Estado, la venta de todas las empresas del Estado, y el otro con la nacionalización de los autos chutos, el perdonazo tributario, la reducción del aparato burocrático, el incremento significativo de la renta dignidad y el préstamo de carburantes del exterior, son la prueba de que acá y en cualquier parte la economía y la proposición de medidas inherentes a ella son el pilar de todo programa de gobierno.
Por último, cuando se quieren hallar razones para el triunfo de una candidatura en la que, en un momento, ni sus propios protagonistas creyeron, la respuesta está en los desmedidos ofrecimientos en materia económica que el elector menos versado creyó y que no va a olvidar. Y es que el meollo de cualquier éxito en la administración del Estado… “es la economía, ¡estúpido!”.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor