Aquello de “y vivieron felices” es un recurso narrativo de cierre afortunado y clausura definitiva de una historia en la cual los protagonistas satisfacen sus aspiraciones después de pasar por una cadena de dificultades y desventuras opuestas a sus aspiraciones más caras. Con tal expresión se alcanza un final con sabor dulce para los lectores, identificados con los buenos del cuento por regla general. Es un reino de alegría eterna en el plano ideal. La realidad no es así; es opuesta porque su esencia integra complejidad e imperfección, aunque también es perfectible, invitando a ponerse manos a la obra.
Así pues, cuando las personas alcanzan una meta, es iluso asumir que llegaron al final del camino. El camino continúa en dirección a otras metas, trátese de la ruta de existencia de una sola persona o de una colectividad. De esta manera, el camino humano puede ser considerado como una sucesión interminable de necesidades y problemas que requieren soluciones, las cuales pueden o no producirse.
Un ejemplo ilustrativo de este fenómeno es la unión de una pareja que, como bien es sabido, no termina en la ruidosa celebración donde se derrocha alegría. Por el contrario, recién comienza y se topa con el reto de atención compartida a detalles ordinarios y a hechos extraordinarios, no precisamente a la manera de una eterna luna de miel -frase que puede perder sentido antes de lo imaginable- sino a la de un juego de roles con dosis de disgustos y sacrificios respondiendo a un desafío de proporciones mayores: la complementariedad de defectos.
Otro ejemplo es la graduación profesional que tampoco termina en la acostumbrada ceremonia, aparatosa y tediosa con muchos aplausos. Después de ella viene lo realmente crucial, la inserción laboral -misión casi imposible en el escenario de la crisis que aqueja al país-, requisito ineludible para el éxito de cualquier proyecto de vida personal del flamante profesional en su condición de tal para su ansiada independencia económica, en un nivel suficiente en función de garantizarle una vida digna. No son pocas las veces que el título se empolvará colgado en un muro mientras el graduado se busca la vida como puede, o tan solo la ve pasar.
Con tales antecedentes, se entiende que todo logro tiene valor y toma significado positivo si a continuación se alcanzan otros; de lo contrario, es posible que dicho logro quede reducido a una anécdota de grato recuerdo pero teñida de frustración porque no derivó en algo más.
Esto mismo se aplica a la política y es lo que los actores políticos bolivianos, protagonistas de las elecciones generales de este año, se supone han comprendido, por el bien de Bolivia y por el de ellos mismos, pues la ciudadanía no está dispuesta a soportar irresponsabilidad y falta de compromiso de parte ellos; así que, desde mañana, día siguiente día a la segunda vuelta electoral, sin interesar quien resultó ganador, todos están obligados a cumplir con las muchas y complicadas tareas que demanda contener el hundimiento multidimensional del país, tomando las decisiones necesarias para remontar la crisis y comenzar entonces a restablecer la economía y reponer la institucionalidad y la cultura democráticas.
El 17 de agosto casi fue borrado del mapa electoral el azul representativo del proyecto narco dictatorial. Esa es una gran presea ciudadana fundada en la lucha cívica alentada desde la conciencia de la mayoría aplastante de los bolivianos sobre el fracaso del modelo abusivo, depredador y corrupto aplicado desde 2006. Pese a la falta de un sistema político vigoroso, de propuestas y líderes renovados. En contra del desaliento, las sospechas y las imposturas.
La ciudadanía actuó en la medida justa que exige el momento histórico, con molestia por la escasa predisposición unitaria de los opositores aspirantes a la presidencia. Puso en las manos de cada uno de ellos una parte de la clave para abrir la puerta que separa al país de su recuperación y prosperidad, sin entregarle a ninguno la clave entera. Como apunta con muy buen criterio el analista Franklin Pareja en una entrevista, el soberano ha configurado una mayoría aplastante que apuesta por el cambio y la puesto al alcance de las fuerzas democráticas, pero con una condición.
En efecto, sumando los votos de las opciones opuestas al MAS en todas sus versiones, se alcanza el 80% de los votos, reflejado esto en el 100% de los senadores y el 91% de los diputados, potencial que garantiza la toma de decisiones que se requieren para proseguir el camino a la consecución de las metas indispensables según el mejor interés común. Por esta manera de enfocar la situación, no es ya lo más importante quien gane la presidencia, sino lo que quien gane y los demás hagan desde mañana.
La ciudadanía ha tirado el guante en el rostro de quienes lograron terciar en la segunda vuelta electoral, y de quienes tienen representación legislativa. Los reta a construir la unidad desde el legislativo, con base en el consenso acerca de las decisiones ineludibles que se debe adoptar. Sin excusa. Que se pongan a la altura.