Renato Sandoval Bacigalupo
Clausurado el desierto a los que oyen plegarias y perjurios de antiguos mercenarios, siempre listos para la sangre y el sueño de santos zopilotes, una baba encendida riega las dunas y las mentes de quienes las piensan y luego las ocultan. Tan fácil la propuesta de escupir al azar números y versos, unos tras otros, en comparsa de unos ojos que ya no ven este futuro de insanias y exangües desesperos. Un zorro avieso salta y llora por las tardes de estíos sin rastros que expliquen su retorno, una airada brisa de otro tiempo a gatas se desliza sobre la excitada sementera de nuevos alientos y suspiros, y todo con la certeza de que no hay ya lo que persistía, teniéndolo como cierto cuando la duda siempre sabe lo que ignora y el paso se divide en tres y ya nada pasa.
No volveremos, amor, a ese lago con sus cañares, enfundado en su celo y sumergido en la memoria de aquello que nunca fuimos. Siluetas de santones surcan las islas que inventábamos por las tardes y que por las noches de salva hundíamos una a una hasta encontrar por fin el cero rotundo en esta esquina; nada sin ti el horror presentido de ser una vez a quien le falta el miedo de ser de nuevo el mismo, el tenor de brumas anclado en la primera roca del sueño, el apuntador que exhala solo palabras mudas y signos de aires sin significado. Pero sigo en eso, como si aún te tuviera aquí, quieta, demasiado quieta, el universo de sabia inconciencia y piel curtida por amores míos y de extraña manos. Solo mía y, sin embargo, siempre tú sin saberlo nunca, confiada a mis cuidados, ya ardida junto a la casta chimenea, siempre dormida entre mis brazos que ahora sangran sin cesar y me adormecen para llegar a ti como siempre debiera.
En el átomo de mi alma, en la creciente sed de desierto y praderas, en la indolente memoria, no descuidaré tu paso sobre mí, hollado y bendecido con tus silencios que nombran lo que aún no tengo, porque solo lo que menos tengo es lo que más me urge y lo que me escapa es el cuerpo, tu cuerpo, el tacto intacto pero desvanecido, hecho ahora lago o desierto o llama o aire. En secreto diré todos los nombres de un único nombre; contaré a los ausentes la historia que tú preservas, esa que dice que yo también me he ido como los que habían partido sin llegar a ningún lado.
(Inédito)
Renato Sandoval Bacigalupo (Lima, 1957). Ha publicado, en poesía, Singladuras, Pértigas, Luces de talud, Nostos, El revés y la fuga y Suzuki Blues, los tres últimos recogidos en Trípode (2010), Prooémium mortis (2016), Atajos a la nada (Opiniones y versiones) y Odiario (2018), Del taoísmo al teísmo (2019). Este año ha aparecido Trenos de trinos: Poesía reunida (1983-2023), con seis poemarios inéditos. En ensayo, El centinela de fuego, así como Los motivos de Eguren. Entre Heidegger y Bergson, ambos libros dedicados al poeta simbolista José María Eguren; también Ptyx: Eielson en el caracol. En traducción, son conocidas sus versiones de Pavese, Quasimodo, Tabucchi, Pasolini, Arnaut Daniel, Tieck, Rilke, Kafka, Södergran, Ågren, Haavikko, Saarikoski, Dinesen, Boberg, Pia Juul, Drummond de Andrade, Lêdo Ivo, Paulo Leminski, entre muchas otras. Es fundador del Festival Internacional de Poesía de Lima (FIPLIMA), es miembro del Instituto Ricardo Palma y miembro honorario del PEN Argentina. En 1988 obtuvo el primer premio de “El cuento de las mil palabras”, del semanario Caretas, en 2015 el Premio de Bronce de Copé, y el Premio Nacional de Literatura 2019 con Mención Especial en Poesía.