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El voto nulo y la democracia


A finales del primer cuarto de este siglo XXI todavía hay millones de personas que creen en cosas extrañas, a pesar del avanzado proceso de secularización y el anuncio de muchos pontífices acerca de la muerte del mito, la religión, la fe y el telos tan innatos en la naturaleza humana. Así, todavía hoy existen personas de una extraordinaria inteligencia en nuestro país (analistas políticos, intelectuales, escritores, poetas, politólogos, catedráticos… etc.) que creen, sueñan, con que al otro día de las elecciones cambiará la realidad de este país, como si ir a las urnas fuera una pócima mágica como esa que transforma a Shrek -un ogro verde con un acento escocés que vive en un pantano en forma solitaria y segura- en un príncipe azul. Nada de eso sucederá en Bolivia un día después de las elecciones. La pobreza, la carencia, el inconformismo, la desesperanza, la corrupción, el prevendalismo, el padrinazgo, el amiguismo, el tráfico de influencias, el narcotráfico, el contrabando, el ajuste de cuentas, la repartija de cargos públicos continuarán profundizándose en la sociedad boliviana y creando grietas incurables por mucho tiempo más.

Los votos, sean los válidos para uno u otro candidato, o los nulos, blancos, pifeados y demás, no transforman la realidad ni sirven para eso, por tanto, no inciden en el estado de cosas igual que las ideas de los filósofos a los que Marx criticaba porque se ocupaban de hablar del mundo pero no de transformarlo ¿Qué cambiará? ¿Tras el 17 desaparecerá la violencia, las quemas en el oriente, los asaltos a plena luz del día? Nada de esos hechos serán diferentes post elecciones. Sólo los directores de esa orquesta mal organizada llamada aparato estatal serán otros pero los mismos de los 90. Quizá algunos músicos serán reemplazados, pero seguirán ejecutando un compás desafinado con unas notas ajenas a la realidad de las personas sencillas que sufren las envestidas de un orden absolutamente injusto. Enrique Dussel, solía decir que el primer derecho fundamental es el trabajo, porque de este dependen los otros derechos de la persona. Una revolución decolonial que trastoque el pensamiento aún impregnado de colonialismo y dependencia en los bolivianos, requiere un proceso sostenido y a largo plazo. Unas elecciones no instauran ninguna revolución ni mucho menos.

Así que, tanto el voto válido y el nulo son opciones libres aunque el ejercicio de ese derecho democrático esté obligado. Si bien no valen un pito dijo uno de los tribunos electorales, no obstante, para quienes escojan esa opción es un acto de resistencia y protesta frente a una partidocracia incapaz de instaurar por lo menos las próximas décadas un cambio real para las personas necesitadas y excluidas de la sociedad, los pobres, los campesinos, conglomerados periurbanos, trabajadores asalariados y otros. No hay porque rasgarse las vestiduras ni sentarse en cenizas como señal de duelo porque la gente vote nulo en estas elecciones.

Quizá lo único que nos negociable más allá de cualquier elección o la democracia es la esperanza de que al despertar una mañana algo a lo menos será distinto. San Pablo decía que la esperanza es la que nunca nos falla: «Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia (perseverancia); y la paciencia (perseverancia), carácter probado; y el carácter probado, esperanza. 5Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom 5, 3-5).


Iván Jesús Castro Aruzamen es Teólogo y filósofo

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