“La democracia necesita una virtud: la confianza.
Sin su construcción,
no puede haber una auténtica democracia.”
— Victoria Camps
Desde este jueves 14 de agosto, Bolivia entra en silencio electoral. No es solo una pausa en la propaganda política, es una tregua con el ruido, una oportunidad para que el país se escuche a sí mismo. Este domingo 17 de agosto, más de 7,9 millones de ciudadanos están habilitados para votar. Esa cifra no es solo estadística, es el eco de millones de historias, frustraciones y esperanzas que convergen en una sola jornada que puede redefinir el rumbo del país.
Se elegirán presidente, vicepresidente, 130 diputados, 36 senadores y 9 representantes supraestatales. Aunque hay ocho binomios presidenciales en carrera, también hay una campaña activa por el voto nulo, promovida por sectores que cuestionan la legitimidad del proceso. ¿Qué significa eso? ¿Que no todos creen en el sistema? ¿Que el voto ya no es suficiente? ¿O que el silencio es más elocuente que cualquier discurso?
El silencio electoral prohíbe todo acto de campaña, toda propaganda y todo mensaje político en medios, redes sociales y espacios públicos. No es censura, es protección. Es garantía de que el voto se emita sin presiones, sin manipulación, sin ruido. En medio de la polarización, la desconfianza y la saturación digital, este silencio se convierte en un acto de respeto, al votante, a la democracia, a la posibilidad de pensar sin interferencias.
A medida que Bolivia se prepara para las elecciones del próximo 17 de agosto, la pausa electoral —ese breve pero crucial silencio de 72 horas antes de la votación— se convierte en un momento de introspección colectiva. En una era saturada de mensajes políticos, promesas ruidosas y campañas digitales, este período representa mucho más que una simple prohibición: es un espacio para elegir con libertad.
Durante la pausa electoral, se apagan los altavoces de la propaganda, se suspenden los mítines y se detiene la maquinaria publicitaria. ¿Por qué? Porque la democracia no solo se trata de elegir, sino de hacerlo conscientemente. Este silencio busca proteger ese derecho, permitiendo que cada ciudadano reflexione sin el bombardeo de última hora que distorsiona el juicio.
En Bolivia, donde la polarización política ha marcado muchos procesos electorales, este respiro es vital. Es el momento en que la ciudadanía recupera el protagonismo, alejándose del ruido partidario para escuchar su propia conciencia. Es también una oportunidad para que los medios de comunicación y las plataformas digitales asuman su responsabilidad ética, evitando convertirse en instrumentos de manipulación.
Junto al silencio, el Auto de Buen Gobierno restringe la venta de alcohol, el porte de armas, la circulación vehicular y los viajes interprovinciales. El país necesita calma, necesita orden, necesita que el domingo no sea una batalla, sino una decisión colectiva, libre, informada y consciente.
El Tribunal Supremo Electoral ha desplegado 2.496 observadores, entre ellos 87 de la OEA, 135 de la Unión Europea y delegaciones de 16 misiones internacionales. A nivel nacional, la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno movilizará más de 32.000 veedores en Santa Cruz. ¿Quién puede decir que no se vigila cada paso? ¿Quién puede afirmar que no hay ojos sobre cada urna?
Este año, el TSE reemplazó el antiguo sistema TREP por el nuevo SIREPRE, una plataforma digital que promete resultados preliminares confiables y transparentes. ¿Será suficiente para disipar las dudas? ¿Para evitar que la incertidumbre se convierta en sospecha? ¿Para que el conteo no sea solo técnico, sino también legítimo?
Este domingo, Bolivia no solo vota: Bolivia se define. Y tú, que estás leyendo esto, ¿vas a dejar que otros decidan por ti? ¿Vas a callar cuando el país te pide que hables? ¿Vas a mirar desde afuera cuando la historia se escribe adentro?
Porque, al final, la democracia necesita una virtud: la confianza. Y este silencio, lejos de ser vacío, es el espacio donde esa confianza puede comenzar a construirse.