Menos mal que esto de las campañas electorales, que para algunos comenzó desde principios de año, está por terminar… Las 00:00 horas del día 15 de este mes serán el inicio de una pasajera paz, por lo menos para los oídos y la vista, porque en el interior de cada votante comenzará a librarse una batalla que solo cesará el domingo que le sigue muy tarde o recién los días posteriores. Habrá dos jornadas de silencio electoral que serán el preludio de una muy intensa, en medio del miedo por el porvenir y la ira por el descontrol de los actores políticos.
Desde que fue aprobada la vigente CPE y, con ella, la “genial” idea de elección de magistrados y autoridades judiciales mediante sufragio universal, la salud de la democracia, por el solo hecho de acudir a las urnas, en Bolivia se hizo empalagosa si añadimos que también hay elecciones de autoridades subnacionales; y entonces los procesos preelectorales se convirtieron en periodos de tortura colectiva.
En términos generales, se puede decir que existe una fatiga de elección, a pesar de lo que quienes están en edad de votar —y votan en su gran mayoría de forma religiosa— no lo hagan por una conciencia cívica. La verdad es que elegir autoridades mediante el voto tendría que ser una decisión personal sin que de por medio haya medidas compulsivas o exageradamente gravosas para quienes se rehúsen a ese acto, que es más emocional que cerebral. De todas maneras, hay una ambigüedad teórica respecto a los efectos de la frecuencia electoral y la participación de la población. Pero, con el avance en las tecnologías de la información y de la comunicación, vemos que en los partidos políticos se ha producido una evolución que nos ha llevado a un desgaste del sistema democrático. Es que es un hecho que la modernización siempre ha sido un proceso doloroso.
Y una cosa es que toda campaña electoral exitosa articula sus estrategias no solo con base en sus propuestas, ideas y proyectos de Estado, sino también tomando en consideración la movilización de las emociones, principalmente el miedo de los electores. El miedo a que las cosas empeoren o a que se pierda lo que se tiene o se atente en contra del sistema de valores y creencias establecidas. Es decir, la estrategia electoral se centra en comunicar y hacer sentir a los votantes que, si los opositores llegan al poder, destruirán, acabarán y amenazarán tanto el sistema de valores y creencias, que generarán problemas a la estabilidad que hasta ahora se tiene, poniendo en riesgo el futuro del país. Pero, por el otro lado, apelando a la inconformidad, molestia, frustración, enojo e ira de los electores por la situación prevaleciente, se busca un perentorio cambio de rumbo.
Así, recurrir al miedo es propio de campañas de partidos en el poder, y apelar a la rabia es más bien recurso de los partidos y candidatos de la oposición. Todo eso es lo que en estos meses ha venido ocurriendo en nuestro medio, pero en grado superlativo, y en todo caso son características no exclusivas nuestras, sino comunes a otros sistemas políticos del mundo.
Pero de lo que la ciudadanía está harta es de la guerra sucia (de la que ninguno de los candidatos está exento), de los insultos, de las mentiras y promesas que sabemos en su mayoría nunca se cumplirán por quienes alcancen el poder; de los debates sosos; de la incitación al voto nulo (que no es ilegal, pero tampoco es muy democrático) y de las bellaquerías de quienes están dispuestos a aliarse con Dios o con el diablo.
A estas alturas, estamos a pocos días de un silencio electoral que será como bálsamo para la gente que, a su vez, guarda una ira contenida con quienes pretenden sabotear la justa electoral y de la que Maquiavelo aconseja que todo príncipe debería cuidarse de no provocarla en el pueblo.
Este periodo de insidias entre los políticos en medio de carajazos que se han multiplicado, y como parte de algunas arengas patrióticas incluso en varios periodistas, tiene que llegar a su fin. Pronto, porque hastió. Luego se avecinan todavía días muy difíciles para Bolivia… Si gana la izquierda, porque será la continuación de lo que vivimos desde hace dos décadas. Si gana la derecha, porque esto no se arregla con una varita mágica, y aquella —ya lo anticipó— no dará tregua en su plan desestabilizador.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor