A pocos días de unas elecciones cruciales para Bolivia, el ciudadano promedio navega —con brújula rota— en un peligroso mar de consignas y fake news. La tempestad que nos ahoga —crisis económica, escasez de carburantes, corrupción sistémica, incendios forestales— no ha agudizado el criterio popular: no hay diagnóstico integral ni opinión consistente. El sentido común es mercancía tan rara como el aceite.
Tantas radios, periódicos, podcasts, programas y hasta portales de verificación de datos, para terminar creyendo en bulos de Whatsapp o en montajes descarados como los atribuidos a Súmate: fake news contra Samuel y Tuto, respaldadas por logos falsos de medios serios —“¡En 100 días terminaremos con la renta dignidad, carajo!”, distorsión del slogan de Alianza Unidad— y alabanzas al “Capitán”, que sigue presumiendo el dudoso trofeo de “mejor alcalde de Latinoamérica”. Peor aún: muchos prefieren el circo amarillista del Búnker a encuestas con rigor metodológico avaladas por el TSE. ¿Será posible emitir un voto responsable desde este piso fangoso?
Como dicen los ingleses con su humor ácido, el bicentenario nos sorprende “con los pantalones abajo”. Tras dos siglos de república y más de cuatro de Colonia, la sociedad boliviana sigue partida. Persiste el racismo como herida abierta, el rencor arde como nuestros bosques en septiembre y el revanchismo sigue disfrazado de justicia. La educación —desigual e insuficiente incluso en su mejor versión— sigue sin ser prioridad de Estado. En ese abandono yace el germen de la improvisación y la corrupción que carcomen por igual a políticos y ciudadanos.
Por eso —con la mirada puesta en el 17 de agosto— les ofrezco, con respeto, mi brújula: dos reflexiones mías que podrían orientar un voto responsable con Bolivia y su gente. No son dogmas, sólo simples conclusiones de un ciudadano independiente, libre de lealtades partidarias y ataduras ideológicas.
1. Las candidaturas derivadas del MAS no tienen nada que ofrecernos en estas elecciones. Sin renta gasífera, su modelo es un cadáver económico. Su receta ya sólo produce inflación y deuda. Reconozcamos, sin embargo, que su gobierno redujo la pobreza y llevó el Estado a lugares profundos y postergados. Pero hoy el país se derrumba y las peroratas pachamamistas no van a salvar ni un alma. Veinte años de mayoría absoluta nos dejan más escombros que legados.
Es innegable que faltan numerosos proyectos para los más vulnerables. Pero, ¿por qué sólo los partidos de corte popular podrían ejecutarlos? El MAS-IPSP ya quemó su oportunidad, ahora toca probar otras fórmulas. Sin embargo:
2. Ningún candidato es el Mesías. Basta ya de esperar un superhombre que aterrice en la Casa Grande del Pueblo para dinamitar el establishment y reescribir la historia. Lo que importa es el plan de gobierno y el equipo que acompaña al candidato. Pero no son suficientes los PhDs: se necesita tacto político (los radicales no nos sirven), amplia capacidad de negociación y fina sensibilidad social. De otra manera, como advierte Gonzalo Mendieta, el retorno de las corbatas podría interpretarse como restauración del viejo orden étnico y desatar el caos.
Y el caos no es una opción. Los ciudadanos necesitamos circular con libertad por carreteras sin bloqueos, llegar al trabajo sin sobresaltos, llevar con tranquilidad a nuestros hijos al colegio y caminar seguros siguiendo un plan nacional. Dejar atrás las colas interminables por combustible, recuperar el acceso a nuestros dólares en el banco y, con ello, la confianza en el sistema financiero. ¿Cómo construir un futuro estable sin estas condiciones básicas?
Vivimos un brutal contrasentido: un país hiperpolitizado con una sociedad ultradesinformada. Compartimos memes como si fueran análisis serios, abrazamos rencores como si fueran programas y, al final, votamos por reflejo tribal. Nos reconforta lo familiar: que gobierne el ex compañero de escuela, el hermano de fraternidad, el socio del club, el primo de cariño, el vecino de barrio. Preferimos la comodidad de la afinidad social a la exigencia de la competencia.
Hay campañas mediáticas por el voto informado, esfuerzos colectivos para proteger las urnas, pero el voto argumentado —el único que salva al país y a nuestra consciencia— sigue siendo una asignatura pendiente para el ciudadano común. La Bolivia que merecemos nace —o muere— en cada boleta marcada sin reflexión.
Dennis Lema Andrade es Arquitecto en Atelier Puro Humo