Las autoridades nacionales, departamentales y locales, además de la empresa privada y de los ciudadanos, lograron unirse para presentar a Sucre, la capital de Bolivia, como un primoroso bordado de muros blancos, tejados anaranjados y jardines multicoloridos con motivo del Bicentenario.
Es un placer caminar estos días por sus calles adornadas de geranios, begoñas, azucenas y mantillas españolas. A pesar del invierno, los espacios verdes lucen cuidados y los transeúntes evitan pintar las paredes, botar basura o arrancar hojas. Al atardecer, las primeras luces artificiales dan un tono azulado a todo el paisaje.
Venciendo la mala fama que dieron al país los cortes de ruta y los barullos de los abogados y seguidores de Evo Morales, llegan al país cientos de visitantes. Sucre es a la vez un puente hacia Uyuni/Potosí, el destino turístico más famoso de Bolivia. Hay hospedaje para todos los bolsillos. El reconocido Parador de Santa María La Real figura como el portaestandarte de ese gran esfuerzo de inversión privada.
En cada gira, el viajero encuentra nuevas ofertas gastronómicas: los locales con la tradicional comida chuquisaqueña, siempre repletos de comensales; los chorizos en el mercado central; los clásicos cafés de los años 80; las pizzerías con toque capitalino; ahora, además, restaurantes fusión inspirados en la experiencia Gustu con ingredientes de la tierra. Hay que reservar con días de anticipación en “Nativa” o en “El Solar”, emprendimientos de jóvenes chefs. Reconocidas marcas paceñas y cruceñas están presentes.
El desafío es enorme porque hay que vencer todos los obstáculos financieros, terrestres y aéreos que provoca el (No) Estado Plurinacional, pero el público los compensa gastando sus ahorros en esa experiencia. Tal como conocí en otros sitios del país, el viajero más frecuente y entusiasta es el cruceño.
Llegar a Cochabamba es otro placer, a pesar de que desde hace décadas no se soluciona el desagradable olor de las ladrilleras cuando sopla el viento hacia el aeropuerto. En general, la atención es amable desde el maletero al conductor y los vehículos se mantienen pulcros.
Recorrer las calles y avenidas repletas de verde es un deleite inigualable. Con un clima templado similar al de Sucre, florecen las rosas, los claveles, los crisantemos. Sauces, molles, arbustos adornan las aceras. La Alcaldía fomenta los parques, como ya comentamos en otra ocasión. Realizó alianzas con empresas privadas o con cochabambinos amantes de su terruño para alentar que espacios vacíos o muladares se conviertan en jardines.
Felices los cochalas que pueden transitar por una ciclovía de verdad, también rodeada de árboles que crean una agradable sensación de oxigenación. Los particulares han puesto salteñerías, cafecitos, restaurantes que combinan el placer de comer y brindar con ventanales hacia ese panorama.
Esta voluntad colectiva es doblemente destacable porque las huestes delincuenciales han cercado permanentemente a la urbe desde 2006, usando casi siempre la violencia. Hubo intentos de asfixiar la cotidianidad citadina con bloqueos al botadero para que la basura entierre al horizonte feliz.
Por alguna razón que los economistas no alcanzan a explicar, la ciudad también rebalsa de visitantes que llegan desde las provincias, del interior del país y del exterior. El forastero se contagia inmediatamente con esa abundancia que presentan los restaurantes cochalas. Desde muy temprano con los desayunos opíparos, la sajra hora de media mañana, los almuerzos, las meriendas, las cenas, los refrigerios, abunda la oferta gastronómica.
Un colega europeo me hizo notar que los bolivianos comen a toda hora, inclusive mientras caminan sorteando la calzada.
¡Qué triste, triste, triste es recorrer este invierno las calles paceñas! Sus lugares más emblemáticos como El Montículo, el Mirador Killy Killy, la señorial Alameda/El Prado, las jardineras de la Costanera están desechos.
En mi memoria no existe otro momento de tanto deterioro. No hay imágenes del pasado que nos retraten de los pastos amarillentos que ahora brillan en Sopocachi. En verano, la Empresa Municipal de parques y jardines, EMAVERDE (que fue orgullo local) no cortaba la maleza que rompía los bordes de adoquines y veredas. Ahora no riega porque han cortado el agua desde hace semanas.
La sede de gobierno recibirá el Bicentenario de la fundación de Bolivia sumida en el desorden. Quedan para el recuerdo las estrofas: “¡Oh linda La Paz!, ¡oh bella ciudad!… quien te conoce no te olvida jamás!” como entona el querido Fabio Zambrana.
El tango “Illimani” parece dedicado a otra ciudad. Fernando Román Saavedra, si volviese a nacer, encontraría lindas collitas sin ese paisaje que las destacaba. Su taquirari está huérfano. Tampoco cuadra la kullawada de Fulvio Ballón porque cuando llegue otra vez encontrará escasas florcitas. Jacha Mallku dudará al cantar “qué linda que es La Paz.”
La ciudad es hermosa porque la naturaleza la hizo hermosa, porque su montaña tutelar crea una luminosidad que la hace única y porque tuvo alcaldes liberales que en la primera mitad del siglo pasado entendieron la importancia de unir paisaje y progreso. Porque hubo iniciativas para consolidarla como una ciudad maravilla.
En un lustro, lo avanzado fue destrozado por la incapacidad y la demagogia. El modo farra que la nación ha padecido estos 20 años a nivel nacional, en la sede de gobierno ha estrangulado lo verde a favor de la cantina.