Oscar Seidel Morales
La noche que su amado Eulises salió a pescar, la marea estaba baja, y jamás regresó. A Greta la invadió la tristeza, y decidió esperar en la playa para reencontrarse algún día. Se quedó vestida con el mismo traje azul que lucía en la noche de la partida. Cansada de esperar lo que nunca llegó, le pidió al mar que también la llevara.
Greta creó un mundo delirante por esperar a Eulises. No le fue infiel, y más bien se enamoró con obsesión del fantasma del amado. La tarde que estaba nadando con sus familiares, llegó una fuerte ola y la arrastró. La búsqueda fue inútil, por ningún lado apareció Greta.
Al poco tiempo, un grupo de marineros que llegaban de la faena de pesca, asustados, comentaron en el muelle que habían escuchado voces mar adentro:
— ¡Te amo Eulises, te amo de verdad!
—Siempre tuviste mi amor, Greta.
—Vámonos de aquí.
—No puedo.
— ¿Cómo? ¿No regresarás conmigo?
—Me voy a casar con Nereida.
—Tú sabes que te amo y quiero seguir siendo tu mujer.
— No entiendes; me tiene embrujado Nereida, y no me suelta.
— ¿Cuál es tu encantamiento?
—Greta, escúchame: El Señor de los Mares, le brindó a Nereida la oportunidad de encontrar el verdadero amor entre los humanos, haciendo bajar la marea para permitirle llegar a la playa, donde me encontró aquella noche, y sometió mi voluntad con su canto. Pero, si la búsqueda hubiese fracasado, la marea regresaba y ella quedaba convertida en espuma de mar.
— ¡Pero me amabas a mí!
—No pude evitarlo.
—Preferiste a ese ser, mitad mujer y mitad pez. Dilo, idiota.
—Vete, por favor.
—Nadie me va a separar jamás de ti. De ser posible hablo con el mismísimo Señor de los Mares.
Después de transcurrido un largo tiempo, los familiares vieron acostado sobre la espuma del mar el cuerpo de una mujer, con la misma ropa que llevaba Greta el día de su desaparición. La levantaron y con asombro observaron que gozaba de signos vitales, pero no recordaba dónde había permanecido durante aquel tiempo. Los familiares, no sabían que ella podía vivir hasta cien años sin adquirir recuerdos. Esa fue la condición que el Señor de los Mares le impuso a Nereida, para que encontrara otro amor en el mundo de los humanos, y permitir que Greta después de haber demostrado el gran cariño que sentía por Eulises, se quedara conviviendo con él en el reino de los castillos dorados.
Para Nereida fue difícil conseguir el hombre que la cautivara. Todos se ahuyentaban al oler su aroma de marisco. La piel bronceada por el sol no tenía vellos dorados sino pequeñas escamas. Permanecía mucho tiempo en el mar. No rememoraba nada. En el puerto la llamaron la loca de la playa.
Desesperada, cierto día visitó la pequeña librería del pueblo para encontrar una solución al dilema de vivir. El librero notó ciertos rasgos marinos en ella, e intuyendo algo, le sugirió que leyera el cuento de Franz Kafka titulado «El silencio de las sirenas». Al leer el segundo párrafo, Nereida entendió quién era y de dónde venía. Le preguntó al librero si él conocía la historia, y si era creíble. Él respondió que salvo algunos pescadores que las habían visto en el mar, para la mayoría de los humanos era inconcebible una mujer-pez. Cuentan que, una noche, con marea alta, Nereida se introdujo a las aguas profundas que había olvidado con el tiempo, y se ahogó. No cayó en cuenta que todavía era un ser humano.