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La trampa de no entender al otro

Guy Hedgecoe

Como periodista británico que lleva dos décadas viviendo en España, el país nunca deja de sorprenderme. Durante unas horas a finales de octubre, poco después de que la DANA azotara Valencia, pareció que por una vez los políticos españoles iban a ser capaces de unirse por encima de las líneas divisorias partidistas. En un primer momento sorprendía escuchar a Carlos Mazón, del Partido Popular, llamando a Pedro Sánchez «querido presidente» y agradeciendo su ayuda.

Pero la paz no duró. La ejecutiva del PP en Madrid cuestionó la gestión de la crisis por parte del gobierno central, y también lo hizo Mazón, mientras que sus propias acciones ese día también fueron objeto de un feroz escrutinio. En lugar de demostrar cómo son capaces de cooperar un gobierno central de izquierdas y una administración regional conservadora, las consecuencias de la DANA han desembocado en un torneo de culpas cuya virulencia se ha extendido hasta Bruselas, donde el PP intentó bloquear el nombramiento de Teresa Ribera como comisaria de la UE.

Episodios como este hicieron que no me extrañara en absoluto leer un informe que incluía a España entre los seis países más polarizados del mundo1. En el Barómetro de Confianza Edelman de 2023, Argentina figuraba como el más «severamente polarizado», seguido de Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica, España y Suecia. Pero yo me pregunté si el país donde vivo no debería ocupar un lugar aún más alto en el índice, que se basa en las divisiones ideológicas perceptibles y en el arraigo de las «trincheras políticas» en la sociedad.

Después de todo, durante los últimos seis años el principal partido de oposición viene tachando al gobierno de España de ilegítimo, mientras que el ejecutivo acusa a este de mostrar tendencias extremistas. Este fenómeno se ha agravado con el tiempo, debido en gran parte a la supuesta amoralidad de la dependencia y el compromiso del gobierno de Sánchez con EH Bildu, Junts per Catalunya (JxCat) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Pero más recientemente también en torno a varias acusaciones de corrupción.

Es raro ver algún tipo de consenso entre izquierda y derecha, ni siquiera en cuestiones internacionales. Y las crisis nacionales, que con frecuencia sirven como herramientas de unificación política en otros países, son todo lo contrario en España. El ejemplo más evidente, además de la reciente DANA, son las venenosas consecuencias del 11M, que sucedió hace ya 20 años. Pero el Covid también abrió una brecha en la política española, entre izquierda y derecha.

Efectos de la DANA en una calle de Catarroja. Imagen de Manuel Pérez García y Estefanía Monerri Mínguez.

Estas divisiones no sólo suceden en el ámbito político. El furor causado por el desdeñoso apretón de manos del jugador Dani Carvajal al presidente Pedro Sánchez después de ganar el campeonato europeo de fútbol, por ejemplo, pareció arrastrar la polarización al mundo del deporte, mancillando una celebración que debía ser una ocasión festiva. Y a principios de este año, cuando Juan García-Gallardo, de Vox, desencadenó una disputa con los productores de cine españoles cuando los llamó «señoritos», también llegó a la cultura.

El peligro no es sólo que los españoles estén perdiendo el respeto por sus adversarios políticos, sino también que pierdan la confianza en sus instituciones. Después de todo, ¿quién mantiene su fe en el sistema parlamentario después de presenciar un debate típicamente mordaz en el Congreso?

Siempre resulta tentador hacer comparaciones cuando se examinan fenómenos como este. Miro a mi país natal, el Reino Unido, y me pregunto si allí la política está igual de fragmentada. La respuesta corta es «no», al menos no ahora. Un primer ministro laborista muy moderado, Keir Starmer, ha asumido recientemente su cargo con una agenda alejada de buena parte de los campos de batalla tradicionales de la izquierda (sobre el tema de la inmigración incluso ha pedido consejo a la líder italiana de la derecha ultraconservadora, Giorgia Meloni). Por si esto fuera poco, la oposición actual está muy desorganizada.

Pero hace apenas media década, la situación era bien distinta. La decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea partió al país en dos mitades, de manera impactante. No fue tan simple como una división entre izquierda y derecha. Los británicos opuestos al Brexit eran frecuentemente retratados como elitistas urbanos fanáticos de las políticas woke y las tiendas de tofu, en vez de los problemas socioeconómicos de los trabajadores. A los partidarios del Brexit, por el contrario, se les tachaba de xenófobos y nostálgicos de las tradiciones coloniales.

Esa división en dos mitades aumentó al ganar las elecciones un primer ministro, Boris Johnson, que tenía un carisma afable pero una relación difícil con las normas y con la verdad. Mientras el país intentaba llegar a un acuerdo pos-Brexit con la UE, surgió otro elemento polarizador: el líder de la oposición, Jeremy Corbyn, que llegaba con una agenda de estilo podemita.

Mural de Banksy en torno al Brexit. Wikimedia

Durante varios años, el Reino Unido fue un lugar en el que la retórica política se había convertido en una zafiedad: los coches llevaban pegatinas en los parachoques proclamando las afiliaciones políticas de sus dueños y los periódicos etiquetaban a los jueces como «enemigos del pueblo». Ese oscuro capítulo terminó, afortunadamente, cuando Gran Bretaña formalizó su relación con la UE, y tanto Johnson como Corbyn fueron reemplazados por líderes relativamente moderados (aunque el Edelman Trust Barometer asegura que el Reino Unido todavía está «en peligro de una polarización severa»). Sin embargo, aquel episodio demostró con qué facilidad cualquier país, incluso uno conocido por la estabilidad y madurez de su política, puede caer en el oscuro túnel de la polarización.

Los asuntos concretos tienden a ser el terreno más fértil para la división política: la inmigración, la autodeterminación catalana, la salida de la UE. Pero determinados personajes pueden abrir aún más la brecha, tanto en el ámbito político como en la sociedad. Esto se ha visto de manera patente con Donald Trump, cuyo estilo personal horroriza a la mitad de los estadounidenses tanto como su ideología.

Gran parte del problema en Estados Unidos, un país profundamente dividido, parece haber sido la «otredad» de los oponentes. En el bando partidario de Trump, miles veían a Kamala Harris, y por tanto a sus votantes, como caricaturas de la izquierda. Mientras tanto, los votantes de Harris cayeron en la tentación de repetir mentalmente el famoso comentario de Hillary Clinton de 2016: que la mitad de los votantes de Trump eran «deplorables».

En una atmósfera política polarizada, el desafío es resistirse a entrar en el terreno de esos insultos y, en cambio, intentar comprender por qué la gente apoya una idea, entidad o persona que pueda considerarse aborrecible, ya sea Trump, Se Acabó La Fiesta, Brexit, Carles Puigdemont o incluso, digamos, el Real Madrid. Esto, por supuesto, es una tarea ardua en los tiempos en que vivimos. Proliferan la desinformación y las cámaras de resonancia, que funcionan como pruebas constantes de los supuestos crímenes de aquellos que ya nos desagradan de antemano. Los medios de comunicación, particularmente en España, suelen tener una agenda política claramente definida, lo que a menudo puede significar que nuestras propias opiniones, en lugar de ser puestas a prueba, simplemente se refuerzan cada vez que abrimos nuestro sitio web de noticias favorito o encendemos la radio.

En los últimos meses, el exilio de usuarios de la divisiva plataforma anteriormente conocida como Twitter es una señal de que, pese a los indicios en contra, el camino hacia la polarización no es inevitable. Sin embargo, abandonar ese camino por completo y encontrar uno más constructivo, donde el consenso y el debate serio sean posibles, constituye una de las tareas más complejas y relevantes que nos toca afrontar.

* Texto traducido al español por Gabriela Bustelo.

Guy Hedgecoe es un periodista independiente que vive en Madrid desde 2003, como corresponsal en España para la BBCThe Irish Times y Politico. Sus crónicas escritas y audiovisuales también ha aparecido en The New Republic, Deutsche WelleGlobal PostForeign PolicyThe TelegraphThe Miami Herald y Al Jazeera, entre otros medios. Dirigió la edición en inglés del periódico El País y fundó la web de noticias en español Iberosphere. En 2015, publicó el ensayo Congelando a Franco: la batalla por la memoria de España y en 2016 publicó Piel contra piedra: el laberinto vasco de España. Guy tiene estrechos vínculos afectivos con Madrid: sus abuelos maternos se conocieron durante la guerra civil en esta ciudad, donde nació su madre.

1. Informe Edelman 2023. https://www.edelman.com/sites/g/files/aatuss191/files/2023-03/2023%20Edelman%20Trust%20Barometer%20Global%20Report%20FINAL.pdf 

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