Carlos Decker-Molina
Tuve la oportunidad de pasar una noche con amigos suecos, chilenos y argentinos en una casa del archipiélago sueco, allá por los 80, cuando él llegó para el encuentro del PEN Club Internacional.
Mario estaba con Patricia y yo con Rosario. Cuando se enteró de que éramos de Bolivia, nos comenzó a contar sobre su vida en Cochabamba y el colegio La Salle. Hablamos de La tía Julia y el escribidor, porque resulta que conocí a la tía Julia: era miembro de una familia próxima a la de mi padre, que tenía un primo del mismo apellido.
Pasaron los años y volvió a Estocolmo. Lo entrevisté para la agencia de noticias IPS y para Radio Suecia; la cita fue en el Gran Hotel, a la hora del desayuno. Recordó la noche en el archipiélago, cuando me dijo:
—Eres el boliviano con el que departimos en casa de Silva, ¿no?
Más años se fueron, y volvimos a encontrarnos el año en que le dieron el Nobel. Me estaba acreditando en la oficina de prensa cuando lo vi bajar las gradas, junto a Patricia y otras personas. Volvió a reconocerme.
Todo esto en lo personal. Como lector, pienso que nos deja novelas cumbre, novelas entretenidas, muy bien escritas, novelas políticas que son indiscutiblemente muy buenas, como La fiesta del Chivo y las más grandes (para mí): La ciudad y los perros y La guerra del fin del mundo. En mi juventud leí Los jefes y Los cachorros, unos cuentos magníficos.
En el aspecto político, pienso que MVL fue siempre un liberal, y su izquierdismo de la primera hora era liberal, pero con esa pátina socialista. No hay que olvidar que había una tendencia liberal de izquierda que, con el tiempo, se acentuó. Recuérdese que la revolución cubana también comenzó siendo una revolución por la democracia y la libertad.
Mario Vargas Llosa ya está en el panteón de los grandes, y queda en nuestra memoria su gran obra literaria y ensayística.
