“A veces los buenos no son tan buenos como los quieren pintar; en ocasiones, también hacen daño a otros. Y los malos pueden ser malos de muchas maneras, unas peores y otras bastantes soportables. Los verdaderos malos son así porque quieren” (F. Savater).
La historia muestra una verdad inminente. Adolfo Hitler -elegido democráticamente- tuvo en su mente un romanticismo distorsionado. El creía en una raza superior, y trato de apropiarse de una parte del mundo para constituir la superioridad de una raza. En su accionar, enmarcado por la triada oscura -narcisista, maquiavélico, psicópata- no tuvo escrúpulos. Asesinó, devastó y barrió con lo que pudo, pero como todo mortal, también llegó a su fin.
Marcando algunas diferencias en el ideal y en el accionar, de manera específica, hoy se encuentran varios caudillos -reelegidos democráticamente-, que transitan por la triada oscura, operando los aparatos institucionales de la democracia participativa, para fines velados, alejados de la idea básica de la democracia y de la gobernabilidad y lo hacen a nombre del pueblo que gobierna.
Esos gobernantes están endiosados por el poder y por la adoración. No tienen ética, son cínicos, arrogantes y sinvergüenzas; engañan, manipulan y mienten; son temerarios y buscan el poder absoluto. Nombran sucesores a dedo, manipulan los poderes y buscan enemigos externos para afianzarse al poder. No les importa, el método utilizado para hacer prevalecer la fuerza del poder. Al parecer siguen los pasos de los dictadores: “siembran corrupción, cadáveres, miseria, atraso y deudas, y amasan fortunas.”
Un fantasma merodea el sistema democrático. La institucionalidad está velada, la ingobernabilidad está tomando un cause propio y el pueblo está atormentado por el desaire de sus gobernantes. En estas circunstancias, que reflejan ideas antidemocráticas, recordemos a J. Habermas quien nos dice que la “gobernabilidad necesita tener la velocidad con la que evoluciona el sentimiento de representación y participación política de los ciudadanos”. Al parecer muchos gobernantes elegidos democráticamente no quieren entender que la gobernabilidad “es el equilibrio dinámico entre demandas sociales y la capacidad de respuesta gubernamental”.
Esta “realidad es angustiante pero verdadera”. Realidad que lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿gobernantes de esa estirpe y el pueblo “podrán vivir juntos”?
La respuesta es obvia, no.
No podemos permitir que la corriente de hechos y actos políticos antidemocráticos vayan y vengan.
No podemos dejar que la “marea democrática” se sostenga sobre la base de sofistas, demagogos, traidores y “demócratas de varios pelos.”