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Franz Kafka: fantasía en los trópicos

Manuel Sánchez-Campillo

El título que antecede puede parecer ridículo, y, efectivamente, lo es, pero la ridiculez no me pertenece. Es de Hans Goltz, que lo usó para anunciar la lectura que el propio Franz Kafka haría de su obra en Múnich, con el fin de evitar la censura militar, pues utilizar el elegido por el autor, En la colonia penitenciaria, podría tropezar con el censor, en un momento, noviembre de 1916, en que Europa se encontraba en el ecuador de la Primera Guerra Mundial. Nuestro escritor se sintió humillado, como tal vez se podrían haber sentido los lectores que frecuentan la obra de Kafka de haber prosperado algunos de los intentos que ha habido en este centenario de su muerte de convertirlo en un autor más accesible, asequible, comprensible; más o menos cercano a lo que entre los anglosajones es un autor middlebrow, de grado medio, podríamos decir. Afortunadamente, creo que el incauto propósito no ha ido más allá de reconocer la fina ironía ―también consigo mismo, sobre todo consigo mismo― y el humor del autor checo, un humor que se hace negro en ocasiones, como cuando le escribe a Milena que a los judíos ―él era judío― habría que meterlos en un cajón hasta asfixiarlos.

El centenario ha traído reediciones de sus novelas en Alianza Editorial y nuevas traducciones de El proceso en Nórdica y en Arpa. Se han publicado juntas tres narraciones que Kafka veía relacionadas entre sí y que no le hubiera disgustado reunirlas bajo el título Los hijos. Ha sido la editorial Nocturna la que le ha dado un gusto póstumo usándolo para agrupar La condena, El fogonero La transformación ―ya saben, la nueva y más precisa traducción del título La metamorfosis, del que a todos nos cuesta desprendernos―. Los relatos breves, siempre ambivalentes y escurridizos, han sido publicados por Páginas de Espuma, mientras que Reiner Stach, el gran biógrafo de Kafka, ha reunido sus Cuentos de animales. Federico Delicado ha ilustrado Un artista del hambre para Nórdica, creo que influido por la novela gráfica de Robert Crumb y David Zane MairowitzTodos los suplementos literarios de los periódicos se han ocupado en algún momento del escritor praguense y las revistas Letras libres Turia le han dedicado un número.

Kafka (sentado, segundo por la dcha.) y otros pacientes en un sanatorio para tuberculosos en Checoslovaquia, ca. 1921.

No parece que haya habido ninguna aportación novedosa en la interpretación de la literatura de Kafka, tal vez está casi todo dicho. Han abundado las apreciaciones personales y sentimentales de escritores que lo han tenido como referencia desde el inicio de su tarea. Se ha insistido en su excentricidad: un autor perteneciente a una minoría lingüística, la de los hablantes alemanes en Praga, que usaban un alemán mezclado con el yidis, y que, los escritores praguenses precisamente, procuraban evitar en su escritura. Se han revaluado sus influencias judías y mitológicas, concediéndoles mayor importancia. En el caso de Kafka resulta inevitable hablar de la unión indisoluble entre vida y literatura, presidida por el conflicto constante entre dedicarse plenamente al trabajo literario o continuar en su puesto laboral. Cuando Kafka habla en sus escritos de «trabajo», en realidad, se suele referir a las jornadas de escritura. Se ha obviado ―por excesivamente quimérico y falto de rigor― seguir presentándolo como un visionario del Holocausto, de las cámaras de gas que esperaban a la vuelta de la esquina del tiempo. Aunque también se ha pasado tangencialmente por la que es su principal aportación crítica al funcionamiento político y social del siglo XX: la alienación del individuo frente al trabajo profesional y la burocracia, que convierte la vida en un laberinto sin salida, angustioso, risible, exasperante y absurdo. Quizás hayamos pasado por encima de este tema porque en nuestra sociedad el trabajo ha vencido, succiona todas las dimensiones de la vida y hasta del ocio. No obstante, en la relectura que he hecho de algunas obras, me he encontrado con un elemento muy válido para este presente. Me refiero a la mirada constante que está depositada sobre la subjetividad de los individuos. Somos seres continuamente observados, incluso en nuestra intimidad, por una masa que, a su vez, también es objeto de nuestra observación. Así, el coito en la obra de Kafka no suele ser un acto de comunicación íntima entre una pareja: lo vemos en El castillo y en El proceso. En esta última lo reflejó magníficamente Orson Welles en la versión cinematográfica que hizo de la novela en 1962, donde una multitud asiste a la cópula de los amantes, la misma multitud que antes y después sigue desde las gradas su comparecencia. Con el sexo Kafka no puede alcanzar una plenitud, suele ser oscuro y problemático: «Tienes razón al decir que lo más profundo de la vida sexual propiamente dicha me está vedado; yo también lo creo» (carta 1126), escribe a su amigo Max Brod, que en ese momento mantiene una relación adúltera.

Esa carta es una de las que contiene el segundo tomo de epístolas, las que van de 1914 a 1920, que ha publicado la editorial Galaxia Gutenberg dentro de las obras completas de nuestro autor. Es la iniciativa más valiosa de este centenario, pues una gran parte de ellas estaban inéditas en español. Queda un último tomo de cartas para poner fin a esas obras completas, las escritas entre 1920 y 1924. La editorial alemana, sobre la que la española está haciendo su excelente labor, ha intentado retrasar todo lo posible la publicación de ese último tomo con la intención de que aparecieran las cartas que envió a su última amante, Dora Diamant, que fueron requisadas por la Gestapo en 1934, y que podrían malvivir inocentes en un archivo ruso ―¡vete a saber dónde!―, aunque no parece que tal y como está la situación por allí sea una prioridad para nadie encontrarlas.

Las cartas que van de 1914 a 1920 giran, en general, en torno a los asuntos amorosos, la literatura y las inquietudes intelectuales; la preocupación puntillosa por lograr una satisfactoria edición de las obras que llegó a publicar; los avatares de su tuberculosis, que lo llevó a visitar distintos sanatorios y a dirigirse al Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo, lugar donde tenía su puesto laboral, para solicitar las bajas y vacaciones que le permitieran una estancia más larga en los lugares de reposo que iba escogiendo. La versatilidad de su estilo hace que pueda pasar del formato establecido y preciso de una carta dirigida al Juzgado Imperial de lo Mercantil para liquidar una empresa de amianto de la que Kafka tuvo que hacerse cargo, a regañadientes, cuando su cuñado fue enviado al frente, a otra en la que se dirige con cariño a su hermana Ottla, su preferida; o se dedica a discutir con sus amigos escritores las obras que estos le envían o las que un tímido escritor novel le enseña para su valoración. Se mostrará amable, generoso en el tiempo dedicado a la lectura de esas obras y a sus respuestas, con la idea fija de que en la crítica literaria no se deben hacer muchas distinciones, pues todo confluye en el autor que, si es pleno en su dedicación literaria, reunirá en sí todas las facultades que sirven para conformar una obra: «Por eso toda crítica que maneje conceptos como auténtico e inauténtico, y busque en la obra la voluntad y el sentimiento de un autor que no está presente, me parece carente de sentido» (carta 1138, a Max Brod).

Franz Kafka y su hermana Ottla en Zürau, 1917. Imagen de Wikimedia.

No he hecho un recuento, pero, de las cartas más personales, las destinadas a mujeres forman el grupo mayor. Están las enviadas a las mujeres de la familia, en particular, a Ottla, la hermana menor y preferida, como hemos dicho. El 11 de agosto de 1917 se despertó a medianoche escupiendo sangre. Con cierta frialdad lo cuenta en varias cartas, sin ningún énfasis sentimental o trágico; incluso dice que, después de la hemorragia, durmió varias horas seguidas ―él, que pasaba las noches en blanco a causa del insomnio―. Cuando el médico le diagnosticó la tuberculosis, pasó una temporada en el campo con Ottla, en Zürau, una de las más felices etapas de su vida. La correspondencia refleja ese buen humor, aun sabiendo que no se va a curar (carta 1068, a Felice Bauer). En Zürau escribió los aforismos, recogidos por Reiner Stach en Tú eres la tarea, otro de los libros importantes que se ha publicado este centenario, no porque estuvieran inéditos, sino porque Stach ha intentado contextualizar y procurar una explicación de cada uno de ellos. Tarea difícil, pues son los textos más herméticos que escribió. Se ha dicho que la escritura de Kafka evolucionó hacia una mayor abstracción. Y así, estos textos muy breves suelen presentar una dualidad platónica entre un mundo sensible, engañoso, determinado por el poseer, y un mundo espiritual, verdadero, definido por el ser. Particularmente, creo que muchos de estos aforismos hay que leerlos con la vista puesta en la tuberculosis que contrajo, a la que alude sin dramatismo, pues le permitió disfrutar de un tiempo de baja aprovechado para escribir. Además, vio su enfermedad como la consecuencia inevitable de los agobiantes años de noviazgo con Felice Bauer. Para él fue, sobre todo, una enfermedad del alma: «Ese es pues el estado en que me hallo de esta enfermedad espiritual, la tuberculosis» (carta 1043, a Ottla Kafka).

Con Felice Bauer llegó a comprometerse dos veces. Tanto en el tomo anterior de las cartas como en este vemos los avatares de un noviazgo condenado al fracaso. Se vieron en contadas ocasiones ―ella vivía en Berlín―, y, salvo una, de ningún encuentro guardaron un grato recuerdo. Elias Canetti concede una especial importancia a la primera ruptura, la que se produjo tras el encuentro en el hotel Askanischer Hof el 12 de julio de 1914, donde Franz Kafka se sintió como si se encontrara frente a un tribunal. Según Canetti, fue el desencadenante de la escritura de El proceso. Por otro lado, creo que, en línea con lo que decíamos acerca de la privacidad puesta a la luz de las miradas ajenas, Kafka sintió que en esa reunión su intimidad era reprendida. Por lo visto, Felice le pidió explicaciones de algunas cartas que él había escrito a su amiga Grete Bloch, presente también en la habitación del hotel. Kafka se mantuvo en silencio. Meses después retomaron la relación, siempre más epistolar que física, pero la llegada de la enfermedad le concedió a Kafka la posibilidad de romper definitivamente.

Hubo una tercera oportunidad, pero con la joven Julie Wohryzek, con la que se comprometió al poco de haberla conocido en la pensión Stüdl, donde descansaba. Sin embargo, a pesar del enfrentamiento con su padre, que se oponía a la relación, acabó cediendo y rompió el compromiso, influido también por la opinión de los amigos, que le trasladaron la reputación dudosa de Julie.

Milena Jesenská, ca. 1938. Imagen de Wikimedia

Otras mujeres pasaron por su vida. De todas ellas queda un rastro en las cartas, sea de amistad, de amor o de coqueteo. Necesitaba plasmar esa relación en la escritura, ya fuera para explicársela a sí mismo, ya para mostrarles a ellas sus inquietudes sentimentales, aunque, a veces, no fuera fácil comprenderlo. Eso le dio a entender alguna vez Milena Pollak, Jesenská de soltera: ese modo algo oscuro de expresar sus deseos y sus estados de ánimo. Y es que, con Milena, saltan las costuras. Si las cartas que escribe a Felice Bauer se suelen mantener en un rigor comedido, burgués, incluso con una estructura más estable, las que envía a Milena están escritas con pasión casi desde el primer momento. Comienzan con un tema, lo deja y lo retoma unas líneas más adelante, como si la escritura fuera un reflejo de su agitación interior; da detalles del momento en que está escribiendo, de sus ganas de llorar, de la lluvia al otro lado del cristal, de sus miedos; surgen preguntas sin respuestas y signos de exclamación: «¡Qué feliz soy, qué feliz me haces!» (carta 1330, a Milena Pollak). También con Felice Bauer lo hizo: escribirle cartas a diario y algunos días dos, largas, cortas, telegramas, siempre impaciente por la espera de que haya una contestación de ella. Milena era la mujer que encajaba mejor con el talante de Franz Kafka, tanto por los comunes intereses intelectuales como por su alejamiento de las convenciones burguesas, que en la época podían ahogar las relaciones entre los jóvenes. Sin embargo, Kafka no se engañaba, era consciente de las dificultades de una relación adúltera, y, efectivamente, ella le hizo saber que no podía abandonar a su marido, un hombre que ni cuidaba de ella ni le daba el trato que merecía. Es una historia mil veces repetida: la de alguien que se enamora de quien no debe. Al menos, siempre les quedarían a Milena y a Franz Kafka los cinco días de verano que pasaron en Viena juntos, que él recordará con placer en sus cartas. Viena no es el trópico, qué más da, esos cinco días podrían servir para justificar toda una vida y su escritura.

Bibliografía
Elias Canetti, Sobre Kafka. El otro proceso, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2023.
Franz Kafka, Cartas 1914-1920, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2024.
― Cartas 1900-1914, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2018.
― Cuentos completos, Madrid, Páginas de Espuma, 2024.
― Cuentos de animales, Barcelona, Arpa, 2024.
― El proceso, Madrid, Nórdica, 2024.
― El proceso, Barcelona, Arpa, 2024.
― Los hijos, Madrid, Nocturna, 2024.
― Novelas, Madrid, Alianza Editorial, 2024.
― Tú eres la tarea, Barcelona, Acantilado, 2024.
― Un artista del hambre, Madrid, Nórdica, 2024.
Letras Libres, número 273, junio de 2024.
Reiner Stach, Kafka, Barcelona, Acantilado, 2016.
Robert Crumb y David Zane Mairowitz, Kafka, Barcelona, La Cúpula, 2010.
Turia, número 149-150, marzo-mayo de 2024.

Manuel Sánchez-Campillo es escritor y crítico literario. Ha escrito crítica literaria para las revistas Per Abbat (Boletín de actualización filológica), de cuyo comité de redacción fue miembro, Letra Internacional, Mundo crítico, Babab, CLAVES de razón práctica, donde también escribe sobre cineHa sido colaborador de la revista de cine Zinemut.

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