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Memorables tinieblas

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Edimburgo y Brasov. Invierno.

Loren, desde Betanzos, Galicia, me alimenta de máscaras de Ourense. El maragato como un minotauro entre el verdor de la tierra. No se disfrazan, se visten, dice un video hablando de la población para las fiestas. Parte del colectivo, entonces, ni demonio ni fantasma. Algo hay de aquellas máscaras entre los guaraníes del sur, y entre los guatemaltecos que combatieron a Pedro de Alvarado; forzada unión de los muertos y remembranzas que con el tiempo se hicieron alegres de la tragedia.

Cómo no retornar a Álvaro Cunqueiro y mis inolvidables lecturas en una colección de Tusquets bajo el nombre de Marginales. Incluían a Malcolm Lowry, Michel de Montaigne, Cioran y Borges; Michaux traducido por Borges. Gracias a Cunqueiro leí El Ciprianillo, comprado entre libros usados en la vereda del correo. Sueños extraordinarios viviendo ya en un país extraordinario, plagado de tesoros. Allí mismo, en la esquina de Heroínas y Ayacucho, otrora cubiertas de bellísimas casas coloniales, estalló un inmenso p’uyñu, cántaro con asas, lleno de grandes monedas de plata con la imagen de Carolus III Rex. Tengo una, ni sé cómo, aunque estaba en el centro de Cochabamba aquel día y la gente corría enloquecida que se había descubierto un tapado. Tiempo en que destruían la memoria antigua para construir un “palacio” de comunicaciones convertido hoy en muladar.

Cunqueiro… Conversamos con Miguel, en Cochabamba y Madrid… Lo suyo un viaje inaudito, inesperado, caminata entre sombras, de las sombras, en medio de artes, saltimbanquis e ilusiones. Preciosos textos, tantos, que despiertan de nuevo, que había abandonado detrás de gavillas de ropa, de fracasos, entretenidos amores. ¿Para qué quisiera volver a ser joven? Quizá para leer con mayor atención los grandes libros.

De Porto en tren a Braga. Platos de chorizos portugueses, papa frita y peri peri. No como natas y por eso no las menciono. Fast food turca en los claros de la villa medieval. Abundancia de motos que reparten comida, empleo subalterno y rara vez bien pagado. Vagón de pasajeros a la religiosa Braga, con mujeres acompañantes bellas momias sin sonrisa. Lluvia y cerveza. Noche de pinga, aguardiente, arrastrándose tatuados brasileños por el piso derrotados por mi experienciada borrachera. María, me has traicionado. No creas que mi hija es una puta. El puto eres tú, cabrón, y meta pinga, vasitos demenciales cargados de nostalgia paulista. Llueve en la brutal São Paulo, diluvia. Me refugio en la rodoviaria. No vayas al baño que te violan. Café en vasos de vidrio y metal.

Brasov y Edimburgo. Invierno. La nieve se ha acumulado en los portones de las calles Meade y Marion, Denver se ha detenido. Los dichosos miran televisión en el living con el gato al lado. Los otros perecen en carpas improvisadas y beben moonshine para la esperanza. No aparece el Maragato por allí, algunos rostros de madera y cartón de la carnestolenda gallega semejan kusillos.

Va asomándose, va, ella, la penumbra, la sospecho debajo de la puerta en donde brillaba un sol. No hago ruido, apago incluso los tangos de Floreal Ruiz, no sea que me descubran, que niño malo todavía no me he acostado y hojeo obras prohibidas.

De Braga a Vigo. Ni cuenta me di que pasaba de un país a otro. Pulpos en zancos empujan el bronce de Jules Verne hacia las profundidades. Que busque allí sus nautilus y haga paz con los sirenos. Nos sentamos a por empanadas argentinas, gallegos que han retornado de la pampa patagona doscientos años después. Bastante mediocre el alimento pero la charla atrae, siempre resulta provechoso escuchar historias de viajantes. Otros se quedaron en Isla Desolación. Allí el mar crece como montañas y ruge a manera de otorongo. El viento no es fenómeno natural sino pesadilla. La reina poeta, Carmen Silva, envió delegados al fin del mundo. La conquista forma parte de la lírica, supongo.

De Vigo a Braga a Oporto al Duero al fado al vino. Escribí a una amiga y varada en Estambul nunca llegó. Daniela no quiso dejar por unos días al marido y recordar que teníamos palabras pendientes, textos a redactar y cuerpos sedientos. Hacía frío ya en Rotterdam y era solo octubre. Le sugerí entonces que visitara la biblioteca de historia social para aprender de Élisée Reclus. No puedo hacerle esto, tú sabes, es un hombre bueno… Hacerle qué, vamos. Truena Camarón de la Isla en la casetera. Me persigno en sentido contrario para alejar a los ángeles. Quiero estas horas de pecado.

Estoy secando ropa. Colgaré las camisas antes de que se arruguen. Masco un pan chamillo que acompaña mi café. Domingo de cementerio mañana. Flores, siemprevivas que gustaban a mi padre; girasoles a mi hermana; amarilis a mi madre. No lejos hay un esmirriado jacarandá, no de los litoraleños que cubren de morado el pavimento en el Paraná. Mucho más modesto. Extraño el olor de las flores de paraíso, escucho que es difícil encontrar los árboles ya. Algo los ha matado. Asesinos con hachas, la enfermedad.

No puedo decir que mis horas carecen de interés. De Belgrado me comentan a Lévi-Strauss; de Chañar Ladeado a Konstantin Paustovsky; allo, ceboliñas de Miño, cenoura e pemento vermelho, ramiña de pirixel, de Betanzos, qué más pedir. Relata André Gide hablando de Oscar Wilde: “Yo era rico, alegre, cubierto de gloria, pero sentía que ser visto junto a él me honraba, aun cuando Verlaine estaba ebrio”. Para entonces el magnífico irlandés llevaba las mangas de su levita “ligeramente deshilachadas”. Leía yo a la pequeña Elisa El ruiseñor, después de haberle enseñado a manejar bicicleta en una plazuela de la calle Papa Paulo…

Luz de oscuridad. Perros pelean en la calle o están cachondos, que es igual. Inicié un cuento alguna vez, tal vez lo completé, donde jaurías de perros a orillas del río Rocha secuestraban bebés de las lavanderas. Observando las nubes que en el agua forma el jabón Patria no se daban cuenta hasta ya ser tarde. El festín había terminado. Si ciertas las narraciones que escuché o no vaya uno a saber. Pero en la final Santiváñez, final General Achá, cruzando la avenida, se concentraba nutrido grupo de mujeres para lavar ropa. Memoria difusa del agua. A la vuelta de la esquina paradas gradas subían al burdel de la Juana. Había que decidir entre mortaja y muslo. Creo que siempre elegí bien.

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