En el país de Biciclelandia, el Banco Central atravesaba por grave escasez de dólares. Las reservas internacionales, o lo que quedaba de ellas, eran más escurridizas que un gato callejero. En un desesperado intento por atraer los dólares guardados en los colchones de los ciudadanos, el Banco Central de Biciclelandia (BCB) hizo una oferta de bonos con tasas de interés tan seductoras como un tango argentino, prometiendo entre un 4% y un 6,5% y un amor eterno de estabilidad y riqueza.
Se decía que en el Colchón Bank se refugian unos 10.000 millones de dólares. Pero, a pesar de los encantos financieros y las promesas de muy buena rentabilidad, sólo 59 millones decidieron salir de sus escondites. La gente no salió a invertir en los bonos del BCB. Parecía que la magia se había agotado… hasta que ocurrió lo increíble.
Una mañana de mayo casi invernal, mientras el sol apenas tocaba los tejados con sus primeros rayos dorados, pero tímidos, un milagro financiero se materializó. Un depósito de 200 millones de dólares apareció, de la nada, en las arcas del BCB. En el piso 21 de su edificio, donde el aire siempre olía a café y a decisiones importantes, las botellas de cerveza estallaron como fuegos artificiales en un presterío de barrio.
Lucrecia de los Besos Dulces y Rojos de la Rueda Peña, la presidenta del Banco Central, brindó con su equipo y anunció el renacimiento económico a la prensa. El millonario depósito era la prueba de que la gente cría en la autoridad monetaria. Pero, tras las sonrisas y los brindis, una pregunta quedaba flotando en el aire: “¿Quién había sido el generoso y oportuno benefactor/inversionista?”.
Miles de personas no habían hecho caso a los cantos de sirenas financieras del BCB entendiendo que el riesgo de invertir era muy alto. Cabe recordar, que el BCB ya había dilapidado 13.200 Millones de dólares de sus reservas internacionales y no contento con eso, también se había gastado otros 3000 millones de dólares que estaban en los bancos privados. En este contexto tan riesgosos. ¿Quién era este candidato a santo, que el minuto 90 del partido soltó 200 millones de dólares?
Hace una década, fondos de pensiones privados (AFP) había adquirido bonos soberanos de Biciclelandia, confiando en que el país crecería como la espuma de una cerveza bien servida. No fue así y los 800 millones de dólares invertidos en los bonos de este país comenzaron a perder valor en los mercados.
Mamerto Entrambasaguas del Palomar de Palo Blanco, el director del fondo de pensiones, ahora estatal, se acordó de estos papales que vegetaban en el mercado financiero internacional y decidió traerlos para ayudar a su hermana y compañera Lucrecia de los Besos Dulces y Rojos de la Rueda Peña, la presidenta del Banco Central.
Para esto contó con el beneplácito de su amigo, Juan Alberto Condarco Vélez de la Yuca, el jefe del ente regulador de pensiones, quién diligentemente modificó la normativa para traer este dinero de afuera. Mamer, como lo conocen sus amigos, realizó una operación financiera conocida como “reporto”.
Este truco de magia financiera consistía en vender un activo (los bonos soberanos), con la promesa de recomprarlo más adelante a un precio mayor. Al parecer, el descuento aplicado a los bonos soberanos fue tan espectacular que permitió al fondo publico obtener, muy rápidamente, 250 millones de dólares en efectivo. De ellos, 200 millones de dólares fueron invertidos en el BCB y 50 en el Banco Central de un lejano imperio. Como dice el viejo dictado popular: “mejor que tener un banco amigo es tener hermanos y compañeros en los entes reguladores, el ministerio de economía y finanzas y el propio banco”. La hermandad del Estado había funcionado en Biciclelandia, salvando el cuello de BCB.
En otro capítulo del culebrón financiero, el del milagro de la multiplicación de los dólares, el Tesoro General del Estado, bajo la dirección de la ministra de economía, María Rosario Eugenia Lupita Martínez de Oca Moreno-Montesclaros, decidió emitir nuevos bonos con una particularidad casi mágica: un “mantenimiento de valor” que protegía al inversor contra la inflación y la devaluación.
En un mercado en el que las tasas de interés apenas llegaban al 4%, estos nuevos bonos ofrecían una tasa celestial del 12,80%. Era una oferta que brillaba como el oro de los legendarios parajes de la revolución.
¿Por qué tanta generosidad del Tesoro en esta operación? ¿En realidad este fue el mecanismo de cobertura que se encontró para compensar el alto costo de ese truco financiero para conseguir los 250 millones de verdes? ¿El mantenimiento de valor del dinero refleja que, en tres años, sí o sí habrá una devaluación de la moneda de Biciclelandia? El resultado de toda esta alquimia financiera fue que el Estado fue salvado como en 450 millones de washingtones con platita ajena. Por supuesto en momentos que el Gobierno raspa la olla, si la limosna es muy grande, el santo no desconfía y más bien, festeja.
En la cálida y bulliciosa plaza central de Biciclelandia, donde los comerciantes azotan sus productos para que salgan a la venta y los niños corretean libremente, una nube de inquietud empezaba a cubrir el cielo ya nublado de la confianza pública. Los aportantes al fondo de pensiones, aquellos trabajadores que habían confiado sus ahorros de toda la vida al supuesto oasis de estabilidad, empezaban a sentir que algo no estaba claro. Se rumoreaba que los movimientos financieros del fondo eran más enredados que un truco de prestidigitación hecha por un mago de fiesta infantil.
“Nos están contando cuentos”, decía doña Elvira, una de las líderes comunitarias, mientras agitaba en el aire su bastón de madera. “Quieren hacernos creer que han encontrado el elixir de la prosperidad, pero no vemos más que humo y espejos”.
Esta historia financiera es una ficción, todo parecido con la cruda realidad es mera coincidencia.