Fui a ver Lo mejor está por venir, de Nanni Moretti (Italia, 2023). Llegando a casa le dije a mi hija que, en lo que va del año, es de lo mejor que he visto. ¿Por qué? Ahí voy (advierto que tendré que comentar algunos pasajes que pueden ser spoilers).
Me gusta el cine italiano que en su sencillez captura la complejidad. Personajes directos, atractivos y contradictorios, situaciones sofisticadas trabajadas con elementos básicos: una buena historia, el actor, el director. Todo lo demás fluye. Me hizo recuerdo a Giuseppe Tornatore: Todos estamos bien, Malena o su clásico Cinema Paradiso.
Al interior de una trama en la cual un director de cine –protagonizado por el propio Moretti– filma su película sobre el Partido Comunista Italiano en los 50, justo en el momento de la invasión y represión soviética en Hungría, suceden varias discusiones que son con las que me quedo.
En una escena, el viejo y experimentado director se encuentra con un joven que filma su ópera prima. La toma final es una ejecución a sangre fría con un tiro en la cabeza de la víctima. Moretti interviene antes del disparo final y argumenta sobre el sentido de la violencia en el cine. Recorriendo imágenes de distintas cintas y razones de pintores y ensayistas, pretende convencer al novel colega que esa manera de presentar un acto tan brutal no transmite más que entretenimiento, no conmueve, banaliza. Pierde su potencial crítico y moral si se encuentra en un marco de diversión. A pesar de que detiene la filmación una noche entera, para enfado y cansancio de todo el set, no consigue convencer a nadie, por lo que luego del balazo conclusivo todos festejan mientras él se aleja derrotado. Vuelve la pregunta ¿Qué hacer con la violencia en las imágenes? ¿Cuándo usarlas? ¿Cómo? ¿Para qué?
Por otro lado, Moretti aborda con sutileza la dificultad de las relaciones de pareja. Luego de décadas de estar juntos, su esposa prepara la ruptura después de un largo psicoanálisis. Decenas de temas que no los trataron a tiempo y los cuales el marido nunca los advirtió, impiden que sigan juntos, a pesar de que lo familiar y lo laboral están fusionados, y que tienen una hija con la que viven una fluida y agradable cotidianidad. La separación llega sorpresiva, radical, innegociable. ¿Cuánto conocemos a la persona más cercana que tenemos? También asombra un guiño a las relaciones legítimas: su joven y guapa hija veinteañera buscará matrimonio con un embajador septuagenario. ¿Tienen que entrar todas las relaciones en los parámetros socialmente impuestos?
En otro tema, cuando el rodaje está a punto de naufragar por falta de recursos, aparece la tabla de salvación por una oferta de Netflix. La reunión es muy ilustrativa: de un lado, los empresarios de la imagen insistiendo en el alcance de sus productos (llegan a 190 países) y el formato preestablecido al cual se tiene que someter para el éxito comercial, y del otro lado, el viejo director defendiendo su proyecto autónomo a costa de perderlo todo.
Finalmente, el dilema de la historia dentro del filme es la posición que debe tomar la dirección del Partido Comunista Italiano respecto de la invasión soviética. En el transcurso del rodaje, el director reformula el final inicialmente programado. No se los voy a contar, pero en las últimas escenas Moretti nos invita a repensar la obediencia al dogma. En estos tiempos en los que los nuevos profetas de la doctrina, obligan a arrodillarse ante sus líderes bajo pena de ser considerados traidores quienes defiendan el desacuerdo, es refrescante una mirada diferente.
En suma, una cinta que no vale la pena perderse.
Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.