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Titubeos

Pudo llamarse Antonia como su abuela paterna, pero la bautizaron Alina, sin saber que el nombre trae consigo un sino. Lo sublime y frágil que pudo ser Alina, no sé si se relacionaría con su nombre, pero su manera de ser, sí se relaciona con su genética ya que, cuando nació, en su ADN, estaban impresos los recuerdos del miedo que su abuela Antonia tenía de cuando era niña y sobrevivió a las cenizas del Holocausto, antes que unos tíos abuelos lograsen traerla a este lado del mundo.

Tal vez, porque el amor estaba muerto en la vida de Antonia, desde aquellos días de exterminio, ella no manifestó afecto por nadie, ni por los suyos, que no aprendieron a manifestar amor por los siglos de los siglos. Posiblemente, Antonia dejó olvidada su calidad redentora en algún rincón donde pasó la noche acurrucada, con hambre, frío y miedo en su niñez desamparada.

El padre de Alina, nació de heridas abiertas en el alma de Antonia, heridas que no se cerraron mismo después de su muerte. Es un poco complicado de entender, para aquellos que no sufrieron una guerra, ni sus abuelos, ni los abuelos de ellos… La verdad, es que después de la guerra, eso me decía mi abuelo, uno sólo quiere olvidar y olvidar. Por eso, los que vinieron para éste lado del planeta, se olvidaron hasta el idioma que hablaban, nunca más pronunciaron ninguna palabra en el idioma del verdugo y algunas veces, en sueños hablaban y rezaban en su idioma materno, entonces despertaban malhumorados y, solían decir, que tuvieron un mal sueño.

Con el volumen de la radio siempre alto, para no escuchar las voces internas, nuestros abuelos, los de Alina y los míos, pasaron la vida atorados por las injusticias de la guerra y de muchas maneras, nosotras heredamos sus sentimientos de sinsentido de la vida, desesperanza, impotencia, soledad y otros fantasmas intransigentes que insisten en permanecer.

La madre de Alina, también es rescoldo de guerra en un menjunje con abuelos esclavos, esos dolores de nunca acabar que uno hereda sólo porque nació…  Llanto, rabia, impotencia, al punto de olvidar la dulzura. Todos sin esperanza, sin capacidad de amar, viviendo como espectadores de un mundo caótico que huele a sangre.

Posiblemente, si el mundo fuera un lugar mejor para vivir o si Alina no fuera tan sensible, las cosas hubieran sido distintas y nadie estaría aquí a interrogarme, porque compartimos el mismo departamento y ella apareció ahorcada en su dormitorio.

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