No todo es color de rosa en esta vida, definitivamente no lo es, hay buenos y hay malos años para todo. En efecto, el 2023 no fue una buena gestión para el comercio exterior boliviano, ya que según un último Informe del Instituto Nacional de Estadística (INE), hasta noviembre del pasado año el valor de las importaciones había superado al de las exportaciones, con un saldo negativo en la balanza comercial luego de tres gestiones consecutivas de superávit.
Para el INE, el resultado negativo del sector externo del país en el ámbito de bienes tangibles fue el resultado de la desaceleración económica a nivel mundial provocada por el conflicto bélico en Europa, la situación de los mercados financieros internacionales y, a nivel nacional, por la sequía y los bloqueos carreteros que afectaron la entrada y salida de mercancías.
Al análisis del sector oficial habría que agregar otros factores que influyeron para el magro desempeño del comercio exterior boliviano en 2023, tal el caso del bloqueo en Desaguadero, en el lado peruano, que duró tres meses; la caída generalizada de las cotizaciones internacionales, por el menor crecimiento de la China y la baja dinámica de la demanda internacional; la escasez de barcazas en la cabecera de la Hidrovía Paraguay-Paraná para la salida por el Atlántico; la tardía asignación de cupos para exportar alimentos; los costos de logística y transporte altamente incidentes en un país geográficamente enclaustrado como el nuestro; la falta de una sinergia público-privada para mejorar la competitividad y algo que preocupa cada vez más: la creciente escasez de dólares. La consecuencia ha sido la estrepitosa caída de las exportaciones, a noviembre, en un 21% comparadas a igual lapso del 2022, mientras que las importaciones bajaron sólo 2%.
Una primera conclusión, a priori, de tan desafortunado comportamiento: Bolivia, que depende de sus exportaciones para financiar las altas importaciones que realiza, ha visto cómo, de la noche a la mañana, sus ventas externas se redujeron en una quinta parte, en tanto que sus importaciones tan solo cayeron una quincuagésima parte de lo comprado el año anterior. ¿Qué implica eso?
Que las exportaciones de un país, literalmente, se pueden derrumbar en un santiamén, no así las importaciones que resultan vitales para producir bienes y servicios, tanto en función del mercado interno como externo. En el caso de Bolivia, más del 80% del valor de importación tiene que ver con la compra de combustibles, insumos, bienes de capital y equipos de transporte que no se pueden dejar de importar porque afectaría no solo a la inversión en maquinaria y tecnología, p. ej., sino, también, al abastecimiento interno, la exportación y el crecimiento, provocando una disminución del empleo, la posible subida de costos de producción, precios de bienes y de servicios, de ahí que el impacto no sería solamente para algún sector en particular, sino, para el país en su conjunto.
Las exportaciones a noviembre del 2023 sumaron 10.035 millones de dólares (sin reexportaciones ni efectos personales) con un bajón de 2.590 millones de dólares, comparadas al mismo período del 2022, lo que implica que tal cantidad de dólares no ingresó a la economía como nueva provisión de divisas, para el sector público o privado, mientras que las importaciones llegaron a 10.535 millones de dólares, apenas 209 millones menos que en igual lapso del 2022.
Es triste ver cómo todo cayó en el sector exportador -hidrocarburos, minerales y productos no tradicionales- pero, no solo en valor, sino también, en volumen, un -21%, -6% y -11% respectivamente, lo que es grave (hay que ver por qué).
Las exportaciones bajaron 12 veces más que las importaciones, consumando un desbalance comercial real de 500 millones de dólares, el primer déficit luego de tres años de superávits; el hecho de que el saldo negativo se explique en parte por la subida de las compras de Equipos de Transporte y Bienes de Capital no hace, sino, reforzar lo ya dicho: el aparato productivo del país depende de tales importaciones para no dejar de funcionar.
De ahí que la gran pregunta es: Si no se puede dejar de comprar tales bienes por resultar imprescindibles para el desarrollo del país ¿cómo financiar de aquí en adelante su compra, evitando que suban los costos y precios por causa de la escasez de dólares? El aumento del costo de realizar una transferencia bancaria de dicha divisa al exterior, para pagar a los proveedores, ha superado holgadamente el 20%, un costo adicional que, más temprano que tarde, se repasará tanto al productor como al consumidor nacional, inevitablemente…
Por tanto, para evitar una debacle del comercio exterior y de la economía del país, hoy más que nunca resulta inexcusable un sinérgico trabajo público-privado para facilitar inversiones que lleven a una mayor producción y a un gran “boom exportador”. ¡Bolivia precisa dólares, muchos dólares, cientos de millones de dólares! ¿Es tan difícil entender una solución tan simple y urgente, a la vez?