La vida me ha enseñado a desconfiar del gusto cinematográfico de las mayorías, sobre todo cuando se trata de películas esperadas por largo tiempo. Es el caso de «Poor Things» (Pobres Criaturas) adaptación de la novela homónima de Alasdair Gray y la más reciente cinta del director griego Yorgos Lanthimos. Después de verla salí del cine con una sensación de decepción, no sólo porque estimo mucho el trabajo de Lanthimos por películas como «The Favourite» (2018) o «The Lobster» (2015) sino porque es triste constatar que un creador tan talentoso para transmitir mensajes sugerentes con altos estándares artísticos, finalmente había sucumbido a la agenda de lo políticamente correcto, actitud común en nuestro tiempo.
En primer lugar, debo aclarar que «Poor Things» es una película entretenida a pesar de su duración (le sobran unos 30 de los 142 minutos que dura), con una cinematografía y fotografía espectaculares (visualmente se asemeja a una galería de arte) y una banda sonora cautivante compuesta por Jerskin Fendrix. Además, las actuaciones de Emma Stone (Bella Baxter/ Victoria Blessington), Mark Ruffalo (Duncan Wedderburn) y Willem Dafoe (Dr. Godwin «God» Baxter) son destacables. El problema es la trama y la forma de abordar un tema utilizado hasta el cansancio: “El camino de la heroína”, el viaje de autodescubrimiento y aprendizaje de una mujer oprimida por hombres celosos, impotentes, violentos o ignorantes que culmina con la afirmación de la subjetividad femenina, el autocontrol de su sexualidad, el goce de sus deseos y la búsqueda de conocimiento: “Existe un mundo que disfrutar y circunnavegar” dirá Bella Baxter en uno de los momentos más importantes del film.
«Poor Things» comete uno de los mayores errores que cualquier obra de arte/literaria puede cometer. Es demasiado explicita en su mensaje, no permite que el espectador se abra a su experiencia, porque obliga a que sus ideas centrales sean asimiladas y aceptadas sin mayor esfuerzo intelectual. A ratos, parece una obra militante mientras obnubila con su colorido. Una forma de presentación muy parecida a la de los spots publicitarios de perfumes de marca o de “Mr. Plow” (Don Barredora) en los Simpsons. El resultado es el atrofiamiento de la experiencia cinematográfica debido a la saturación de su propuesta, sorprendente en alguien como Yorgos Lanthimos, un director lo suficientemente capaz de combinar la riqueza de la experiencia visual con el mensaje que pretende transmitir sin subestimar la inteligencia del espectador.
Es muy difícil sucumbir a los encantos de «Poor Things» cuando existen películas como «Ghost in the Shell» (1995) de Mamoru Oshii, «Air Doll» (2009) de Hirokazu Koreeda o «L’Empire des sens» (1976) de Nagisa Ōshima. Obras que describen el proceso de autoconocimiento de la subjetividad y el deseo femeninos de una manera menos unidimensional, sin pretender establecer un manual de transformación femenina, logrando así convertirse en películas memorables, precisamente por evitar autoafirmarse en la certeza “obvia” de sus convicciones. Incluso en tiempos recientes, Julia Ducournau, nos ha regalado cintas inolvidables como «Raw» (2016) y «Titane» (2021) donde el ser mujer se aborda sin recurrir al cliché de concebir a los hombres como los únicos artífices de sus desazones. ¿Acaso no merecen el calificativo de “Pobres Criaturas” aquellos que afirman esa idea como convicción y único justificativo de sus desgracias?