Cuando Nicolás Maduro ganó por un pelito las elecciones de 2013, sus opositores no pararon de subestimarlo. Cuando dos años más tarde, la oposición venció por primera vez al chavismo en las urnas, todo parecía fácil. Un empujón y adiós.
Una década después, el exconductor de autobuses es ya un superbigotes. Ha liquidado a la oposición como Chávez no pudo hacerlo nunca y mira con serenidad el futuro tras haber derrotado a 50 gobiernos en el mundo que reconocieron la presidencia naufragante de Juan Guaidó.
Las victorias de Maduro serán contadas con dificultad a las próximas generaciones, nadie tan débil había vencido tan rápido a tantos rivales simultáneos.
A fines del año pasado, en Barbados, la oposición y el oficialismo rojo rojito firmaron un acuerdo.
A cambio de elecciones libres y unas primarias opositoras, Maduro logró que se levanten las sanciones internacionales en su contra.
No solo eso. Alex Saab, el rehén de Estados Unidos, de quien se decía que revelaría los más tórridos secretos del madurismo, fue recibido como héroe en Caracas (Venezuela).
Saab no solo no entregó secreto alguno al Departamento de Estado de Estados Unidos, sino que, tras ser liberado, reafirmó su lealtad con el régimen chavista, para el cual ayudó a perforar las sanciones impuestas por Donald Trump.
La libertad de Saab ha sido la derrota más resonante de la oposición venezolana en estos últimos 10 años.