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Inmensas cárceles bajo la luna

Bernanos en Los grandes cementerios bajo la luna denunciaba los totalitarismos, de guerra entonces. En el diario traído a las tres de la mañana leo que el ejército de Estados Unidos está preparándose para una guerra que no quiere, pero que desea, como supremo legado, el troglodita hermafrodita Donald J. Trump, presidente por encargo de Rusia y líder de las hordas antropófagas blancas, armadas de biblias y metralletas.

Evo Morales pasea campeante una falsa sonrisa por el territorio boliviano. Esa dentadura -dichoso él si es natural- obviamente devora de lo mejor y selecto, y caro y exclusivo, porque cuando uno no tuvo, quiere, y lo que no fue, tiene que ser, a fuerza si es necesario. Mucho verbo de pobre y sollozos de mísero para embaucar ineptos y afianzarse entre zainos. Trump, Evo Morales, Franco, Stalin, tienen en común esa urticaria que llaman poder, que se les escurre como fina arena por las nalgas y les llega hasta el cerebro. Ay de ti, quién seas, que digas algo en contra del genio de los poderosos. La vanidad no va acorde con aceptar críticas y los peluquines de los dos primeros ni siquiera con la sencilla lógica de los peluqueros. Ambos, Donald y Evo, son fraudulentos comenzando en la pelambre, simulados como buen trago cuando son resaca. Pero se adoran así, idolatran el burdo esquema de sus personalidades adulteradas; se aseguran también de la recua que muja al unísono con ellos, de que sus hazañas se canten con mayor fanfarria que las de los héroes ante Ilión. Viven intensamente una década de gloria (algunos un poco más) para terminar de manera triste y hedionda con los pantalones cagados. Josef Yugachvili se creyó muy grande y resultó ser pequeño, insignificante, pañal desechado y sucio.

Evo, el Intocable, el caudillo milenario, el guerrero del sur, al que le cayó la luz del sol como tromba en la cabeza al abrirse las nubes, y obviamente enloquecerlo, jura y rejura que de allí –de él- hacia adelante o atrás no hay nada. He de verlo hecho un monigote y al observarlo pensaré que no era tan grande como se creía. Ni imponente ni glorioso. Su segundo no vale siquiera unas líneas. Ese anda en el asunto de dinero en efectivo porque al existir Morales a él se le cerró la silla como cilicio y sin mejora. Pues a lucrar, divina inteligencia, que para contar monedas no hacen falta títulos y menos veinte mil libros jamás abiertos; sobra con un abecedario muy mal aprendido y contoneos de cabaret.

Me preguntan en qué contribuyo yo al debate. Respondo que lo mío es destruir, que otros imaginen sociedades y repartan estadísticas. Construir nunca fue mi fuerte ni pequeño alojamiento. Envuelto en individualismo con halo de sueños de Stirner, me dedico a desacreditar a los innombrables, a pegar con combo en escalinatas de mármol y en áureas testas imitadoras de dioses. Este gremio, el de los que con paciencia y picota socavan cimientos y deslizan hacia el piso a tiranos, tiene importancia vital porque enfrentan de lleno a los déspotas donde más les duele. La burla es un arma de múltiples filos y detonaciones seguidas. La que quita a los dementes la infausta parafernalia de su circo, que les desdora los marcos y excrementa sus discursos. La que hace gala de imaginación ante lujurioso prosaísmo.

Si los dejamos sueltos, si no les arrojamos dardos envenenados sin pausa ni descanso, han de traer la muerte. Que ellos son los que levantan muros y ponen barrotes. No dudan en que semejante idolatría por hierro y mazo ha de comprarles paz. Aterroriza para reinar, planta emergencias ficticias de bombas coreanas sobre Hawaii, inventa leyes y crea castigos. El silencio de los cementerios, el de los inocentes, pero sobran tumbas, les diré, para cualquier medida y peso. No hay restricción. Cuidado.

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