Entrevista / Rolando Revagliatti
Luciana Mellado nació el 3 de marzo de 1975 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut. Es Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, así como Magister en Literaturas Española y Latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires. Es investigadora y profesora en la carrera de Letras de la UNPSJB. Colaboró con artículos en publicaciones universitarias arbitradas de Argentina, España, Nueva Zelanda, Chile y Alemania. Además de obtener premios y becas, participó como expositora y como poeta en congresos nacionales e internacionales. Es la compiladora de dos antologías editadas en soporte electrónico: “Máquina sur. Poesía actual de la Patagonia” (2013) y “Patagonia se dice en plural” (2015). En el género ensayo, en 2010 la UNPSJB editó su conferencia “La Patagonia y su literatura: unidad y diversidad multiforme” y en 2015 apareció su libro “Cartografías literarias de la Patagonia en la narrativa argentina de los noventa”. Poemarios publicados entre 2006 y 2014: “Las niñas del espejo”, “Crujir el habla”, “Aquí no vive nadie”, “El agua que tiembla” y “Animales pequeños”.
1 — De “La gran aldea”, al decir de Lucio Vicente López, a la ciudad más populosa de la provincia del Chubut.
LM — Mi madre me llevó a la Patagonia, donde ella y toda mi familia materna residían, unos meses antes de cumplir el año. Desde entonces, salvo por viajes de estudio o trabajo, vivo en Comodoro Rivadavia. Y en el mismo barrio de mi infancia, que ha cambiado bastante y a la vez permanece igual en muchos aspectos. Cuando tenía siete u ocho años comencé a estudiar piano. Hasta que cumplí los quince. En ese lapso aprendí muchísimo, aprendí de todo menos a tocar el piano. Aprendí a leer notas, a reconocer ritmos, acentos, armonía. Creo que también en parte por mi dificultad para la ejecución y aquel misterio que es para mí “tocar de oído”, ejercité de un modo muy desarrollado la memoria. Ahora, puedo recordar con precisión fragmentos de textos literarios o teóricos. Por algún motivo, siempre que tengo algún interés, claro, repito mentalmente pasajes bibliográficos y los sigo repitiendo y van quedando, así, fijados a un ritmo antes que a unas palabras.
En esa misma época comencé patín artístico. Amaba patinar. Fui a patín por dos o tres años en un club de mi barrio. Lo que más disfrutaba era la sensación de libertad cuando tomaba velocidad, relativa porque no era un lugar lo bastante grande desde mis ojos de adulta. El aire frío entrando por la nariz y golpeándote la cara.
Como ves, en ninguna de las actividades preferidas de mi niñez, la palabra tenía un papel central; sí lo tenían la música, en la que porfiadamente insistí, y la expresión corporal, de la que tempranamente me desprendí. En 1984 falleció de forma trágica mi abuelo materno, mi abuelo Vito, el sol de mi infancia. Y entonces mi familia se apagó un poco. No fui más a patín, pero seguí con piano. Él no alcanzó a escucharme tocar el piano porque no teníamos piano en casa, y fue unos años después que mi madre logró comprarlo en Buenos Aires, en un importante comercio que se llamaba Casa América (¿seguirá existiendo?). Cuando el piano llegó a casa fue un acontecimiento. Una amiguita del barrio insistía en no creerme, no podía ser que tuviéramos un piano. En el medio empecé a leer los libros que mi mamá me regalaba y los que había en casa, que no eran muchos, pero me resultaban atractivos por las imágenes que traían. Uno se titulaba “Las maravillas del mundo”, y sí que era asombroso mirar esos paisajes tan remotos para mí. Algunos eran de la Colección Billiken, tapas duras donde predominaba el color rojo: “Mujercitas”, “Papaíto piernas largas”, “Las mujercitas se casan”, “Corazón”. Estas lecturas, ahora que lo pienso, echaron distintas semillas en mi corazón, no sé si todas florecieron. Luego vino el colegio secundario, y allí se fue fortaleciendo mi vínculo con la literatura y sobre todo con la poesía.
Una vez, Valeria Cervero, una poeta amiga, me consultó sobre mi primer escrito literario. Ella estaba compilando una producción de poesía para niños, me invitó a participar con unos textos y necesitaba este dato para la presentación. Recordé que, en un cuaderno rojo, también de tapas duras, en tercer o cuarto grado escribí un cuento sobre una nube. Le había agregado el dibujo de una nube que sonreía. Nada más. Y también recordé que la maestra me escribió algunas palabras lindas, una felicitación supongo.
Mi secundaria la cursé en un colegio universitario que está ubicado en el mismo edificio donde ahora me desempeño como profesora en la carrera de Letras. Me impacta la distinta percepción del espacio que guardo de los lugares según pasan los años.
2 — Luego, tus carreras de grado.
LM — Sí, en mi ciudad. Al principio de mi formación, durante un año y medio cursé en simultánea dos carreras: el Profesorado de Teatro, en el Instituto Superior de Formación Docente Artística, más comúnmente nombrado como Escuela de Arte, y el Profesorado en Letras. No me daba el cuerpo ni la cabeza para continuar con ambas, así que elegí, y elegí la literatura. Tempranamente ingresé a un equipo de investigación y desde entonces le dedico un espacio central a esta actividad. Tenía mucha curiosidad por el discurso del arte y una necesidad de practicar y encauzar mi expresividad; por eso sumé a estas dos actividades mi participación en un taller de escritura creativa, también por un lapso similar.
Apenas concluí mi carrera, gané una beca de la Agencia de Cooperación Internacional Española para realizar una pasantía en una universidad de Tarragona. Allí estuve unos dos o tres meses colaborando en el dictado de dos cátedras, una de narrativa latinoamericana y otra de poesía argentina. Fue una hermosa experiencia, la primera vez que cruzaba el charco. Como el padre de mi abuela materna fue uno de los que vino buscando una mejor vida a principios del siglo XX a la Argentina, y fue a parar como peón de campo a la provincia de Santa Cruz, donde nació mi abuela, sin poder jamás regresar, recuerdo mucho mi llegada a España, el cielo anaranjado que me recibió y mi emoción por sentir de algún modo que era él quien volvía en mi mirada. Atesoro esa escena, y algunas clases, y los paisajes de Cataluña.
3 — Y regresaste.
LM — Al volver me dediqué con intensidad a mi trabajo, y a la vez resguardé disponibilidad para la escritura, hasta que publiqué mi primer poemario en 2006; desde allí y cada dos años he publicado un libro de poemas. Cada uno responde a distintos juegos expresivos y comunicativos, y a la vez son hijos de una misma necesidad que no puedo verbalizar completamente. Si tuviera que darles un lugar diferenciado a las prácticas ligadas a la literatura, diría que el primer lugar en mi preferencia lo tiene la lectura, luego la escritura y luego la socialización de textos.
He participado en diversos encuentros de poesía. Uno de los primeros, en 2009, fue el Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires. En una de las actividades, algunos de los poetas fuimos a la cárcel de mujeres de Ezeiza. Me resultó impactante. Recuerdo a Cecilia Perna, Aldo Novelli, Osías Stutman, Nicolás Rojo y Antonio Miranda. Sólo con Cecilia seguimos viéndonos con cierta frecuencia. Nos hicimos rápidamente amigas. Hubo quienes recitaron sus textos en esa ocasión. Yo no pude. Quedé muda. Me impactó ver a las mujeres, con sus hijos pequeños (varios, siendo amamantados), ahí encerradas, minúsculas en ese edificio gigante. Se me apagaron las palabras. Una de ellas compartió un poema que hablaba del disparo con que había matado a su marido. Ese poema fue esclarecedor para mí. Juro que escuché la descarga del arma. Después, en general, desprecio la endogamia literaria que se cultiva en muchos festivales. Me da sopor. Me gustan los encuentros donde se celebran los “cien colores del alma”, en palabras de José María Arguedas, y se desacraliza el asunto. Vivir en el sur de Argentina, una región periferizada (y no periférica), me viene bien, me aleja bastante de ciertas retóricas de moda y del influjo de las celebridades sacralizadas de las metrópolis. Vivir en la Patagonia me juega a favor, creo, porque no siento apuro ni obligación por leer los best seller del mercado o la crítica. El poeta fueguino Julio José Leite me explicó clarito este asunto: en el sur los poetas veíamos el mundo desde un embudo, y nosotros mirábamos por la parte inferior, por ese orificio, y por eso nuestra mirada del mundo siempre tendía a ampliarse, a ser universal. Es linda la imagen, y me parece una hipótesis atendible.
4 — Un año antes comenzaste a participar de un proyecto colectivo.
LM — Ese proyecto se llama “Peces del Desierto”. Lo dirijo con Jorge Andrés Maldonado, mi compañero. Él también es poeta y docente. Como trabaja con adolescentes, en clases de literatura y talleres de derechos humanos, su experiencia ayudó a pensar, de partida, en la integración del sentido estético con el sentido formativo. Pensamos la belleza como derecho. La mayoría de los integrantes es además de artista, docente en ejercicio, por eso el grupo suma a las actividades de edición, otras de enseñanza y socialización. Nuestro lema es “poesía, agüita para tanta sed”. Es simple, varios artistas del sur argentino nos juntamos para crear y compartir prácticas en torno a la poesía. Hemos presentado decenas de libros, plaquetas literarias ilustradas, fanzines, performances, entrevistas audiovisuales a poetas y lecturas. El grupo nació en 2008 con el propósito de impulsar la participación e intervención cultural en el espacio público. El Proyecto recibió, entre otros reconocimientos, la Mención en el Concurso Nacional de Nuevas Revistas Culturales, organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación (2010) y la Beca del Fondo Nacional de las Artes como Proyecto Grupal (2011). “Peces del Desierto” tiene además avales académicos de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, y desde este espacio generamos planes de formación y extensión en educación por el arte y gestión cultural. También participamos en actividades de educación formal e informal. En 2013, por ejemplo, fuimos invitados a presentar el proyecto a Valdivia, Chile, en el “V Congreso Internacional de Estudiantes de Posgrado”, que tenía un subtítulo genial: “Conocimientos y saberes, ¿para quién?”. Esa pregunta siempre movilizó a este grupo, desde su formación. De algún modo su nacimiento fue reactivo, reaccionamos a una respuesta restringida a esa pregunta. Poesía, ¿para quién? Arte, ¿para quién? Creímos y creemos que es importante ampliar la destinación del hecho artístico, de naturaleza social además de estética. Ahora estamos en la organización de las “II Jornadas Binacionales de Estudios de Culturas y Literaturas de la Patagonia”, que se realizarán en septiembre de este año 2016 en Comodoro Rivadavia. De la primera actividad que realizamos guardo una imagen que no vi, sino que me contaron unas amigas a los pocos días: en la parada de colectivos, unos jóvenes casi niños, sentados en la vereda de una calle céntrica, leían un tríptico de poesía. El sol caía, el viento soplaba, y ellos no movían más que los ojos. Estaban leyendo la primera plaqueta de poesía de “Peces del Desierto”, plaqueta de distribución gratuita.
5 — Trasladémonos un poco más lejos: a Alemania.
LM — He leído mi poesía en el Festival “Cinco Sentidos” de Jena, en noviembre de 2015. Apenas volví a mi casa pensé en escribir la experiencia no sólo de esto sino de todo el viaje de varios meses, que fue magnífico; pero no lo hice. Leímos, junto con Jorge, en una torre medieval, cuyo nombre no recuerdo ni podría pronunciar, en el centro de la ciudad. Allí, esa noche, o tarde porque era el invierno allá, había personas que hablaban el castellano porque estudiaban en la Universidad en esta lengua. Unos colegas tradujeron al alemán algunos poemas y los proyectaban en una de las paredes del lugar. No tengo idea qué se entendió, pero tampoco tengo idea nunca, más allá de la lengua, de qué entienden los otros que escuchan o leen mis textos. Y eso está bien porque la ilusión del control y de la interpretación plena es muy dañina. La poesía es escenario de libertad, el lenguaje es, como ya se dijo tantas veces, una cárcel; así que creo que jugamos, más allá de los códigos, a la libertad ese día, en las tierras donde predicó Lutero. Canté unas coplas, nada que ver, no soy cantante ni tengo buena voz, pero a veces me desubico con alguna cosa en mis lecturas, algo que viene del corazón empuja y sale; quizás es el pudor el que me empuja a ser impúdica en algunas ocasiones.
De ese viaje me traje un amigo, David Foitzick, sureño como yo, pero de Chile; y el sabor riquísimo de las cervezas de trigo y la experiencia de un taller de poesía que dicté en la Universidad. De ese taller recuerdo, por ejemplo, a Sofía Lavista, científica argentina especializada en microbiología, y en el estudio del olfato de las moscas, que asistió religiosamente al taller, con un entusiasmo contagioso. Entrerriana, cómo no va a sentirse convocada por la poesía, con tanto río, verde y juanes eles —le escribí hace poco. Ella me regaló una fruta que nunca había comido, parecía un pomelo, amarillo, cítrico, pero como si se reunieran tres o incluso cuatro pomelos en una misma esfera. Alemania me llenó los ojos hasta desbordarlos.
6 — Redes temáticas: participás de dos; una de ellas, internacional.
LM — Precisamente en Jena, Alemania: la Thematisches Netzwerk de la Universidad Friedrich Schiller, centrada en el estudio de la Patagonia desde la interdisciplinariedad; y la otra, la nacional, es la Red Interuniversitaria de Estudios de Literaturas de la Argentina (RELA), focalizada en promover una perspectiva federal y pluralizar los mapas de la literatura nacional. Me siento muy feliz colaborando en ambas redes. Ingresé primero a la RELA, en 2013, cuando conocí a su coordinadora de ese entonces, la Dra. Alejandra Nallim, quien me invitó a Jujuy a dictar un taller sobre la poesía del sur, y me enseñó que la lejanía es una versión de la distancia que puede revertirse y subvertirse. Jujuy, aproximadamente a 2.900 kilómetros de mi casa, empezó a estar cerca. La Dra. Claudia Hammerschmid es la coordinadora de la red con sede central en Alemania, a la que ingresé en el año 2015. Claudia es alemana, pero habla perfecto el castellano, incluso podría decirse que habla perfecto el argentino/porteño. Huidobro advirtió que “el adjetivo, cuando no da vida, mata”, y juro que soy respetuosa de esta advertencia, pero de ambas, de Claudia y de Alejandra, críticas e investigadoras de fuste, debo decir que son generosas, humildes, respetuosas y cálidas. Y no exagero. Esta semejanza no es coincidencia, sino que pareciera ser el perfil de las personas que apuestan al trabajo en red, que propende a la horizontalidad, a la fraternidad y al respeto por la diversidad. Hago hincapié en estas dos mujeres basándome también en una preferencia, la de la recuperación de los nombres propios por sobre las abstracciones.
7 — Tenés tu experiencia como entrevistadora de poetas.
LM — Se han difundido en tres ediciones de la Revista “Argus-a Artes & Humanidades”. La primera se la realicé al escritor Raúl Artola, y se publicó en noviembre de 2013 con el título “La literatura patagónica: esta lenta construcción de un nosotros”. La segunda, a la poeta Graciela Cros, y se editó en abril de 2014 con el título “El iceberg de Hemingway: lo no dicho que todo lo sostiene”. La tercera, titulada “Diálogo con la poeta Concha García”, y publicada en octubre de 2014, fue realizada a esta poeta y crítica española. No fui una buena entrevistadora, pero los tres fueron excelentes entrevistados. Se dio la compensación. A los tres los conozco y respeto, y los tres dieron respuestas que me hicieron repensar mis propias prácticas discursivas. Tardé mucho en editar porque me propuse hacer dialogar las respuestas con textos poéticos de cada uno de ellos. Fue un berretín, pero me hizo tomar una productiva distancia. Uso las entrevistas como material en mis talleres y clases. Los tres dan respuestas incómodas en varios momentos, piedritas en los zapatos para caminar con conciencia de la propia caminata, conciencia crítica diría Edward Said. Los tres juegan con los silencios y las preguntas, y ese juego del lenguaje siempre es necesario.
8 — Para todos, pero acaso especialmente para quienes no dispongan de información suficiente sobre la Patagonia: ¿por qué la Patagonia se dice en plural…?
LM — Por causas complejas de resumir, pero que se retrotraen a los relatos de los primeros viajeros extranjeros que pisaron el territorio que hoy llamamos Patagonia; nuestro espacio se ha diseñado como una geografía imaginaria uniforme, estereotipada como un paisaje de grandes distancias, vacío y soledad. En el “Primer viaje en torno del globo”, Antonio Pigafetta narra por vez primera la llegada de los europeos a la región, en 1520, con la expedición de Fernando de Magallanes, que hace puerto en la costa patagónica. Con este texto se inaugura e inmortaliza la idea del gigantismo de los indígenas patagónicos, asociados para siempre tanto al nombre como a las extensiones del lugar que de allí en adelante llevará la marca de la exageración. Esa exageración a su vez se liga a la dificultad para dominar el territorio que preocupó tanto a los proyectos coloniales como posteriormente a los nacionales. Quienes vivimos en la Patagonia, y aquí tenemos nuestro lugar de enunciación, sabemos, sentimos y experimentamos la irrealidad de las definiciones del sur como “terra incognita” o “res nullius”. El sur es mi domicilio existencial, por eso mismo nunca podrá ser una obligación temática. Escribir de la Patagonia es prescindible. Pienso, al igual que varios de los escritores que recordé en esta entrevista, que la patria es la infancia, y que para un escritor la patria es la lengua y ese territorio nunca es geométrico ni inalterable.
9 — Es a la docente en Literatura Latinoamericana a quien le requiero que nos trasmita a qué escritores de la Patria Grande más valora y de quiénes más disfruta.
LM — Uno puede valorar según su conocimiento, yno conozco esas literaturas por igual. Aun así, tengo preferencias y me temo que seré muy tradicional en mis respuestas. Por ejemplo, de Chile, a Vicente Huidobro, Pablo Neruda y María Luisa Bombal; de Bolivia, a Jaime Sáenz y a Adela Zamudio; de Perú, a César Vallejo y José María Arguedas; de Colombia, a José Eustasio Rivera; de El Salvador, a Roque Dalton; de Nicaragua, a Rubén Darío; de México, a Sor Juana Inés de la Cruz y Octavio Paz. Coinciden los nombres de quienes más valoro con el de quienes más disfruto como lectora en todos los casos. Igualmente quiero aclarar que esta lista que hoy formulo está bajo el estricto y variable influjo de mi propio presente, por lo que no es improbable su modificación.
10 — “Fuegia” de Eduardo Belgrano Rawson es una novela notable. Acaso opines como yo, puesto que uno de tus ensayos parte de ella.
LM — Sí, es una novela excepcional. Belgrano Rawson cuestiona la versión dominante de la Patagonia fueguina que instalaron las narrativas fundacionales, tanto coloniales como nacionales, y recuerda la estructura de violencia sobre la que se construyó como geografía imaginaria. En esta novela, el autor deja de lado el verosímil realista y juega con la ambigüedad, la multiplicidad y la fragmentación como principios constructivos. El texto muestra los efectos económicos y sociales del eurocapitalismo en la Patagonia. Desde el título, la propuesta narrativa es original. Fuegia, la niña yámana secuestrada por Robert Fitz Roy, nunca es mencionada en el interior de la novela. Él intenta, dice en una entrevista, y lo logra, sacarse de encima la historia. El libro realiza un doble movimiento de revisión histórica y de indagación literaria. Problematiza la legibilidad histórica del espacio de la Patagonia como referencia monovalente y estable de lo real.
En la novela, los personajes perciben y describen la Patagonia desde un constante desplazamiento; sus movimientos trazan un mapa de la región, centrado en la experiencia como núcleo de sentido y en los vínculos diferenciales con el espacio. La Patagonia se pluraliza por la polifonía del relato y la multiplicidad de personajes de las historias. Hay voces adheridas al valor testimonial de la referencia histórica, mixturadas con otras provenientes de la invención, voces que ejemplifican una heteroglosia emparejada por la lengua mayor y nacional en que se las recuerda, y en voces de distintos grupos sociales que se disputan la hegemonía por el sentido histórico de los espacios del sur. Esto que vengo diciendo hace que esta novela sea, desde mi punto de vista, riquísima y admirable.
11 — ¿Y tu experiencia como bloguera?
LM — Tengo un blog, En Lápiz Negro, desde principios de 2007. Utilizo este espacio para difundir textos propios, de otros poetas, gacetillas de actividades literarias y culturales e información que considero interesante. Lo creé por varios motivos. Por una parte, me atrajo ampliar mis comunicaciones respecto del ejercicio literario, participar de una interacción más dinámica, incluso poder tener acceso a lo que otras personas (escritores o no) publican en sus blogs. Por otra parte, quería desacralizar el asunto de la escritura y darle lugar a lo intempestivo e inconcluso. El nombre del blog informa de este sentido. Comparto escritos “en lápiz negro”, es decir, textos en su estado larval, borrador, provisorio. Algunos después son poemas o relatos, otros quedan así nomás y el blog, con su “archivo” histórico me recuerda esto. En los últimos años ha sido menos frecuente mi intervención por ese medio.
12 — Así comienza el décimo capítulo de “El ojo del grillo”, novela del estadounidense James Sallis: “En una época, ciertas palabras se zambullían en mi conciencia, negándose a que las desalojara.” ¿Recordás algunas que se te zambulleran y se negaran a ser desalojadas?
LM — Un montón. Cuerpo y palabra creo que son las dos más insistentes. Son verdaderas okupasen el nido de mi conciencia.
13 — ¿Libros a los que regresás intermitentemente?
LM — “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca, “Poesía no completa” de Wislawa Szymborska, “Los ríos profundos” de José María Arguedas, “Historias de cronopios y de famas” de Julio Cortázar. Después vuelvo a textos sueltos, por ejemplo, siempre, por una cosa u otra, algún poema de Adrienne Rich, José Watanabe o Juan Gelman andan entre mis lecturas.
14 — ¿Cuánta (de qué modos) autobiografía hay en lo que escribís?
LM — No sé muy bien qué responder. La experiencia personal siempre está, sólo que a veces no es tematizada o recuperada explícitamente como símbolo o materia poética. En ocasiones escribo “yo” con la manifiesta intención de advertir la arbitrariedad del signo lingüístico que me nombra. Hay libros donde lo biográfico tiene más presencia y otros donde mi experiencia es una sombra liviana. Creo que no me planteo el tema de las fronteras o los paisajes de lo autobiográfico al escribir. Sí, casi siempre, es alguna cuestión de mi propia vida lo que me entusiasma o me obliga a escribir. Tengo desde adolescente diarios personales, así que mi escritura más catártica, intimista y emotiva va por otros cauces, que seguramente no agotan las imágenes discursivas que de mi propia vida elaboro.
15 — ¿Acordarías con el escritor Luis Benítez en que, de las corrientes poéticas consagradas del siglo XX, las más interesantes son “el imaginismo anglosajón y el hermetismo y el neorrealismo italiano”?
LM — No. No acuerdo con esta afirmación en particular ni con ninguna que esté formulada en términos tajantes y restrictivos, además de eurocentrados. Conozco, con desigual profundidad, ambas corrientes, y las aprecio, como valoro otras. En este tipo de aseveraciones hay que ponerles la lupa a los adjetivos. Es decir, “consagradas” e “interesantes” permiten e incluso demandan preguntas del tipo: ¿para quién?, ¿desde qué lugar?, ¿según qué parámetros? No conozco el contexto de enunciación de esta cita, y quizás ése sea el motivo de mi distancia. Te cuento, a riesgo de ser aún más parcial en la respuesta, que para mi formación como lectora fueron más importantes el modernismo latinoamericano (que si bien fue finisecular ingresó a la primera década del siglo XX) y la generación del ‘27 española.
16 — Hablemos de lo que no elegiste: el Profesorado de Teatro.
LM — Me gusta el teatro, leerlo, asistir a las puestas en escena, comentarlo incluso. Fantaseé de adolescente con la actuación, pero jamás me imaginé como docente en esta área. En mi recuerdo, que puede ser un lente deforme, para cursar un par de materias de actuación, debía soportar media docena de materias teóricas sobre pedagogía, didáctica y otras ligadas a la tarea docente y a los futuros alumnos. No soporté el aburrimiento.
17 — Pianistas: ¿El polaco Arthur Rubinstein (1887-1982), la colombiana Teresita Gómez (1943), el norteamericano Chick Corea (1941), la argentina Martha Argerich (1941) o el chileno Claudio Arrau (1903-1991)?
LM — De esta lista conozco y he escuchado sólo a dos, a Corea y a Martha Argerich, a quien prefiero porque sí. Dice George Steiner que “cuando habla de música, el lenguaje cojea”, y yo le hago caso y no agrego nada.
18 — ¿Podrías establecer qué autores te han tornado mejor lectora o escritora?
LM — No sé si colaboran en que sea mejor escritora, pero sí sé que son fundamentales en relación con mi trabajo con el lenguaje, las personas de la vida real más que los libros. El modo en que habla mi abuela, cómo relata sus recuerdos o los acontecimientos domésticos, es mi fuente de constante aprendizaje. También las formas en que mi mamá dice con silencios, por poner otro ejemplo. Así, dentro del hogar, pero también fuera. Me impactan cómo hablan las personas, sus ritmos, sus latiguillos, sus pausas, sus modos de paladear o de tragar el aire y los sonidos de las palabras. Ahora, pensando estrictamente en literatura escrita, los autores son muchos, pero siempre cultivan la poesía. El cuidado que los poetas tienen por el lenguaje y sus pliegues es raro de encontrar en autores de otros géneros; no es imposible, pero es infrecuente.
19 — “El agua que tiembla” concluye con tres escenas y ¿siete? son los personajes.
LM — Son tres hermanos y una voz femenina al final. Quizás te parecieron siete porque duplicaste las imágenes de Cecilio, Lauro y Julien, los piratas de los que hablo alegóricamente. Me encantó escribir ese libro. Fue un juego que me divirtió y me dejó satisfecha. La clave de su propósito está en su epígrafe, de Pompeyo Magno, “Navegar es necesario, vivir no”. Ese viaje es un desplazamiento por muchas profundidades y capas de sentidos, pero fundamentalmente por la propia escritura. Es quizás el libro más hermético para mí misma, que ahora, interrogada por su naturaleza, me quedo corta de palabras, naufrago también, y sobrevivo.
20 — ¿Qué reflexiones te provocan la evolución de tu escritura poética y ensayística, las constantes y los momentos de inflexión? ¿En qué estás trabajando actualmente?
LM — Estas dos escrituras, muchas veces, comparten intensidades. Ambas formulan preguntas todo el tiempo, tocan oscuridades, balbucean. Reconozco las diferencias, pero no se me hacen incompatibles. La ensayística tiene más sociabilidad previa; suelo publicar en revistas académicas versiones progresivas de alguna investigación. Así, voy realizando correcciones y los últimos escritos me dejan más conforme. Con la poesía no pasa esto. La corrección, que siempre está, es puertas adentro. No publico hasta que estoy conforme, pero, aun así, después puede surgir el deseo de modificar algún aspecto, casi siempre rítmico.
En este momento estoy trabajando con dos libros, uno de ensayo y otro de poesía. No puedo adelantar más porque son frutas inmaduras todavía, casi verdes.
21 — Tu último viaje a Europa fue en 2016.
LM — Sí, fue un viaje de un mes, muy grato. A principios de ese julio presenté una conferencia, “Las aldeas y los mundos en la poesía contemporánea de la Patagonia”, en la ciudad de Barcelona, gracias a la invitación de la poeta española Concha García, y en los días finales de ese mes participé de un congreso de Literatura Latinoamericana en la ciudad de Jena. Y esta vez con dos grandes poetas del sur argentino y chileno, Jorge Spíndola y Sergio Mansilla Torres. Me siento cómoda en Alemania, aunque apenas sepa decir un puñado de palabras en la lengua de Schiller y de Goethe. Sé agradecer, pedir disculpas y más cerveza, y esas tres cosas son pocas, pero importantes.
*
Luciana A. Mellado selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
VII
¿Ve aquel mundo de al lado
que huele a tomillo y laurel?
Lo ve. Mírelo.
Usted también.
¿Ve a la mujer de trenza larga
como hondura de cielo?
¿La ve?
Está sentada en un banquito
torciéndose las manos
con lanas y con hilos.
¿Y a la mujer callada
que curte cueros
para hacer quillangos?
¿La ve?
De zorro son, sí,
y de caracul.
¿Y a la niña muerta
con ojos de eclipse?
¿La ve?
Es tan bella y pequeña
como una mariposa azul.
¿Y aquella calle que atraviesa
la puerta, la ve?
Por esa calle se fue mi hija,
la mayor.
(de “Aquí no vive nadie”)
*
XIII
La vida trastumbada la suspiro entre palomas
que florecen en la infancia
cuando el palomar era en el patio
sobre el galpón de chapa
un agujero y un hombre
que no vuelve todavía
de la muerte.
Después
la hospitalidad me abrió las piernas
y dejé pasar a peregrinos,
viajeros, indigentes y fugados
que dejaron la puerta de mi casa
llena de cadáveres.
(de “Aquí no vive nadie”)
*
XXIII
Como un nido de barro
era mi casa
con paredes y cal
en blanco y rosa.
Eran lindos colores,
sí eran lindos.
La cal eran las piedras
de un pozo hondo.
¡Qué fuerte brillaba el sol
desde allá abajo!
En el pozo había pájaros
y sombras
pichones que caían
de los nidos.
Mi pueblo era pequeño
hija
como todos los pueblos.
(de “Aquí no vive nadie”)
*
El método formal
Cuánta oscuridad viaja
en la sangre.
Todo se duplica desde el ojo:
el miedo a la guerra, a estar viva de nuevo,
el diario de Tolstoi diciéndome
no recuerdo si limpié el desván.
Hoy empecé a ver doble
nuevamente:
el cuerpo habla
si lo dejan.
(de “Animales pequeños”)
*
para Andy, cada vez
Crece el silencio
adentro
de las cosas.
La siesta te abraza.
Nadie prende velas
bajo una luz rabiosa.
El único que importa
está durmiendo
lejos de esta boca
que quiere hablar
está durmiendo.
Bajo el sol excesivo
me falta
que despiertes.
(de “Animales pequeños”)
*
lengua afuera de la perra adentro
tu aliento, creación de madera
busca pocos alimentos
esa trampa nunca te hará libre
por más que insistas en belleza
tu hambre viene de lejos
de otro frío
de otra noche
¿podrías jurar que sentís tristeza?
¿alegría?
ahora mismo podés ser la perra afuera
no metafóricamente
la perra afuera
el universo te cabe en una mano
plegado como un origami puede pasar
debajo de todas las puertas
¿estás triste todavía?
¿estás adolorida?
son los ovarios
la sangre que hablan
pero no duelen los ovarios
dicen
y si no duelen
no existen
podés ser la perra ahora mismo
afuera
escuchar el frío podés
escuchar los ojos que miran con otra lengua
otras leyes y sanciones
¿Kafka se lavaría las manos
con jabón blanco?
la higiene es importante
pero el goce no aprecia la limpieza
y sus fríos
la limpieza amansa el cuerpo real
porque le teme
hay que lavar las impudicias
la sangre que no se note
la sangre que no se note
y esos perros olfateando
la entrepierna
siempre
animales
la sangre se escapa porque la perra
es cachorra todavía
no la necesita
la perra está adentro
con un cuerpo dicho
desmejorado
sangra
el juego de la belleza
no tiene apuro
una palabra para decir quiénes somos
no es posible
porque una lengua no se tiene
porque un cuerpo no se tiene
lo que se tiene son cosas
y solo las cosas pueden ser dichas
la sangre es un aliento rojo
que está afuera y adentro
y no sabe
no espera
no explica
no necesita nada
no está pensando en el cumpleaños de su madre
doliéndose los ovarios
esto es una silla
esto es una letra
esto es un suspiro entre tanta asfixia
legislativa y policial
serás feliz
serás algo
serás alguien
serás normal
serás mujer
bandera
serás el patio de un colegio
y amarilleando crece en la memoria
la noche orinada en un ladrillo
por qué mamá mis riñones no andan
tu padre
el cuerpo de tu padre y de sus padres
y sus padres y padres
vienen con mal riñón
vengo de ese riñón y el tiempo sigue picoteando
tengo miedo mamá
el ladrillo está caliente
y la noche fría
afuera la perra que soy está callada
y adentro
ladra
ladra
ladra
(de “Animales pequeños”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Comodoro Rivadavia y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1700 kilómetros, Luciana A. Mellado y Rolando Revagliatti.