Qué estudiante boliviano de educación secundaria no sabe que entre Perú y Bolivia existe una historia común de culturas, de intereses económicos, de costumbres y de razas. Eso es solo relativamente cierto, porque las relaciones entre ambos países desde la independencia de Bolivia han tenido etapas no siempre muy armoniosas ni tan hermanadas.
El suceso de más trascendencia entre ambas naciones, y por el que más lisonjas confiere la historia al mariscal Andrés de Santa Cruz, es sin duda la Confederación Perú-Boliviana, que, bajo la inspiración de Simón Bolívar, aspiraba a la unidad territorial y política de los otros países donde la obra del Libertador tuvo los resultados ya anticipados de emancipación respecto a la Metrópoli.
Mas no debe perderse de vista que a esa mancomunidad ya le había precedido un litigio de límites que continuaría por muchos años más posteriores a la disolución de la Confederación. El hecho es que la ansiada unidad materializada por el Mariscal de Zepita no gozaba del consenso absoluto ni de peruanos ni de bolivianos.
Antes ya hubo varios antecedentes entre ambas naciones sobre desacuerdos comerciales, con el consiguiente reclamo y medidas unilaterales de sus gobiernos para defender sus intereses económicos, que no siempre fueron de la complacencia del otro. La guerra del Pacífico también fue motivo para la aparición de nuevos conflictos entre ambas repúblicas, con un Perú que se sentía perjudicado en un conflicto bélico en el que tuvo que entrar por cumplir el tratado de defensa suscrito con Bolivia y, ante todo, por los gastos de guerra que el país incaico debía percibir de parte de Bolivia, que, aunque finalmente no se concretó, dejó atisbos de un tensionamiento entre los perdedores de la contienda.
Las indefiniciones de límites —tanto terrestres como lacustres— entre ambos países también contribuyeron a las tensiones, que a esas alturas de la vida independiente del Perú y de Bolivia ya eran bastantes, pero en el balance general los tratados, las declaraciones y los manifiestos de uno y otro gobierno, cualquiera que ellos fueran, han sido más bien de identidad de intereses y consenso comerciales, sin contar los acuerdos de Ilo.
En contrapartida, el expresidente Evo Morales provocó cierta rigidez diplomática cuando en un duelo solo verbal con su homólogo Alan García, repuso una etapa de alejamiento y una degradación del lenguaje diplomático atribuible a ambos gobiernos, porque en mayo de 2009, confirmando sus desaciertos y ningún asesoramiento en materia diplomática, en la Cumbre Indígena celebrada en Puno, exhortó a que “de la rebelión se debe pasar a la revolución”.
Esos son algunos antecedentes de la relación entre ambos países, que hoy atraviesa uno de sus peores momentos por la impertinencia de Evo, quien, ratificando su arenga de 2009, no solo está interviniendo en los asuntos internos del Perú, sino azuzando a la revolución en el mismo territorio peruano, desconociendo todo principio del derecho internacional y a las leyes del país vecino.
Flaco favor que le hace también al nuestro, pues, como consecuencia del golpe de estado del expresidente Pedro Castillo, quien ni moral ni intelectualmente estaba calificado para desempeñar la primera magistratura, se han desatado en el Perú hechos muy parecidos a los ocurridos en nuestro país en 2019, ocasionando grandes pérdidas a Bolivia por la interrupción del intenso intercambio comercial que mantenemos especialmente por la frontera altiplánica del Desaguadero.
No hay que confiar en que con el país vecino nos une una larga tradición de hermandad que imposibilite un rompimiento de relaciones diplomáticas, porque en elevado tono un congresista peruano advirtió que, de no desistir la injerencia de parte de las autoridades bolivianas, se corre el riesgo de una invasión a nuestro territorio, lo que por supuesto sería una locura. Es alarmante, finalmente, que algunos parlamentarios afines al ex autócrata, sin ningún argumento atendible ni conocimiento de lo que son las relaciones internacionales, sostengan que las acciones de su jefe no constituyen intromisión en asuntos internos del Perú, cuando el torpe desempeño de Morales no solo se limita a asumir posiciones en contra de la presidente Boluarte, sino que incita a la violencia.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor