Márcia Batista Ramos
“Siempre que se hace una historia Se habla de un viejo, de un niño o de sí Pero mi historia es difícil No voy a hablarles de un hombre común” Silvio Rodríguez.
El otro día el hombre del cuento, salió asumió un nombre y un apellido, luego me llamó para preguntar por qué contaba su historia. No me había sido fácil elegir el personaje del cuento y poner en pie toda la trama que envolvía la historia… El hombre que llamó no existe en relación a mí, empero, pensó que al decir “un hombre solitario” yo me refería a él; pero, eso pasa muchas veces, porque si digo Pedro el solitario, acuden un sinfín de Pedros a preguntarme cómo me enteré de su soledad.
El caso, es que, si nombro a un perverso, o a un santurrón, a una joven bella o a una vieja fea, siempre hay alguien mal entretenido, que se adjudica el personaje y se siente dolido. Sin tomar en cuenta las profesiones. ¡Por Dios! La vanidad hace con que todos y cualquiera, se sienta único.
Ser impar en un planeta como el nuestro, donde las historias se repiten, es un poco difícil, ya que no hay un único terrorista, o un único narcotraficante, o un único payaso; existen miles y tienen hermanas, parejas y madres.
Entonces, cuando describo a uno recogido de mi imaginación: ¡Válgame Dios! Vienen muchos ofendidos salidos de la realidad… Ya no puedo nombrar a un niño Tilín, o Ministro como lo hizo Carlos Drummond de Andrade en su crónica. Ahora hay mediocres que leen y lo peor, leen entrelíneas y juran saber a quién me refiero. ¡Vaya astucia! ¡Vaya ego!
Tal vez, agobiados por su narcisismo, un montón de gente que no sirve para el caso, de buena fe o de mala, lee mis textos y sospecha de una confabulación inexistente, se calza un par de zapatos que les queda grandes y me señalan de hacer esbozos biográficos de sus dignas personas, que sencillamente, no me interesa, ni los conozco.
El arte de escribir tiene sus intríngulis.
Son los caminos de la vida y las sorpresas en las esquinas… Siempre me sorprenden las historias tristes, las tragedias y la gente que (sin saber) escapó del manicomio y con sus egos inflados, por un narcisismo enfermizo, se atribuyen la singularidad de la existencia.
Por eso, me sorprende que el borracho que, por azar del destino, leyó la historia del borracho, piense que estaba siendo retractado, o la gorda piense que es la única gorda del mundo y así por delante. Siempre que se hace una historia se habla de un personaje y es imposible pensar que en un callejón de meretrices solo exista una meretriz, precisamente la madre del vástago que cree que a él me refiero.