Hace ya tres semanas que terminó la XXVI FIL — La Paz. Parece tiempo suficiente para mirar en retrospectiva con la objetividad necesaria (o para haber superado el ch´aqui librero, como escuché decir a ciertos amigos).
Lo primero que llamó la atención este año, fue la ausencia de un país invitado. Hubo una ciudad invitada, cierto (Iquique), pero su protagonismo fue mínimo. Un par de días me acerqué al stand iquiqueño, y aunque había algunos libros expuestos, parecía no haber nadie para dar información sobre los mismos. Tampoco recuerdo una presentación especial de esta ciudad a lo largo de la FIL (o no tuvo la repercusión deseada).
Por otra parte, la ausencia de un país invitado pareció potenciar la presencia de la oferta local, tanto de editoriales, librerías y autores independientes. Se vieron bastantes nuevos títulos, conversatorios con autores, y actividades relacionadas.
Esas actividades, sin embargo, pusieron en evidencia uno de los problemas del campo ferial (no de la FIL como tal): la infraestructura que aún está inconclusa. El piso de cemento, omnipresente en todo el Chuquiago Marka, incluso en las salas de conferencias, desluce cualquier evento. Algunos expositores me hicieron notar que, sobre todo en la planta baja, un polvillo se asentaba en los libros expuestos (y en cualquier otra superficie, claro). Alguien que parecía saber del tema, afirmaba que ese problema es típico de obras sin terminar. Y sí, aunque no nos guste, nuestro campo ferial aún no está terminado.
Otro punto negativo (algunas personas me comentaron que no les parecía un problema, lo admito) fue la ubicación de los autores independientes. Estaban ubicados en áreas de paso (los del bloque amarillo, en una con poco tránsito de visitantes), y en espacios muy reducidos (es cierto, el pago era también menor, y accesible, según los mismos autores). Me parece que la pregunta necesaria es qué importancia se les da a los autores independientes. Los hay de distinta calidad en cuanto a su producción, cierto, pero si partimos del hecho de que se desea apoyar a este sector, y considerando que existían (como en cada versión de la FIL) algunos sectores vacíos (de hecho, algunos independientes lograron trasladarse a espacios más amplios, no sé bajo qué condiciones), no parece descabellado pensar en colocar a los autores independientes en un lugar en el que puedan tener mayor contacto con el público.
Otro punto que llamó la atención fue que el sistema de altavoces no anunciaba ningún evento en absoluto. Firma de autógrafos, presentación de libros, charlas y/o coloquios, mesas redondas, etc., que normalmente se anunciaban al público, este año fueron ignorados por los encargados del sistema de sonido. Un expositor me comentó que cuando fue a solicitar tal servicio, le habrían respondido que el sistema podía utilizarse solo para anunciar niños perdidos o casos de emergencia similares. Decisión difícil de entender, sin duda. El hecho de que no existiese una versión impresa del programa de la FIL hasta los últimos días del evento, no hizo sino empeorar el problema.
Pero la FIL brindó también a los visitantes momentos gratos, y muchos. Para estar saliendo de la pandemia, se tuvo una muy buena cantidad de expositores. Las editoriales, llevando lo mejor de su producción y presentando títulos nuevos, en muchos casos con la presencia de los autores, lo cual es siempre un incentivo para los lectores, o brindando charlas respecto a los títulos editados. Las librerías, aprovechando la oportunidad de contar con un público lector reunido en el campo ferial, para ofrecer sus mejores libros, muchas veces con descuentos incluidos; y los autores independientes, disfrutando la cercanía de potenciales lectores (con algunas dificultades, como ya se anotó) a los que no siempre pueden aproximarse, por características propias del sector.
Ya a nivel personal, las ferias del libro siempre son esperadas con ansias, y despedidas con deseos de un poco más, cada año. Conversar con autores amigos, conocer a algunos otros, asistir a conversatorios, oler a libro y respirar literatura por dos semanas, es algo invaluable, difícil de entender para quien no tenga la afición librera hecha carne. Llegué al final de la FIL con muchos libros nuevos y una billetera casi anoréxica, atesorando los buenos recuerdos e intentando olvidar los problemas.
Como debe ser.
Y con una sonrisa, claro.