Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Veintiún mil seiscientas siete fotografías en mi teléfono. No lo puedo creer. Algunos miles son del iniciático viaje del 2018.
El museo Reina Sofía tiene un gran cartel: Dadá ruso, 1914-1924. Dominique, Miguel y yo, dejamos el metropolitano y entramos. Tengo ese hermoso ticket entre mis recuerdos, con una imagen de la exposición. Era domingo, creo, justo antes de irme a Roma. Estuve en casa de ellos dos por varios días, otra casa-museo, con intrigantes máscaras del África negra, estatuillas que podrían ser de bienaventuranza como de embrujo. Varios otros objetos. También Bolivia presente ¡y cómo no! si Miguel vive entre dos mundos, este de hogar y familia, el otro del asombro ante un mundo que nunca conocerás y que día a día se descubre. Dadá Bolivia, no como un movimiento artístico sino como realidad.
Portadas de libros de Mijail Larionov. Siento no haber anotado las cosas; a veces presumo de qué artista puede tratarse; la mayoría del tiempo, no. Me quedo con la belleza y la ignorancia que suelen bien matrimoniarse. Ródchenko, por supuesto, lo reconozco. La foto de Osip Brik, tan famosa. Dibujos de personajes de la calle y época desde los dedos de Mayakovski. Extraño mundo que despertaba a nuevos paradigmas, que creyó mayormente en ellos, que los suicidó en tantos casos, los fusiló, encerró y permitió el paso de una burocracia afectada que sabía obedecer pero no el abecedario.
Fotografío una pared. Allí Igor Teréntiev, en 1919, anota: “Nunca pierdas la oportunidad de decir algo estúpido”. ¡Oh! ¡Ah! Quiero analizar qué quiso exactamente decir. ¿Verbo dadá?
Viktor Shklovski, 1924:
“Insistimos:
No convirtáis a Lenin en un cliché.
No imprimáis carteles con su retrato, ni manteles
Ni platos, ni tazas de té ni ceniceros.
Nada de estatuas de bronce de Lenin…
Lenin es nuestro contemporáneo.
Sigue entre los vivos.
Lo necesitamos vivo, no muerto.
Por esta razón:
Aprended de Lenin, pero no lo canonicéis.”
Se equivocó el gran Shklovski. Su libro Viaje sentimental es uno de mis grandes libros. Lo leo y releo. Tengo uno encajonado en Cochabamba, si no lo esfumaron con el resto de mi biblioteca; otro en Denver, para mi felicidad. Mundo de estatuas. Hoy mismo veía en Transnistria a Vladimiro Ilyich discurseando. De nada valieron los bronces caídos de los años 90. Poco ha cambiado en la coraza testa del estalinismo mundial. Pero hablamos de arte y no de ortigas. Digresiones del rencor…
Famoso cuadro de la jerarquía soviética. Lenin y cuatro ramas de individuos saliendo de él, aspas de molino, por supuesto orden de mando. Stalin está aún pequeño, a pesar de que tuvo cargos importantes pero la eterna desconfianza de Ulianov. Obra de Kliment Redkó.
Hay videos, narrativas en los muros. Cada uno de nosotros tres se guía por sus aficiones y parecemos desconocidos entre la muchedumbre que se ha puesto mascarones del soviet. Pero es una exhibición del avant garde y no comunista. Cierto, pero también una de ilusiones que en su mayoría perecieron a la mala. Me hago tomar por Dominique una foto con un artefacto de esquina de Vladimir Tatlin. Había pintura, diseño, arquitectura, arte gráfico, escultura, esbozos y borroneos, época de las más ricas que hubo en el arte en general y que ya en 1930 comienza a difuminarse. Dicen que el Rock and Roll pereció en Altamont; la vanguardia rusa lo hizo en la pistola de Mayakovski, en la cuerda de Tsvetaeva. Viaje a la exhibición del fin del mundo, a otro corto verano de la anarquía.
Dos horas tal vez, más. Nunca querría irme de allí, ni de Goncharova ni de Málevich. Afiches de revolución, de estética realmente revolucionaria, no bolchevique. En el libro El terror bajo Lenin Jacques Baynal, junto a Alexandre Skirda y Charles Urjewicz, aclara que lo de Stalin se formó, y fermentó, ya bajo el dominio del mujik calvo. Porque hay una corriente que quiere culpar lo posterior mientras lava los orígenes para preservar su mentira. Lo había predicho Bakunin, hablando de Marx. Nada más ajeno entre uno y otro que dadaísmo y sovietismo. Es como, y de manera jocosa lo cuento: ponía en un mensaje de texto “luna lunera” y el IPhone lo transformaba en “luna Linera”, mácula de oprobio sobre alba superficie en donde los gitanos fabrican collares, según Lorca. Distancia entre el floripondio y la cloaca, entre el hechizo del aroma y el hedor del estiércol.
Capto a Miguel (Sánchez-Ostiz) de pie al lado de un retrato de Tristan Tzara. De Robert Delaunay. Veo un Grosz, artistas de varios países que bebieron de las mismas fuentes. Sagrado no es Dios sino el arte. Este recinto es el monasterio convento de la belleza, incluso en las formas destruidas que aparentemente combaten la idea burguesa de lo bello. Hace poco mencioné en algún texto la construcción de la forma. La deconstrucción de ella entonces. De fondo, un grupo popular veracruzano canta y toca La sandunga. Pienso en Eisenstein, lo dadaísta en Eisenstein. Lo que México era para él, y Artaud, y Le Clézio, o Calvino, cada cual a su manera, es Bolivia para Sánchez-Ostiz; hoy mismo escribe sobre Pessoa y divaga entre brujos aymaras de su mítica La Paz.
Cada fotografía de la exhibición es para interminable conversación. La última de mi teléfono es de un adusto semicalvo poeta (según la dedicatoria de -otra vez- Delaunay, cuya esposa Sonia era ucraniana, y que no se puede leer bien. París, 1922). La siguiente toma muestra un monumental cuscús, sigue Madrid, pero esa será historia aparte.
La mesa de la sala de la casa es una vitrina. El vidrio cubre estatuillas africanas. “Son de Dominique”, aclara Miguel. Cada rincón un objeto mágico. Gente que ama la vida, el hombre y sus obras (leí a Franz Boas de muy joven). Me recuerda mi casa, la que el fuego del olvido arrasó como mal lobo. También allí miraba el ibis rojinegro desde la biblioteca, enfrente de un poster de Van Gogh, al lado de los caballos coloridos de Franz Marc. Una inmensa cabeza en madera negra, ibo, ponía piel de gallina. ¿Qué han visto las máscaras? ¿Qué veremos nosotros con las nuestras? El avión calienta motores. Mis anfitriones, parte intrínseca de la belleza, agitan las manos a la salida del metro. ¿Era KLM la línea con la que fui a Roma? Tan detallista soy que ni me acuerdo. Antes daban vino en los aviones. Aire, hoy. La sombra de la aeronave se muestra en los techos de Madrid. Me alejo. Pausado voy camino a Mayakovski.