De: Óscar Ordóñez Arteaga / Para Inmediaciones
Llama mucho la atención ya cómo algunos periodistas se hincan ante el idioma inglés con tanta reverencia que se olvidan de lo más vital: comunicarse con sus lectores; mejor dicho, hacerse entender.
¿Tan difícil es?, ¿tan poderoso es el idioma inglés? A esta altura, supongo que debo pecar de inocente.
Sin embargo, insisto en que se debería recapacitar en la idea de cuán importante es para el periodismo en español hacerse entender con los lectores de la forma más simple posible.
Con simple acaso nos baste una cita de Confucio: «Si los nombres no son correctos, las palabras no se ajustarán a lo que representan (…)».
Cuando no aplicamos esta sentencia al periodismo, reina el caos porque nadie entiende qué cosas, ¡por Dios!, han escrito.
Por ejemplo: «Papeles de Panamá» es un calco idéntico a «Panama Papers» [va sin tilde (pero tanto es el descuido de algunos periodistas que publican hasta con acento ortográfico)].
A ello, los lingüistas le llaman «falsos amigos». Se trata de palabras que, pese a llevar significados diferentes se escriben o pronuncian de forma similar en dos o más idiomas.
Papers, en el sentido más serio del término, no significa papeles; son documentos. Con esa definición sobre la mesa, lo correcto sería escribir Documentos de Panamá.
Ahora, irrumpió otro caso: Paradise papers, al que los periodistas ya tradujeron como Papeles del paraíso. Y lo que es peor, esta traducción ha recibido el beneplácito de la Fundación del Español Urgente (Fundéu), entidad cuya misión consiste en velar por el correcto uso del idioma en los medios.
Sin embargo, aquí, la brevedad ciega y la torpe rapidez atentan contra lo correcto. Una vez más, la aplastante influencia y presencia del idioma inglés deja a un lado la reflexión y –lo que es peor– le resta a la lengua castellana los valores de enseñanza que sí puede y sabe demostrar.
Veamos. Desde mediados del siglo XIV, la voz inglesa paper se consolidó como tal porque derivó del francés antiguo paper con el valor de documento para ser empleado en ámbitos estrictamente serios.
Marcial Prado, en su Diccionario de falsos amigos (Gredos: 2001), nos cuenta que papers es una «voz común para documentos, palabra más técnica que real, porque tanto en el habla familiar como en el habla formal (…) se usa papers en EEUU, por más trivial y prosaico que parezca».
Para llegar al papel en español, los pápyros griegos influyeron en el latín papȳrus, voz que originó al catalán paper, pero con el significado de hoja delgada; y no documento.
Nadie llama papel al pasaporte, reflexiona Prado. Y lleva razón. En Perú, por ejemplo, dicen Documento Nacional de Identidad (denei). Al carnet boliviano de identidad, en otros países se lo conoce como Cédula de Ciudadanía, Tarjeta de Identidad, Registro Civil, Cédula de Extranjería y Documento Único de Identidad, entre otros. Ninguno de ellos dice papel. Cuando se menciona papeles en algunos casos, se lo hace con el sentido general del término, y para referirnos a un nombre propio en particular.
Para el Diccionario de la Real Academia Española, un documento es:
- m.Diploma, carta, relación u otro escrito que ilustra acerca de algún hecho, principalmente de los históricos.
- m.Escrito en que constan datos fidedignos o susceptibles de ser empleados como tales para probar algo.
- m.Cosa que sirve para testimoniar un hecho o informar de él, especialmente del pasado. Un resto de vasija puede ser un documento arqueológico.
- m.desus.Instrucción que se da a alguien como aviso y consejo en cualquier materia.
En cambio, la décimo tercera acepción de la palabra papel, en plural, sí significa documentos, pero que «acreditan las circunstancias personales de alguien».
Lo cual es muy diferente a papers porque el término español papel y/o papeles no se aplican en los bullados casos que han develado una supuesta corrupción de algunas empresas y personajes públicos y políticos, cuyo dinero fue a parar a paraísos fiscales con la prerrogativa de gozar ciertas ventajas impositivas o de eludir impuestos.
Insisto: los periodistas deberíamos enamorarnos de la idea de hacernos entender con los lectores de la forma más llana posible.