Márcia Batista Ramos
Charly y Jimmy nacieron exactamente a las 23.30 del día 18 de abril de 1982: iluminados por el sol de medianoche. Porque en este horario, el sol está en las antípodas del lugar donde se habita, se encuentra abajo, en el fondo de la tierra.
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Empezaba la noche en la ciudad de El Alto, en Bolivia, el lupanar a dos cuadras de la Avenida Caquingora, era un lugar oscuro y bullicioso, envuelto por el humo de cigarrillo y de otras hierbas. Charly fumaba Marihuana y tomaba la sexta cerveza fría con un amigo más viejo, también poeta, con cierto talento, pero, igualmente fracasado en la vida. Hablaban fuerte y reían a carcajadas. Algunas veces se reunían, bebían como descosidos y compartían sus vicios y sus vicisitudes, sus anhelos y sus frustraciones, mientras observaban a las prostitutas en sus afanes laborales.
A 6380 km de allí, en New York, en el Brooklyn a la misma hora, Jimmy (el que nació a la misma hora y fecha que Charly) cruzaba el puente hacía Manhattan caminando, uno de sus íntimos placeres: caminar los casi 2 km cuando está empezando a atardecer, para poder ver la evolución del skyline con la puesta de sol y las luces por la noche.
Entre platicas y cervezas, después tragos más fuertes, el amigo, retiró dos sobres de polvo blanco del bolsillo y compartió con Charly que, inhaló y empezó a desquitarse de su propia vida maldiciendo, más que de costumbre, a todos, empezando por el gobierno y terminando en su madre que, prefirió irse con su macho a Chile, dejándolo pequeño a cuidado del padre. Sin dejar escurrir una sola lágrima por sus penurias. Las drogas dilataron su imaginación y criticaron con su burdo vocabulario a quién les vino en gana. Siendo su interpretación de la realidad, la única verdad existente.
Jimmy, al completar con tranquilidad la caminata que duró unos 27 minutos, emprendió la vía de regreso caminando hacia Brooklyn para aprovechar el clima cálido y ejercitarse un poco más.
En El Alto, el invierno frío ladraba en las calles prometiendo temperaturas más bajas con el pasar de las horas.
Después de bañarse Jimmy fue a la casa de una amiga para cenar y platicar sobre literatura, pasión que los unía.
La noche avanzaba. Los dos amigos salieron embriagados a la calle y el frío los azotó sin clemencia. El más viejo, antes de llegar a la Avenida Caquingora, se despidió y subió a un taxi. Charly dijo que iría a caminar para reaccionar antes de regresar a su casa, además, vivía cerca. Caminó lento con su paso ebrio.
En esa noche de verano, Jimmy en un momento que su amiga hablaba, descubrió una chispa en su mirada que encendió un fuego en él. Se acercó más y la besó, empezando un nuevo y bonito relato en sus vidas de poetas.
El frío gélido del Altiplano, la mezcla de alcoholes y drogas causaron una disfunción en el organismo de Charly, que se sintió mareado. Vio la sonrisa desdentada de su padre envejecido, vio la sonrisa falsa de su madre, hecha a la bella dama. Un dolor punzante le atravesó el pecho. Pudo ser un puñal, pero no había nadie. Sintió acercarse a todos sus demonios. Masticó en seco antes de sucumbir. Le dolió el cuerpo, le dolió con más fuerza la vida. Mientras partículas ingrávidas bailaron y chocaron entre sí, ante su mirada atónita. Fue lo último que vio y se desplomó en la esquina de la Avenida Litoral y la Calle Huancaroma, terminando el relato de su vida de desheredado.
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¡Carajo! Todos saben que nacer y crecer en una gran ciudad del primer mundo, no es lo mismo que nacer y crecer en una gran ciudad satélite de una gran ciudad del tercer mundo. Por eso, Charly y Jimmy, compartieron en su vida escasas coincidencias…