La bóveda celeste hiende desconsolada entre lágrimas copiosas, después de recibir la confesión de los pecados del mundo.
Mientras dormían eran observados, nunca imaginaron que sería un viaje sin retorno, estaban en la nave equivocada y fueron víctimas de bestias abominables. Eran seis tripulantes que fueron devorados uno cada noche.
A diario protege aquel capullo de seda que ha armado con recuerdos. Para alimentar la ninfa que ha crecido dentro, une hilos de vida y los entrelaza a fin de que sus alas broten coloridas y puedan volar como mariposas entre las flores. Aún no ha descubierto que si no los escribe se difuminarán hasta desaparecer.
Allá donde duerma sueña vidas distintas. Por eso aborrece pernoctar en lugares desconocidos donde puede sufrir pesadillas en las que se verá desde fuera y sufrirá por dentro. De joven le gustaba esa sensación de soñarse otro. Le divertía experimentar vidas que se evaporaban al despertar. Pero ahora prefiere soñar sobre seguro en su cama de siempre. Ya no tiene edad para volar como un halcón o bailar con damas durante horas. Prefiere sueños vulgares y cotidianos. Su mujer, sin embargo, nunca despierta a su lado.
El dedo de Dios dictó sentencia: moriría aplastada.
Una vez realizada la ejecución, la colonia de hormigas, supo proporcionar un digno sepelio.